Guillermo Almeyra
Fujimori, pionero
La matanza perpetrada por Alberto Fujimori en la embajada japonesa en Lima, inaugura una tendencia que responde perfectamente al papel que la mundialización atribuye a los Estados. En efecto, éstos pierden funciones fundamentales (como la representación de la soberanía, la fijación del valor de la moneda, el establecimiento de las prioridades productivas o presupuestarias, etcétera) y pierden también consenso.
Precisamente por eso su debilidad es, al mismo tiempo, dureza, pues deben enfrentar la creciente protesta de la sociedad con una brutalidad que no depende ya de sus fuerzas locales, sino de la violencia organizada y comandada desde los centros del capital financiero. Sin que exista un Estado mundial, el monopolio de la violencia armada lo ejerce ya el grupo de agentes de quienes controlan el mundo. De modo que mientras en los aparatos de los Estados se entrelazan los hombres del capital financiero internacional con la delincuencia (narcotraficantes, mafiosos), pesan cada vez más los aparatos policiales y las funciones represivas y cada vez menos las generadoras de consenso y de democracia.
Fujimori, en efecto, ha festejado el éxito de su orgía de sangre con el mismo Vladimiro Montesinos, acusado, dentro de las propias fuerzas armadas, de múltiples asesinatos de estudiantes, profesores y campesinos y, recientemente de la tortura y descuartizamiento de mujeres agentes de la Inteligencia militar; para colmo, está implicado en el narcotráfico, capaz de llevar cocaína a Norteamérica en barcos de guerra o en el mismo avión presidencial. Fujimori, además, el delincuente político que disolvió el Parlamento con un autogolpe, aparece ahora como el policía internacional modelo, del mismo modo y por los mismos motivos que Al Capone era jefe de policía.
Desde el primer momento de la toma de la embajada, con instructores, medios y dinero de Estados Unidos y con la hipócrita connivencia de Tokio, los mandantes del crimen planificaron el aniquilamiento de los 14 integrantes del comando del MRTA, incluso a costa de la posible muerte de los rehenes. La visión mundializada de la Seguridad Nacional reside, precisamente, en la conciencia de que la política del capital financiero es y será cada vez más resistida por la inmensa mayoría de la humanidad y engendrará cada vez más pobreza y violencia y, por lo tanto, exige que el capital financiero aplaste, al nacer, todo ejemplo de rebelión, que será bautizado ``terrorista''.
El llanto del obispo Cipriani y la conmoción de la Comisión de Garantes, deriva de que Fujimori jamás quiso tratar y utilizó a esos personajes meramente para crear una cortina de humo, tranquilizar a los del MRTA y ganar tiempo para sacrificarlos mejor. Mientras los ocupantes de la embajada no tocaron ni un pelo a sus rehenes y, en el momento final, no los mataron, Fujimori y sus criminales con galones obedecían con gusto al plan decidido fríamente a decenas de miles de kilómetros, entre un scotch y otro, como quien organiza una cacería.
La toma de rehenes es algo inhumano, pero quienes en este caso la realizaron lo hacían creyendo que sus cautivos eran escudos porque atribuían un valor grande a la vida, cosa ajena a Fujimori. Los hombres del MRTA demostraron así ser ingenuos, pues creían que el peligro era sólo nocturno; pensaban que el enemigo aceptaba límites morales; para no molestar demasiado a los rehenes no se mezclaban con aquéllos; tranquilizados, se instalaban en la rutina; estimaban que los muros eran una protección, sin pensar en las nuevas tecnologías para las cuales éstos no existen y, sabiendo que construían túneles para tomarlos por sorpresa, no controlaban los ruidos subterráneos. Sobre todo eran anticuados, porque pensaban que enfrentaban sólo a Fujimori y no a Washington, en esto representante de todos los gobiernos del gran capital. En parte por eso, en vez de tratar de hundir raíces en el pueblo y de hacer política, con paciencia, el MRTA buscó el atajo de la toma de rehenes. Ningún movimiento social lo apoyó ni defendió de la matanza.
La carnicería acaba de inaugurar las represiones ``preventivas'' de la mundialización. Pero al mismo tiempo ha dejado una enseñanza: las guerrillas, por supuesto, no desaparecerán, pero no podrán prescindir del apoyo social, pues se ha cerrado la posibilidad del ``sustitucionismo'' de las masas y, sobre todo, ha evidenciado que la visión local del enfrentamiento y del enemigo está condenada de antemano por el carácter mundial de la lucha.
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