Las primeras tropas de la República Popular China ingresaron ayer, sin armas, al territorio de Hong Kong. Cuarenta efectivos bien educados del Ejército Popular de Liberación, bajo el mando de un general que viajaba en un Audi negro, llegaron a hospedarse al cuartel Príncipe de Wales, en el próspero enclave que el 30 de junio volverá a la soberanía china.
No hubo grandes ceremonias, pero tampoco expresiones significativas de oposición o repudio. La mayor parte de los habitantes de Hong Kong parecen haberse convencido de que, con tal de incorporar la vasta economía del enclave a la del resto del país, el régimen de Pekín está dispuesto a todo, incluso a respetar los derechos humanos y las libertades políticas.
Mientras en ese rincón asiático los preparativos anticlimáticos de la reabsorción nacional y la superación casi indolora de las lesiones del colonialismo y la Guerra Fría se desarrollan sin novedad, en la Península de Corea no parece haber salida para una división nacional y una guerra que, dentro de tres años, serán cosa de siglo pasado.
``En los cinco años transcurridos desde que fue electo mariscal de la República Democrática y Popular de Corea, el secretario Kim Jong Il ha modelado al Ejército del Pueblo de Corea de acuerdo con la Idea Zuche. El Ejército sigue el ejemplo de las nobles virtudes del presidente Kim Il Sung. El secretario Kim Jong Il es un increíble estratega militar y un comandante brillante y resuelto, como lo era el Presidente''.
Esta es la clase de despachos que difunde, vía Internet, la agencia noticiosa oficial de Corea del Norte, KCNA. También recuerda que hace una semana se celebró en todo el mundo el 85 aniversario del Querido Presidente Kim Il Sung, que la propuesta norcoreana de reunificación fue muy bien recibida por el Partido de la Unión y el Progreso de Guinea y que, gracias a la Declaración ``Defendámonos y avancemos en la causa del socialismo'', emitida hace cinco años en Pyongyang, y a la cual se han adherido 235 partidos en todo el planeta, los pueblos del mundo avanzan resueltamente hacia el comunismo, en una lucha dinámica, internacionalista y solidaria.
Pero algunos de los soldados de Kim Jong Il estacionados en la margen del río Yalu, en la frontera con China, hacen gestos hacia el país vecino en demanda de comida, y los camioneros que llegan a la localidad fronteriza de Dandong, en el lado chino, cuentan historias de horror sobre niños que caen muertos a causa del hambre. En cosa de cinco años (1992-1997), en Corea del Norte la dotación diaria de calorías pasó de las 2 mil 834 a las 700 y en ese mismo lapso el PIB ha venido cayendo en forma sostenida a una taza del 4 o 5 por ciento.
Los despachos de la KCNA no mencionan que en los contactos entre Pyongyang, Seúl y Washington, los representantes norcoreanos se niegan a hablar de la normalización de relaciones en la Península mientras no llegue a su país ayuda alimentaria. Algo así como una fórmula de ``paz por comida''. La agencia oficial tampoco habla del masivo cargamento de anfetaminas recientemente descubierto en Japón a bordo de un barco norcoreano, y que según todos los indicios era un intento desesperado por conseguir divisas por parte del gobierno de Kim Jong Il.
Es difícil encontrar en el mundo un régimen más disociado que el de este príncipe comunista, y no es de extrañar que el gobierno de Washington se muera de la curiosidad por conocer lo que pasa por ``el corazón y la cabeza de la dirigencia norcoreana'', como lo expresó el secretario de Defensa, William Cohen, a propósito de su impaciencia por interrogar al desertor de altos vuelos Hwang Jang-yop, quien se refugió en febrero en la embajada de Seúl en Pekín.
Curiosamente, el propio gobierno estadunidense se ha comportado con singular incoherencia ante los casos de Pyongyang y La Habana. Mientras que los círculos de poder de Washington se mantienen decididos a asfixiar a la población cubana con el reforzado embargo, se apresuraron en cambio a donar 50 mil toneladas de maíz --15 millones de dólares-- a un país que, según ellos, los amenaza con armas atómicas.
Corea del Norte, el último huérfano de Stalin y, después de Kampuchea, la más horrenda aleación de despotismo oriental y materialismo histórico, parece condenada a reventar de hambre y de soledad, y ningún país, organización o individuo, está en capacidad de ayudar al régimen lunático del secretario Kim Jong Il a procurarse una muerte suave y rápida.