Ugo Pipitone
Correcciones necesarias

Si a la clase dirigente de un país le falta inteligencia o capacidad para impulsar procesos sostenidos de desarrollo, las luchas sociales pueden ser el único camino para remover obstáculos estructurales hacia la modernización. La gran manifestación campesina de la semana pasada en Brasilia refleja la gravedad de un problema agrario que generaciones de gobernantes brasileños fueron incapaces de enfrentar con seriedad y determinación. El subdesarrollo brasileño mucho le debe a siglos de conservación de estructuras agrarias premodernas. Enteras generaciones de gobernantes brasileños se dedicaron a proteger intereses rurales oligárquicos y a promover formas irracionales de macrocefalia industrial. Los resultados son desde hace tiempo evidentes: un país agudamente segmentado, una clase política envuelta en laberintos clientelares, una mezcla informe de modernidad y arcaismo y una distribución del ingreso entre las más polarizadas del planeta.

Que hoy los campesinos sin tierra de Brasil ocupen las calles para manifestar su protesta es, tal vez, el último recurso disponible para romper ataduras antiguas y abrir las puertas a un nuevo ciclo de desarrollo.

Sin embargo, a bien mirar las cosas, el problema no es Brasil sino América Latina. Una región del mundo que sigue avanzando por aceleraciones y frenazos que no terminan por establecer cimientos sólidos para un futuro de desarrollo económico, integración nacional y bienestar. Si miramos a la última década de esta antigua historia de súbitos entusiasmos y prolongadas frustraciones, hay algo que debería preocupar a todos. Y que tal vez debería inquietar más que los datos relativos al crecimiento o a las tasas de inflación. Me refiero a la distribución del ingreso.

¿Es concebible un crecimiento sostenible en el tiempo en presencia de procesos regresivos en la distribución del ingreso? Dicho de otra forma: ¿es posible establecer estructuras productivas a la altura de este fin del siglo XX con una distribución del ingreso correspondiente a las realidades del siglo pasado? Si la respuesta es negativa, en la evolución latinoamericana reciente hay motivos de seria preocupación. Veamos los datos comparando el porcentaje de ingreso nacional percibido por el 40 por ciento más pobre respecto al del 20 por ciento más rico. En la última década y media, en Brasil, el 40 por ciento más pobre sigue obteniendo menos del 12 por ciento del ingreso, mientras el 20 por ciento más rico pasa del 56 al 59 por ciento del ingreso. En el caso de México, si nos limitamos al periodo 1984-94, los pobres pasan del 19 al 17 por ciento del ingreso mientras los ricos pasan del 41 a poco menos del 50 por ciento del ingreso. Y tendencias similares encontramos en Guatemala, Chile, Argentina, Colombia y en otros países de la región.

Entendámonos. Un empeoramiento transitorio en la polarización del ingreso puede no ser dramático si ocurre con un incremento absoluto de las condiciones de vida de los más pobres. Pero no parecería ser ésta la situación latinoamericana, donde las familias en condiciones de indigencia tienden a aumentar en un gran número de países.

Hay evidentes motivos de preocupación. En la última década América Latina ha recuperado cierta (insegura) capacidad de crecimiento con empeoramiento de los indicadores de fragmentación social. ¿Por cuánto tiempo más es sostenible una situación similar sin que se generen contragolpes en la capacidad de crecimiento? Pocos se han preguntado por qué en el curso de los últimos treinta años ningún país del mundo ha hecho registrar altas tasas de crecimiento en condiciones de aguda polarización del ingreso. Y sin embargo tenemos ahí un problema central. Pasar de la eficiencia micro a la eficiencia macro es tema que requiere reflexiones, estudios y debates que hasta ahora no alcanzan el centro del escenario. Que vengan entonces las manifestaciones al estilo de Brasilia si es que sirven para que gobernantes y estudiosos entiendan que los caminos escogidos necesitan serias correcciones.