Bien decía Facundo Cabral: Un negro en la nieve es un blanco perfecto. Más que un mal chiste racista es un buen juego de palabras. Porque de racismo hablamos en este fin de siglo que con más pena que gloria se nos escapa. Racismo pródigo en formas y matices. Como hace casi un siglo, un nuevo fantasma recorre el mundo: el fantasma de la inmigración. Aquí y allá, los escudos protectores se levantan en las fronteras de la opulencia para proteger niveles de bienestar conseguidos gracias precisamente a emigraciones pasadas, cuando los nativos de los países nuevos ricos dejaron sus míseros solares para buscar mejores fortunas en lugares lejanos y hacer la América.
Los negros, los moros, los sudacas, tratan de encontrar en el prestigiado primer mundo, a cambio de trabajos serviles, salarios dignos que en sus países definitivamente no encontrarán. De ahí el retorno de los brujos; líderes como Le Pen en Francia, atraen cada día con más fuerza el voto ciudadano y anuncian la inminente toma del poder.
En Japón, la ultraderecha fascistoide y estridente, culpa a extranjeros de los muy relativos males que afligen a la economía japonesa. En Holanda comienza a ser común la quema de viviendas de extranjeros, y en Alemania, la caza del forastero es un deporte que se extiende cada vez más. Allá, matar a un negro sale por lo visto muy barato, unos 28 mil pesos más o menos. Tal acaba de suceder en Stade, ciudad cercana a Hamburgo, en donde un tal Wilfried Schubert acaba de ser condenado a dos años de libertad condicional y a 6 mil marcos de donativo a una organización humanitaria.
Sucede que hace tres años, el ingeniero Schubert regresaba en un tren atestado a su casa de las cercanías de Bremen. Al compartimento de primera en que viajaba se introdujo, cerveza en mano, un negro, un gambiano de nombre Bakary Sigateh, quien además se había colado sin boleto. El olor a cerveza molestó al ingeniero, quien abrió --en pleno diciembre teutón-- la ventanilla, que el negro cerró de inmediato. Se inició una agria disputa por la ventana abierta o cerrada del vagón, que culminó con el asesinato del negro, apuñalado varias veces con un cuchillo de caza que el alemán llevaba consigo.
Llevado ante los tribunales en 1995, el ingeniero salió absuelto. El jurado opinó que actuó en legítima defensa, entendiendo por defensa la de su territorio en el compartimento de primera clase, que él había pagado y el negro no. Además, circunstancia agravante, Sigateh se encontraba residiendo ilegalmente en Alemania. El veredicto escandalizó a algunas almas buenas, que apelaron contra el fallo absolutorio y lograron la revisión del proceso, que acaba de realizarse: dos años de libertad condicionada y 6 mil marcos, advirtiendo además, que el ingeniero no actuó por racismo, sino por ira ante la irrespetuosa actitud del joven africano. El asunto aún no ha terminado. La decisión le ha parecido a Schubert demasiado rigurosa y ha apelado a su vez contra la sentencia, con la seguridad, según ha expresado, de que esta vez será declarado inocente y se le hará justicia...
Como justicia hubo con Pedro Medina, aquel pobre marielito con visible retraso mental que, acusado de un crimen abominable, fue ejecutado en el estado de Florida, muy cerca de su Miami lindo y querido. De nada valieron sus reclamos de inocencia ni las sombras de duda que se alojaron en el ánimo de los jurados. No importa. Al cabo de 14 años de espera en el corredor de la muerte, Medina fue sentado finalmente en la silla eléctrica. Naa más que un fallo en los dispositivos le incendió la cabeza, en lugar de tostarlo parejito como dios manda.
El hecho ha preocupado a los responsables del estado de Florida, no tanto por el negro, sino por los muebles y decoración de la cámara. Se preguntan si cambian la silla eléctrica por una nueva, ya que la que tienen es un modelo muy antiguo, o si revisan los sistemas de encendido para que un accidente así no vuelva a producirse. No es para menos, pues es mucha la labor que les espera. Se acaba de librar uno, pero esa ejecución fue apenas la número 346 de las cerca de 3 mil 500 sentencias a la pena capital que han sido dictadas en Estados Unidos desde que que reinstauró la pena de muerte. De ellos, la gran mayoría son negros. Y alguno que otro chicano, naturalmente.
Muy naturalmente...