Iván Restrepo
Un vistazo a los bosques de Oaxaca
Pese a la destrucción de la naturaleza que se registra desde tiempo atrás, Los Loxichas, y particularmente el área de San Agustín, es una de las zonas boscosas mejor conservadas de Oaxaca. Se esperaría que dada la enorme riqueza que aún existe allí, las autoridades la protegieran debidamente e impulsaran programas de desarrollo por el bienestar económico y de vida de sus habitantes. A lo mejor ésa es la intención del gobierno estatal al anunciar la construcción de casi 500 kilómetros de caminos carreteros para comunicar la zona con el polo turístico de Huatulco y, de paso, fomentar el turismo ``ecológico''. Muchos consideran que los efectos serán distintos y que esa red carretera acelerará, entre otras cosas, el saqueo de madera a gran escala y la alteración definitiva de lo que hoy es un rico y aún no suficientemente estudiado ecosistema. En cuanto a un nuevo estilo de turismo... bien se sabe lo que piensan funcionarios oaxaqueños y que ilustran los ejemplos de Hierve el Agua y Monte Albán.
El comienzo de la destrucción final de Los Loxicha arrancó en octubre pasado, especialmente desde El Manzanal hasta el paraje Río Molino, por la carretera que une la ciudad de Oaxaca con Pochutla, en la costa. Desde entonces se han abierto numerosas brechas para sacar madera. En la tarea de tumbar los árboles se utiliza maquinaria pesada que ni siquiera deja los ``tocones'', violándose el artículo 40 de la actual ley forestal. Ante ello no falta quien opine que involucrar y tener en prisión al cabildo completo de San Agustín, acusado de tener nexos con el EPR, obedece en realidad al interés de los caciques madereros que así libran obstáculos en su afán de apropiarse de la riqueza de la zona.
Alarma comprobar que la pérdida de vegetación es más acelerada que nunca en San Agustín. Según datos del INEGI, entre 1988 y 1996 desaparecieron 330 kilómetros cuadrados, equivalentes a más del 40 por ciento. En ese mismo lapso, se perdió 65 por ciento de la zona arbolada de Santa María Zoauitlán, 44 por ciento de la de San Baltasar, y 65 por ciento de la de San Pedro Mixtepec. El caso extremo: en Miahuatlán la destrucción fue casi del 94 por ciento en el lapso referido: de 363 kilómetros de cubierta vegetal disponible en 1988, apenas quedan 23. En resumen, la información del INEGI documenta la desaparición de casi mil 500 kilómetros de vegetación en la zona sur en unos cuantos años; esa superficie se suma a lo que antes de 1988 dejó de ser bosque.
Y algo mucho más grave: la acción devastadora no se detendrá pues al principio del nuevo milenio se calcula que otros 730 kilómetros cuadrados habrán sufrido alteración. Así, apenas quedará 27 por ciento de la cubierta verde que había en 1988.
Hace tres años, Salomón Nahmad, Alvaro González y Marco A. Vásquez denunciaron en un revelador libro (Medio ambiente y tecnologías indígenas en el sur de Oaxaca, se llama) cómo la transformación del medio natural por el pastoreo, la ganadería extensiva y la expoliación comercial y de autoconsumo de recursos forestales y animales, estaban dañando seriamente el ambiente y el nivel de vida de la población que vive en esa porción de Oaxaca. Revelaron cómo, en lugar de partir de las características ecológicas y culturales específicas de la región, de buscar y emplear tecnologías y sistemas de trabajo adecuados, los planificadores oficiales alentaban el manejo de recursos a partir de criterios comerciales; además, el uso de insumos y técnicas orientadas a obtener beneficios rápidos a costa de la alteración del entorno y, en muchos casos, de la desarticulación social y económica de las comunidades. A pesar de las bien fundamentadas denuncias y sensatez de las alternativas propuestas para enmedar errores, nadie en el gobierno hizo caso de la exposición de los investigadores.
Como en otras partes del país, donde se ponen en marcha programas oficiales de apoyo a campesinos, y en especial a los indígenas, es evidente la carencia de una planificación productiva y tecnológica que tome en cuenta la dimensión cultural y ambiental. Se ignoran así los ancestrales conocimientos agroambientales de las etnias, sustentadas en formas de organización propias. En cambio se les impone un ``desarrollo'' que no entienden y alienta la destrucción de sus recursos. Ahora que tanto se publicitan las prioridades gubernamentales en el campo ambiental, un vistazo a lo que sucede en el sur de Oaxaca le vendría bien a quienes deben hacerlas cumplir.