La Jornada Semanal, 20 de abril de 1997
Ya la lluvia de mayo enciende botones de azucena.
En su trajín, deshace barcos de papel
botados con garfios desde un puente.
Odilón miraba los vuelcos de las naves
entre mis gritos subalternos.
Para averías de cabotaje, el astillero
descansaba a mis pies con precisos instrumentos de navegación:
alambres y tijeras, tabaco rubio y hojas de papel pautado
para escuchar también los compases del adiós.
-¡Capitán, la nave a estribor!
Los tumbos altos alcanzarán cubierta
y el equipaje de la tripulación.
Corrían las aguas hacia el sur.
Bajo una llovizna vespertina,
salía de la casa en busca del arroyo
de rápidas corrientes y puercas cataratas.
Trozos de leña y piedras del Calvario
se amontonaban en mi malecón.
-A pique se irán los dados y las cartas,
decía el capitán en estentóreo aviso.
Así pasaban las aguas hacia el sur.
Vastas tripulaciones vi partir
sin jamás volver al astillero.
La música puntual de don Arcadio
llegaba con Abril en Portugal,
pero Odilón nunca me dijo
-él que no hablaba de marinos-
qué olas secretas escondía el sur.