AUTOPISTA

Continuamos la lluvia de cometas con esta selección de textos. Las encendidas caudas de poetas, historiadores y astrónomos atraviesan el cielo de nuestra Autopista.

Referencias y definiciones de cometas en Libra astronómica y filosófica de Carlos de Singüenza y Góngora:

así, como fue conveniente que en el globo terráqueo hubiese no sólo plantas y árboles venenosos, sino víboras, sierpes, alacranes, escuerzos, dragones, basiliscos para que según la combinación de sus cualidades atrajesen a sí con violencia simpatética los hálitos, expiraciones y efluvios venenosos y mortíferos de la tierra y cuerpos metálicos, no sólo para que a ellos, según su naturaleza, sirviesen de alimento, sino para que no se difundiesen por el universo, con daño del resto de los vivientes (según doctamente lo discurre el padre Atanasio Kirchero en su Mundo subterráneo); de la misma manera, era necesario que hubiese alguna cosa donde se juntasen y consumiesen los hálitos, vapores, expiraciones y efluvios venenosos que pasaran a la región del aire, o que exhalaron las estrellas allá en el cielo, que son de las que el cometa se forma, para que en él se abrasen y se consuman.

(Atanasio Kircher, Mundo subterráneo, 14)

Doctrina es de Keplero, que el cometa hace a este fin de que, contraída la grosedad nociva del aire, como endurecida superfluidad o recremento y como reducida a una apostema, se evacúe y limpie con ella toda maligna intemperie del aurora celeste (Kepler, 42)

Opinan [los doctores] ser el cometa como un apostema o malévola hinchazón, albergue de malignos humores y podredumbres, con cuya resolución se evacúa la maleza del aire y jurisdicción etérea; o como el fuego que apura y limpia los nocivos alientos y sulfúreos o dañosos aflatos vecinos a nuestro globo. [...] aquella como resolución de la apostema, por ventura sería útil cuando se resolviese su malicia fuera del cuerpo o viviente a quien aquejaba o empecía, no empero cuando se queda el mal de puertas y venas adentro del cuerpo que le padecía, pues aunque con la médica industria se suprima o disuelva, no dejará de molestar o deteriorar al viviente. Lo mismo se debe filosofar del incendio del cometa...

(Kino, Exposición astronómica, 42)

El fin último de los cometas es resolver las exhalaciones provenientes de las grandes conjunciones, eclipses u otras malignas mutaciones de los astros, a las que la Tierra, infectada o como hinchada y atacada por alguna enfermedad gravísima, expele como en una crisis; y si no fueran ellas expelidas, sucederán terremotos, incendios, inundaciones, furores de tempestades, cambios de reinos y de leyes, corrupciones de los frutos, pestes, muertes repentinas de animales, y estaría, en fin, ciertamente próximo el prematuro fin del universo, a menos que en la suprema región del aire se congregaran, quemaran y desvanecieran.

(Raxo, De Cometis, 48)

En lo que toca a la causa material, fue en este caso todo cuando evaporable y exhalable hay en esta máquina inferior, como agua, tierra, todo cuerpo viviente, plantas y aún los mismos cuerpos muertos sepultados en la tierra...

(doctor Josef de Escobar Salmerón y Castro, Discurso cometológico, impreso en México por la viuda de Bernardo Calderón en 1681, 56)

Todas las formaciones ígneas semejantes a los cometas, a saber, las vigas ardientes, los dragones volantes, las antorchas, las estrellas que caen, los fuegos fatuos, las cabras danzantes, el fuego Tindárico en torno a las antenas, etcétera, se forman de una exhalación cálida, seca, sulfúrea o nitrosa, y encendida; y no difieren del cometa sino por la figura y duración...

(Aristóteles, De la Meteorología, 60)

Ningún cometa es culpado,
Ni hay signo de mala ley,
pues para morir penado
la envidia basta al privado
y el cuidado sobre al rey...
(Francisco de Quevedo)

Sebastián de Covarrubias. Tesoro de la lengua castellana o española

Lucano, Lib. 1:

Extraños astros vieron en las noches oscuras,
y al horizonte ardiendo en llamas y volando en el cielo
por el vacío curvas antorchas, y la cabellera del astro
temido y al cometa que cambia en la Tierra los reinos.

El cometa es una impresión ígnita, que se causa en la región suprema del aire, por virtud de los astros y exhalación caliente y untuosa; y porque ordinariamente en sus extremidades por la rarefacción de su materia hace unos deshilados, a manera de cabellos, se llamó cometa, del mismo griego, id est, crinitas.

[Lucano escribe estos versos en el año 50 antes de Cristo... el cometa supuestamente precede las guerras civiles de Pompeyo y César; en De Bello Pharsalico.]

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Subordinación (I)

En tu relación de pareja, ¿quién está subordinado?

Frente a esta pregunta hay dos posiciones habituales:

1) La primera es hacer chistes. ``Qué pregunta, claro que manda mi mujer.'' Pocos asuntos alimentan más todo tipo de comicidad de gusto dudoso que la subordinación matrimonial. Es decir, el asunto cala, pero no es fácil de tratar abiertamente porque tiene algo de enredado e inquietante. Y es díficil no tener prejuicios en estas cosas.

2) La otra es negar que haya subordinación. ``Nos entendemos muy bien, ninguno domina, de todo hacemos acuerdo.'' Sí, claro, pero la subordinación no queda en el terreno de las concertaciones y los acuerdos. La autoridad no deja de ser subordinante porque platique y llegue a acuerdos con las partes en conflicto.

Hay una tercera posición, pero no es habitual, y consiste en pensar en el asunto.

Cuenta Boswell que sobre el tema predilecto de Rousseau, la subordinación de unos hombres a otros, Johnson dictaminaba con su rotundidad característica:

-Tan lejos de la verdad está que los hombres son iguales, que dos personas no pueden estar juntas media hora sin que una adquiera evidente superioridad sobre la otra.

Puede ser, pero la historia tiende a la igualdad y algunas subordinaciones institucionales han ido cayendo. La nobleza, vía el fast track de la guillotina, fue perdiendo sus privilegios y el macho, vía el alzamiento feminista, los suyos frente a la hembra. Pero la subordinación persiste, no puede acabarse, está en el corazón de nuestras cosas. Primero porque hay subordinaciones naturales, sanas y deseables, como la de los niños chicos a sus padres y las de los educandos a sus maestros. Y segundo porque casi toda forma de organización presupone subordinaciones. La fábrica, el ejército, la junta de vecinos, la banda de deshuesadores de coches, el partido político, el servicio diplomático, el cártel de narcos, el equipo de futbol, basan en ella no sólo su eficiencia sino su posibilidad misma de existir.

De este tipo de subordinación no estamos hablando aquí. Nuestro asunto es más chiquito. Se trata de indagar si, según la pesimista observación del Doctor Johnson, hay subordinantes y subordinados en donde, aparentemente, no debería haberlos, es decir, en la relación de pareja. Vivimos tan inmersos en todo tipo de subordinación que bien puede suceder que una pareja se organice, no como pareja, sino como empresa o batallón o banda criminal o salón de clases.

Así pues, ¿será cierto? ¿Una persona tiene que imperar sobre la otra? ¿Por qué? ¿Cómo se manifiesta la subordinación? ¿Qué causas tiene?

-Te callas, yo voy a decidir qué vamos a contestar.

No, de ninguna manera, la subordinación no tiene por qué ser gruesa y brutal. No es cosa de tú manda yo obedezco, no es nada más el ``sí señor'' que damos al jefe, al gurú, al director, al bwana, al presidente. Si es cierto lo observado por el Doctor Johnson, la subordinación tiene que ser sutil y aun muy sutil, tan sutil que muchas veces dominante y subordinado no advierten ni pueden darse cuenta de la relación que han establecido.

Dado que las personas de la pareja han estado juntas, no la media hora de Johnson, sino mucho más, a veces larguísimos años, uno tendría que imperar sobre el otro. Pero no es fácil saber qué lugar ocupa cada uno. Prueba a adivinar quién impera en cada una de las uniones que te encuentres y verás que no, no es fácil decidir la cuestión.

¿Cómo resolver quién lleva la batuta en cada relación? ¿Podemos dictaminar sobre eso en general? Vamos a acercanos al problema. Empecemos sacando al amor del juego.

En toda pareja, observa Gide, uno (o una) ama, y el otro (u otra) se deja querer. Son dos personas, una de ellas tiende a agradar a la otra, que recibe silenciosa su dosis de veneración. El vasallaje caballeresco de Amadís o Don Quijote son ejemplos extremos de esta actitud.

Estoy simplificando, es evidente, pero sólo para echar luz. Hay que precisar de inmediato, y contrariando a los libros de caballerías, que la persona amada o venerada no tiene por qué imperar en la relación.

La razón, si no la has adivinado, la discutiremos en la próxima entrega.




Naief Yehya

AL OTRO LADO DE LA CORTINA DE BITS

La invasión silenciosa de los microprocesadores

Hace unos pocos años, en las tiendas no había estantes completos para las revistas especializadas en Internet. Tampoco se publicaban alrededor de 2,500 artículos mensuales sobre ese medio en la prensa, ni se consideraba a la red de telecomunicaciones digitales como la esperanza para democratizar gobiernos como el nuestro, ni se promocionaba al World Wide Web como la aventura educativa que salvaría a los moribundos programas escolares. Lo que parecía una moda tecnológica más, rebasó todas las expectativas de impacto y súbitamente ha comenzado a reordenar la estructura misma de los sistemas políticos, económicos, sociales y culturales del planeta. Pero es obvio que la revolución digital no tuvo lugar de la noche a la mañana. Como sucedió durante la revolución industrial, los cambios fueron dándose de manera paulatina. Podríamos decir que el invento que inaugura la era digital es el microprocesador, en 1971. Durante 25 años los microprocesadores han entrado a todos los dominios del quehacer humano, y en particular al hogar, como en la obra de ciencia ficción de Jack Finney que ha sido llevada tres veces al cine: Invasion of the Body Snatchers/Invasores de cuerpos (Don Siegel, '56; Philip Kaufman, '78 y Abel Ferrara, '94). Hoy casi en cualquier hogar clasemediero hay varias decenas de chips controlando hornos de microondas, televisores, estéreos, calefactores, lavadoras, videocaseteras y por supuesto computadoras. La tecnología ha estado apilándose por años, pero hacía falta que alcanzara su masa crítica y pareciera un catalizador para que todo cambiara y nada volviera a ser igual. Ese catalizador es por supuesto Internet.

¿Qué seremos en la era de la promesa digital?

La revolución ya está aquí. Pero la pregunta sigue siendo la misma. ¿Para qué queremos todo esto? (o como dice el eslogan publicitario de Microsoft: Where do you want to go today?/ ¿A dónde quieres ir hoy?): para hacer reservaciones en un vuelo, para consultar cualquier biblioteca del planeta a cualquier hora, para concientizar votantes (como el espacio http://www.elector.com.mx), para ver fotos digitalizadas de mujeres encueradas, para dar voz a las comunidades indígenas (www.laneta.apc.org/cni/HP.htm), para informarse acerca de las condiciones de los refugiados políticos en el mundo (www.nnirr.org), para conocer los últimos avances en materia de clonación, para escuchar grabaciones inconseguibles de Grateful Dead, para buscar un(a) amante. Internet sirve para todo esto y mucho más. Pero el problema realmente es: ¿qué clase de humanidad seremos al otro lado de la cortina de bits? El capitalismo industrial y el socialismo burocrático convirtieron a millones de campesinos en obreros. Hoy el primero amenaza colapsarse a pesar de que las bolsas de valores del mundo rompen récords diariamente, y el segundo no es más que un recuerdo sombrío. Es cierto, Internet ofrece la posibilidad de crear pequeñas comunidades solidarias, microsociedades democráticas y redes de individuos que discutan los usos y abusos del poder. Pero también es un poderoso vehículo de manipulación de masas, ya que para controlar la realidad no hay nada mejor que inventarla, y ningún medio es más adecuado para rediseñar el universo que el ciberespacio. El enigma principal para las empresas de hardware y software era encontrar una forma de llevar la industria digital a las masas. Las compañías respondieron creando nuevas necesidades. Sin embargo, las incógnitas fundamentales que debe responder el usuario son: ¿en qué nos vamos a convertir en la era de la promesa digital?, y ¿en qué se va a transformar el poder que logre controlar la red?

Existe la creencia popular de que la tecnología es algo semejante a una fuerza de la naturaleza, una potencia fuera de control que a veces resulta benéfica, otras peligrosa, pero siempre incontrolable, ajena a la ideología, la política y la economía. Un poder caprichoso y divino que a cambio de ciertos sacrificios ofrece un paraíso donde el hombre será liberado para siempre de los trabajos monótonos, riesgosos y esclavizantes. Es claro que la tecnología por sí misma no puede llevar a la humanidad a ningún lado. Los políticos de todo el planeta han infestado sus discursos de tecnodemagogia y han prometido una y mil veces entregar a sus pueblos las llaves del reino digital. Ejemplos: Clinton y Gore piensan poner computadoras en los decadentes e hiperviolentos salones de clases de las escuelas privadas; Chirac está a punto de abrir una superciberbiblioteca mientras la ultraderecha sigue conquistando victorias y amenazando la supervivencia misma de la cultura, así como del derecho de expresión más elemental; Newt Gingrich promete deducciones de impuestos a los pobres para que compren computadoras (seguramente eso es lo que más les preocupa a los millones que viven en condiciones tercermundistas en Estados Unidos). La realidad es que la brecha entre las élites informatizadas y las masas no conectadas se está ampliando. Basta ver que en México los marginados (en especial las masas de gente sin hogar) no sólo no tienen acceso a Internet (ni a una sumadora mecánica), sino que están perdiendo el acceso al simple teléfono público. Pedir un peso para hacer una llamada era relativamente fácil; conseguir 20 para comprar una tarjeta telefónica es mucho más difícil para alguien cuya preocupación elemental es procurarse la siguiente comida.

¤ Naief Yehya ¤ [email protected]