José Agustín Ortiz Pinchetti
La transición: una guía para descarriados

¿Qué ha hecho el Presidente en favor del PRI para provocar una crítica tan iracunda? No mucho: ha expuesto su prestigio para favorecer a los candidatos del PRI, su partido, en la próxima ronda electoral. En cualquier país democrático, el presidente no sólo podría, sino debería defender a sus correligionarios.

Pero México no es un país de democracia normal. El proceso de transición en que vivimos parece reclamar del Presidente una actitud neutral y hasta un tanto mayestática propia de un jefe de Estado, más que la de un jefe de gobierno.

¿Por qué el Presidente renunció al papel de líder relativamente imparcial que había ido construyendo para sumarse a los actos partidistas y apoyar al PRI? Parece que van creciendo las posibilidades de una derrota muy contundente del PRI. El peligro de perder el control de la Cámara de Diputados y del Distrito Federal (y sus 15 mil puestos administrativos) puede estar poniendo nerviosos a los priístas y al mismo Zedillo. Es cierto: estas derrotas del PRI serían un gran aliado para la transición y facilitarían el trabajo reformista de Zedillo. Lo convertirían en un personaje histórico. Pero a lo mejor, ante las presiones internas y las dudas personales, el Presidente ha optado como todos sus antecesores por aferrarse al aparato que lo llevó al poder.

El apoyo retórico de Zedillo al PRI, aunque sea muy irritante, no significa una recaída en la forma tradicional en que los presidentes ``ayudan'' al PRI. Como dice Aguilar Zínser, el Ejecutivo federal nunca ha sido imparcial al PRI. Nunca hubo entre ellos, ningún género de distancia. ``El poder del Presidente, su prestigio, los recursos de su cargo, el peso financiero, han estado siempre del lado del PRI. En reciprocidad, el PRI ha estado siempre al servicio incondicional del presidente en turno, sea quien sea, haga lo que haga. Esta ha sido la naturaleza del régimen''.

En el pasado, el presidente ordenó a toda la administración pública (gobernadores, presidentes municipales, ministros, subsecretarios, oficiales mayores, etcétera) y a todo el sector paraestatal de apoyo (grandes empresarios, comunicadores, eclesiásticos, banqueros, autoridades universitarios, etcétera) actuar como un sólo hombre en favor del partido en el poder. Los presidentes utilizaron este enorme poder a nivel local en elecciones competidas y, a nivel federal, hubiera o no elecciones competidas. Eran tan poderosa esta maquinaria que durante varias déca- das se le llamó ``la aplanadora''. Cuando la aplanadora no era suficiente, el presidente autorizaba fraudes electorales. Los autorizó en multitud de elecciones locales y también en las elecciones federales, aunque fuera una pequeña probabilidad de que perdiera el PRI. Los fraudes fueron perpetrados por instrucciones ``centrales'' y aplicados por un equipo administrativo muy profesional, dotado de tales recursos y tan desprovistos de control, que cada elección muy competida significaba una oleada de dinero y producía una ``comalada'' de millonarios, entre los organizadores y usufructuarios de los procesos.

Aquellos que observamos el proceso de transición debemos estar atentos más allá de los espaldarazos del Presidente a su partido, de los proyectos que pueden desarrollarse en las próximas semanas para volver a utilizar el poder y los recursos del Estado, sin control y en favor del PRI. De ser así, y como sucedió en 1994, en favor de la candidatura a la propia presidencia, la oposición volvería a ser superada políticamente y la posibilidad de transición y alternancia, aniquiladas. Para no descarriarnos debemos estar atentos a los hechos duros que van constituyendo las líneas de influencia del Ejecu- tivo sobre el proceso electoral.

A propósito de descarriados, aquellos que quieran entender, vivir y actuar en el proceso transición harán bien en comprar, leer y subrayar el nuevo libro de Víctor Flores Olea ¿Una democracia para qué?, (Océano, 1997. 288 P.). Se trata de una buena guía en un territorio agreste, de incertidumbres, búsquedas, tanteos, pruebas y contrapruebas, errores, confusiones, actitudes extremas y, sin duda, aciertos, búsquedas fructíferas y encuentros.

En este brevísimo espacio apenas podría apuntar cinco méritos del trabajo de Flores Olea.

1.- Es un resumen excelente de lo que nos está pasando. No es un libro testimonial. Realiza un recuento de lo que han sido las transiciones pacíficas y violentas. Las crisis de los partidos y de los gobiernos autoritarios, así como el repunte que ha demostrado la sociedad civil organizada y los medios de comunicación en los últimos años.

2.- Es muy realista. No sólo disecciona los últimos dos gobiernos neoliberales (de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo) sino que explica su llegada como producto de un agotamiento anterior de un modelo de desarrollo y como resultado de las presiones reales del capital financiero internacional.

3.- Es buena medicina contra el optimismo desaforado. Con sencillez y profundidad analiza el periodo de transición en el cual vive México, así como los aciertos, virtudes, errores y posibilidades que conllevan las democracias contemporáneas.

4.- Contiene una propuesta: enumera los rasgos y las características que ayudarían a México a lograr una transición adecuada hacia una democracia social que se constituya en el medio ideal para mejorar la calidad de vida de las mayo- rías de nuestro país.

5.- Es imaginativo. Analiza desde diversos ángulos las posibilidades de alternativa que se le presentan a nuestro país en este importante año electoral de 1997 y cómo afectarían los resultados de esta contienda a México en su camino hacia la democracia.