La Jornada domingo 20 de abril de 1997

Pablo Gómez
Televisa

La muerte de Emilio Azcárraga, accionista mayoritario del consorcio Televisa, ha estado envuelta de reconocimientos y elogios a su trayectoria. Quizá esto se deba al hecho mismo de que ha muerto una persona conocida e importante. Pero no se puede hablar de Televisa --y, por tanto, del desempeño de Azcárraga-- sin señalar la militancia antidemocrática de éste.

Televisa es un producto genuino del Estado mexicano. Sin el apoyo estatal, el consorcio jamás hubiera sido lo que es hoy. No se trata solamente de las concesiones para el uso del espacio aéreo mexicano, entregadas a Televisa al grado de configurar una práctica monopólica, prohibida inútilmente por la Constitución del país. Los apoyos fueron de todo tipo, incluyendo el trueque de los impuestos que deben pagar los anunciantes por el 12.5 por ciento del tiempo total de transmisión, el cual ni se ha usado a plenitud ni es necesario, pues el Estado puede usar, mediante ley, el tiempo que requiera.

Díaz Ordaz firmó un decreto para este trueque, lo que se traduce en un ingreso adicional a las empresas de televisión y radio, pero favorece especialmente a Televisa, pues esta empresa es la más cara de todas. El decreto es absolutamente inconstitucional y, sin embargo, sigue vigente.

El control gubernamental sobre los medios de comunicación masiva está en las leyes y ha sido una de las características del sistema político mexicano, pero en el caso de Televisa, más que la presión de las autoridades lo que ha prevalecido es un gran acuerdo entre la empresa y los gobernantes. Se trata, en efecto, de la militancia priísta de Emilio Azcárraga, quien no fue un hombre del sistema en general sino, más en particular, del PRI.

No se puede dejar de recordar la actitud de Televisa en el movimiento estudiantil de 1968, haciéndose eco de las mentiras del gobierno sobre la causa de la matanza del 2 de octubre, después de haber hecho toda una campaña contra los estudiantes, la cual continuó por años.

El entretenimiento de Televisa --innegable instrumento educativo, a pesar de lo que decía Azcárraga-- ha sido cuestionado por muchos, lo cual mantiene abierta la polémica, pero en lo que no debería haber duda es en la manipulación informativa que el consorcio ha hecho desde siempre. No se trata solamente de las claras mentiras contra críticos y opositores del gobierno, sino de lo que no se informa, de lo que se oculta, lo cual es mucho más que las deformaciones de los hechos reportados.

México es uno de los países donde la información en Tv está más distorsionada, aunque muy de vez en cuando se expresan opiniones disidentes para cuidar las apariencias. Televisión Azteca sigue los mismos pasos que Emilio Azcárraga, aunque el señor Salinas Pliego es mucho más burdo.

La cuestión de fondo siempre estuvo --naturalmente-- en el sistema de televisión diseñado por el poder del Estado. Pero todo lo social está ligado a personas concretas. Así que Azcárraga se convirtió en el principal conductor de ese mecanismo antidemocrático de comunicación: toda su vida fue como un alto funcionario público, de carácter vitalicio, pero con enormes ganancias legales.

La televisión mexicana tendría que ser profundamente reformada, para eliminar el oligopolio promovido por el Estado, abrir ese medio a las diversas expresiones de la sociedad mexicana, garantizar una información pluralista, permitir a los intelectuales y artistas proyectar su trabajo y --en síntesis-- dar un uso democrático a ese bien del dominio público que es el espacio aéreo, a través del cual se propagan las imágenes y los sonidos.

Como heredero de su padre, Azcárraga dirigió un gran emporio basado en concesiones del Estado. Su poder siempre fue extensión del poder público. Su gran fortuna, sin embargo, es propiedad de un reducido grupo de personas. El sistema que prohijó tal situación debería ser, al menos, objeto de discusión pública, pero esta es una de las tantas cosas que no pueden hacerse en la televisión... todavía.