Esta semana, Pemex anunció el inicio de un proyecto grande para aumentar la producción de gas natural en la Cuenca de Burgos, entre Nuevo León y Tamaulipas, que llega hasta la frontera con Estados Unidos. Hasta hace poco no se había dado mucha importancia al desarrollo de esa zona, con el argumento de que era más barato sacar gas asociado al petróleo del sureste. Como para muchos era evidente que esto último no sería suficiente, ante la creciente demanda nacional de gas, habíamos insistido en que se aprovechara mejor el gas no asociado, que existe sobre todo en el norte del país.
Las causas del fuerte aumento en el consumo de gas natural, en el pasado reciente y en el futuro previsible, son varias. Este combustible causa menos daños ambientales que los combustibles líquidos, razón por la cual se está usando para sustituirlos, especialmente ante la entrada de una norma ambiental más rigurosa el próximo 1o. de enero. Ya han sido convertidas a gas natural instalaciones importantes. Esa norma implicará también cambios en otras más. Está también la construcción de redes de gasoductos en no menos de 20 ciudades, incluido el Valle de México, a medida que se concursen las áreas respectivas, con lo que el gas natural por tubería desalojará fácilmente al gas LP que se surte por pipas o camiones.
El aumento de la demanda de gas en los próximos años rebasará la capacidad de producción de Pemex, que es lo mismo que decir la producción nacional. Qué bueno que se desarrolle la Cuenca de Burgos, pero ni con eso es suficiente. Las importaciones, que en los últimos años han sido de cantidades pequeñas, se pueden disparar.
El problema de una posible dependencia estratégica se presenta sobre todo para el noroeste del país, adonde no llegan gasoductos del interior de México, y toda la demanda se cubre con gas natural importado de Estados Unidos. Aún en los casos de abastecedores canadienses, la distancia es tan grande que físicamente no llegaría el gas desde Canadá, sino mediante un intercambio o swap entre gas canadiense en el norte de Estados Unidos y gas del sur de este último país que entraría a México. No existen gasoductos ni condiciones para que nuestras importaciones de gas natural lleguen de ningún otro país.
El noroeste de México es, al mismo tiempo, la parte del país con mayor ritmo de crecimiento en la demanda de energía. Una vez avanzado el proceso de conversión a gas del que acabamos de hablar, ciudades como Tijuana, Mexicali, Hermosillo y otras, estarían dependiendo del gas natural para generar electricidad, mover las fábricas y hasta para cocinar y calentar el agua del baño. Una eventual interrupción en el flujo del gas natural importado desde Estados Unidos paralizaría la vida económica de la región.
Es difícil saber qué tipo de causa o causas podrían contribuir a una suspensión así. Puede haber problemas de abasto en el vecino país y que den prioridad a la demanda interna sobre la exportación; o que autoridades estatales o federales lo usen como medio de presión para imponer condiciones de bloqueo en México al paso de indocumentados, o para condicionar nuestra política petrolera. El hecho es que ese riesgo, que actualmente es menor, crecería si esa región depende del gas natural y no resolvemos a tiempo la forma de abastecerla desde el interior. Cualquier solución implica un buen tiempo de trabajo, así que ésta debe ponerse en práctica ya.
Una posibilidad es la construcción de gasoductos del interior del país al noroeste. Pero hay otra más atractiva, pues de todos modos la explosiva demanda de gas en el resto del país será importante. Existe en esa misma región, en la parte norte del Golfo de California, una región llamada Cuenca Salina, en la que hay importantes reservas de gas natural. Pemex estuvo explorando la zona, y llegó a encontrar gas en condiciones de ser explotado comercialmente. Pero las plataformas de perforación fueron retiradas de ahí y trasladadas a la Sonda de Campeche, que porque allí serían más rentables, claro, en los cortos plazos como lo muestra la realidad actual. La reanudación de estos trabajos es ahora de la mayor urgencia. Precisamente hablamos de peligro de dependencia estratégica, en el sentido de que la interrupción de esas importaciones de gas dentro de pocos años, podrá implicar la paralización de la vida de la región y daños importantes a la economía nacional.