En México no se trata hoy en modo alguno de discutir si la crisis bancaria ya ha tocado fondo; simplemente aún no se ve cuál puede ser el fondo. El saneamiento de los bancos es hasta ahora --y después de dos años--, cuando mucho parcial y definitivamente insuficiente, lo que pone en riesgo a todo el sistema económico. El destino de recursos públicos para detener el colapso de los deudores y mantener a flote las instituciones bancarias representa un enorme costo y no hay una perspectiva de dónde puede terminar esto.
La revista The Economist, firme defensora del libre mercado, publicó un amplio reportaje sobre la situación de los bancos en los llamados mercados emergentes (número del 11 al 18 de abril). Empieza citando al autor estadunidense Ogden Nash, quien dijera: ``Los banqueros son iguales que el resto de nosotros, solo que más ricos''. Y añade el semanario inglés que lo que no señaló Nash es la tendencia de la comunidad de los banqueros a enriquecerse mientras el resto se empobrece.
Este es el escenario de lo que ha estado ocurriendo en México, primero con el entusiasmo de los mercados financieros, incluida la privatización de los bancos durante el sexenio salinista y la gestión financiera de Pedro Aspe, y luego con la más reciente fase de la crisis económica iniciada en 1995, que ha significado una desviación de los recursos para sostener a los bancos y permitir una ventajosa participación extranjera en ese sector.
La situación de los bancos es frágil. Los activos bancarios representan una parte muy grande del total de los activos del sistema financiero, más de 80 por ciento. El gobierno se ha apropiado de buena parte del sistema mediante la adquisición de la cartera vencida y con el Fobaproa es ya el mayor propietario de bancos. La cartera vencida representa una alta proporción de la cartera total de los préstamos y todavía puede crecer, y esta proporción está ya muy por encima de la que se registra en otros países. A pesar de que se ha aumentado el nivel de capitalización de los bancos, esta medida no es suficiente, sobre todo cuando se aplican los criterios contables de la OCDE. Entonces, la vulnerabilidad bancaria se expresará de una manera más evidente y no habrá que sorprenderse.
Los costos de la crisis bancaria crecen cada día; la fragilidad abarca a las instituciones más grandes del país y es mucho más clara en el conjunto de los pequeños bancos y sus empresas financieras asociadas, como son las de factoraje y arrendamiento. Las cifras del dinero involucrado en el salvamento del sistema bancario son enormes, miles de millones de pesos en el Fobaproa y otro tanto más en Fiderca, este último creado sólo para hacer frente a la cartera vencida de Nacional Financiera después de una desastrosa gestión de la que nadie da cuenta cabal todavía. Para tener una idea de la repercusión fiscal de la crisis financiera, deben añadirse otros esquemas de salvamento creados por el gobierno, como el aplicado al que habría de ser un gran negocio y orgullo del proceso de privatización: las carreteras concesionadas --otra cuenta pendiente aunque sea de explicación--, y hasta las deudas con el gobierno federal que tienen los estados y municipios. Con todo esto, el ahorro público generado mediante la contracción del gasto y el ahorro privado extraído con la caída del consumo han tenido que dirigirse a salvar una estructura que tiene pies de barro, sacrificando la inversión y un crecimiento equilibrado de la economía. Así, una de las grandes paradojas de la gestión económica actual consiste en el registro de un crecimiento productivo concentrado en muy pocas actividades y una estructura financiera en crisis. Esto no puede durar y pronto habrá que validar la distorsión que se ha provocado en esta nueva recuperación económica. Por ahí habría que empezar el recuento de esta crisis bancaria, que está todavía en un camino cuyo fin no puede vislumbrarse