A pocas semanas de haber iniciado sus campañas con miras a las elecciones del próximo 6 de julio, algunos de los partidos políticos contendientes han caído en las descalificaciones mutuas, las críticas personales y los ataques sesgados.
Cuando aún no se apagan los ecos de la polémica por las propiedades del panista Diego Fernández de Cevallos y del presidente Ernesto Zedillo en las afueras de Acapulco, nuevas acciones propagandísticas descalificadoras siguen teniendo lugar entre panistas y priístas.
En su número 725, el órgano informativo del PRI, La República, publicó un execrable fotomontaje en el que compara al presidente nacional panista, Felipe Calderón Hinojosa, con Adolfo Hitler. En un capítulo más de este intercambio, el propio Calderón acusó a Cuauhtémoc Cárdenas y a Alfredo del Mazo, rivales del candidato panista al gobierno capitalino, de poseer fortunas mal habidas. En el episodio más reciente de esta guerra de acusaciones, Humberto Roque Villanueva, presidente del CEN priísta, se refirió a los candidatos del PAN y del PRD de ``mediocres, intrascendentes e intolerantes'', calificativos que empeoran el ya degradado clima prelectoral.
No es el caso, ciertamente, acallar las naturales diferencias partidarias e ideológicas, y menos aún ocultar o escamotear denuncias sobre presuntos comportamientos indebidos de personajes públicos de nuestra vida política, independientemente del partido al que pertenezcan. Los señalamientos correspondientes, sin embargo, debieran ser ventilados en el ámbito jurídico y no en los actos y acciones de campaña. Por lo que hace a las descalificaciones gratuitas y los simples insultos, ningún líder político, en ningún ámbito, debiera recurrir a unas y otros, bajo ningún pretexto.
El periodo previo a la votación del próximo 6 de julio es un tiempo justo para conocer los programas de cada partido, sus propuestas de trabajo y de solución a los muchos problemas que aquejan al país. Es un breve lapso en el que los ciudadanos habrán de familiarizarse con los distintos proyectos de gobierno para elegir conscientemente entre todos ellos. Es lamentable que las energías y los tiempos de campaña se vayan en formular acusaciones y proferir epítetos ofensivos. Ningún empeño proselitista digno y de altura puede fundamentarse en la descalificación de los rivales.
La sociedad debe exigir a los responsables de esta degradación del ambiente político que depongan las conductas mencionadas y se esfuercen en desarrollar un debate público serio sobre los proyectos de país que cada partido político defiende. Ha de considerarse que las andanadas de acusaciones e improperios deterioran la de por sí pobre imagen pública y la menguada credibilidad de la clase política nacional y, más grave aún, desalientan el voto ciudadano. Y un alto nivel de abstencionismo en julio próximo representaría una derrota para todos los partidos, para el desarrollo de la institucionalidad democrática y para la sociedad en su conjunto.