Arnoldo Kraus
Sida: moral y obligación

Si se revisa el número de declaraciones no sólo suscritas, sino incluso auspiciadas por México en relación a la salud como derecho, sorprenden algunos sucesos recientes. Hemos respaldado, entre otras, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), la Declaración de los Pueblos de América, que incluye el Plan Decenal de Salud Pública de la Alianza para el Progreso (1961), la Declaración de Alma Ata (1978), la Convención Americana sobre Derechos Humanos en Materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales: ``Protocolo de San Salvador'' (1988). Sucintamente, el corazón de estas reuniones contiene las mismas fibras que dan vida a la Carta Magna de la República: el derecho a la protección a la salud es un precepto constitucional. Efectivamente, México es tierra de refranes: ``del dicho al hecho...''.

Las recientes querellas de algunos enfermos con síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) contra la Secretaría de Salud (Ssa), el Consejo Nacional de Prevención y Control del Sida (Conasida) y el IMSS, plantean dos grandes dilemas y contribuyen a continuar desnudando las obcecadas fauces de grupos e ideas decimonónicas. La primera cuestión incluye una apretada soga a la ética médica, cuyo nudo amenaza profundamente la relación médico-paciente. No sólo compete a médicos o instituciones que tratan enfermos con sida, sino a la profesión en general. Confieso que me he visto involucrado en situaciones similares.

El recuento del problema es simple: el afán de progreso de la medicina implica, después de haber realizado ensayos con fármacos en animales, probarlos en humanos. Al afectado se le invita a participar aduciendo atractivos como medicamentos, consultas y exámenes de laboratorio gratuitos. De hecho, la idea se pule y se vende fácil pues se dice que por ser sujeto de investigación, se le cuidará ``más y mejor''. Lo que no se comenta, o casi nunca se estipula, es qué sucederá cuando acabe el protocolo. Si la droga no sirvió, no hay problema, pero si el paciente mejoró y el fármaco es incosteable --como suele suceder en sida--, ¿qué decirle al afectado? Abandonarlo a su suerte es amoral. Recordarle que sirvió sólo como ``conejillo de indias'' es ilícito. Este es precisamente el brete suscitado entre 140 enfermos que participaban en dos estudios auspiciados por la Ssa y Conasida. Al finalizar alguna de las fases de la investigación se les suspendió el suministro de las drogas. Ciencia médica y moral no son avenidas distintas. La crisis económica como pretexto para suspender apoyos carece de traducción ética, y el lenguaje de la moral no entiende la noción de ``pacientes para protocolo''. Si se desea investigar, sobre todo con pacientes incapaces de afrontar gastos --los ricos no suelen ser sujetos de investigación--, el compromiso debe ser total: abandonar a quien mejoró, desdora y sepulta el resultado de cualquier hallazgo científico.

El segundo dilema, proveniente del entramado anterior, es la incapacidad del Estado para proteger y brindar salud óptima a sus ciudadanos. Nunca será suficiente insistir que en México la justicia será sólo entelequia mientras que el derecho a la protección a la salud siga siendo papel; todo connacional enfermo o con desventajas físicas determinadas incluso antes del embarazo nunca llegará al Senado ni será ministro. Desfiguro el título de aquella famosa cinta: el destino no alcanza, el subdesarrollo es la regla para quien carece de salud. De hecho, la incapacidad de Conasida y la Ssa para apoyar a sus enfermos proviene de un Estado carente de recursos para cuidar y medicar a sus votantes. Turbiedad similar es la que sucede con aquellos derechohabientes del IMSS que adquirieron el sida por transfusiones realizadas en sus nosocomios. Exigen medicamentos, pruebas de laboratorio eficaces y un área de atención adecuada. Sus peticiones tienen fundamentos de sobra. El IMSS ha dicho reiteradamente que no hay desabasto y publicita con orgullo cifras impresionantes de protección a sus usuarios. ¿Por qué no lo demuestran con sus enfermos?

Se agota el espacio, pero no las dolencias emanadas del vínculo aquí expuesto entre sida, moral y obligación. Aprieto una última idea. Mientras que al PAN y grupos afines les fastidian los condones, la Ssa calcula que en los próximos tres años el número de muertos y enfermos de sida se incrementará. Para la desventura de los celadores de la moral, el virus de la inmunodeficiencia humana aniquilará más heterosexuales que homosexuales. ¿Dónde y por qué torció su ruta la justicia divina?.