En el entendido de que durante las semanas Santa y de Pascua varios millones de capitalinos salen disparados hacia balnearios diversos, dejando esta maltrecha ciudad saludablemente vacía, las orquestas y conjuntos capitalinos hacen muy bien en suspender sus temporadas de conciertos en esas fechas, so pena de tocar y cantar ante escenarios semivacíos. Esto ocasiona, entre otras cosas, que en este par de fines de semana la oferta musical en la ciudad de México sea realmente escasa, y que se haga necesario buscar con lupa alguna actividad sonora digna de ser escuchada. En el reciente Domingo de Resurrección, tal búsqueda me permitió encontrar, como única alternativa viable, un concierto del grupo Ars Nova que ofrecía un programa de música sacra y profana medieval y renacentista. Allá fui a las céntricas y vetustas calles de Moneda en busca del Antiguo Palacio del Arzobispado, con la sana (y egoísta) ilusión de escuchar la delicada música de antaño acompañado de una parca cofradía de melómanos formada por esa docena de aficionados que no se fueron a ninguna playa. Vana esperanza: con sorpresa mayúscula y gusto singular llegué a un escenario que se había llenado totalmente desde temprano, dejando en la calle una muy larga hilera de melómanos agitados y, en ciertos momentos, alborotados. En esta ocasión, sin embargo, en vez de la tradicional operación, ''démosles con la puerta en las narices y que se larguen con viento fresco'', imperó la cordura, y el sentido común se impuso a la burocracia: finalmente, y en orden, entramos todos, y el viejo palacio arzobispal lució una multitudinaria decoración humana que cubrió hasta el último rincón, pasillo, columna, barandal y hueco disponible. Numeralia a ojo de buen cubero: asistencia de más del doble de lo usual en el susodicho palacio. Sirva todo este farragoso prolegómeno para hacer un par de consideraciones respecto a tal acontecimiento inesperado, la primera de las cuales indica que alguien en el Antiguo Palacio del Arzobispado se puso las pilas con los asuntos de difusión y promoción, con los saludables resultados arriba descritos. Atención, jóvenes encargados de difusión y promoción en otros sitios e instituciones musicales: si se puede llenar a reeventar un espacio cultural para escuchar un concierto de música antigua el Domingo de Resurrección, entonces se pueden hacer muchas cosas en este rubro.
Otra consideración, diáfana y evidente por sí misma: las multitudes se congregaron ahí al llamado de Ars Nova, grupo cuyo repertorio, calidad musical, presencia escénica, seriedad profesional y relación con el público les ha hecho merecedores de eso y más. El concierto en cuestión, organizado bajo el título de Surrexit Christus, puso al numeroso público en contacto con una sabrosa y muy variada selección de músicas antiguas. La primera parte, dedicada fundamentalmente a la música sacra, tuvo sus momentos cumbres en las oscuras, severas armonías de las piezas religiosas del inglés John Dunstable y en el par de piezas de nuestro Juan Gutiérrez de Padilla virreinal, cantadas por Ars Nova con un sabio equilibrio entre solemnidad sacra y frescura italianizante. La segunda parte del recital estuvo dedicada a la música profana, y fue inteligentemente ordenada sobre un arreglo tripartita: germanos por delante, ibéricos en medio, galos para terminar. Las poesías líricas, amorosas y profanas intercaladas entre las piezas musicales dieron al asunto una atractiva cohesión, y una continuidad muy apreciable. Como era lógico esperar, el desbordante público reaccionó con especial calor a la sección ibérica del programa, en la que destacaron las versiones de Ars Nova a las maravillosas piezas del Cancionero de Palacio, manuscrito fundamental del renacimiento musical español. Pulido y transparente el trabajo vocal de Lourdes Ambriz, Magda Zalles y Mario Iván Martínez, bien complementado por las interpolaciones instrumentales de cuerda punteada a cargo de Antonio Corona, quien asombró a la audiencia con sus versiones de piezas de Vogelweide, Milano, Dalza y Attaignant, sumadas a ese infaltable número del hit parade añejo que es el muy anónimo y cuasi-romántico Lamento de Tristano. A notar con especial gusto: la reacción del auditorio a la canción Paseábase el rey moro, del vihuelista Narváez, me hizo pensar que nuestro público le está perdiendo el miedo (y en buena hora) a la voz del contratenor.
Salí del multitudinario recital de Ars Nova con cierta justificada euforia, pensando que con una buena conjunción de repertorios, artistas y labores de promoción, sí es posible atraer a la gente hacia el fascinante mundo de la música antigua. Mientras craneaba esto, llegué al Zócalo, para encontrarme con los tamborazos desaforados de varias bandas de neo-concheros. Extraña sincronicidad...