Ugo Pipitone
Albania y Zaire, por ejemplo

Hablemos de Albania y Zaire. El universo del subdesarrollo --de la A a la Z-- en su rostro más crudo y duro. De un lado, en versión comunista y postcomunista, y del otro, en la acostumbrada versión de dictadura personalista con complacientes apoyos (y silencios) internacionales.

Dos casos de libro de texto por lo que indican en su forma más obvia: sin un Estado, aunque sea minímamente organizado, coherente y socialmente legitimado no hay política económica que pueda sacar sangre de las piedras. O sea, obtener riqueza y bienestar de la corrupción y la ineficiencia. El desarrollo, en cualquiera de sus formas, es proceso de integración de estructuras productivas, sociales y territoriales. Un proceso de construcción de compatibilidades, de actos de confianza de todos hacia todos, un acto social de enraizamiento de prácticas de complementariedad entre individuos y entre éstos y sus instituciones. Y si el Estado está en manos de sacerdotes-sátrapas, al estilo de Enver Hoxa, o de sátrapas-sátrapas, al estilo de Mobutu, desde el centro más visible de la organización social, desde el Estado vendrá el mensaje sistemático de que cualquier esfuerzo de construcción de complementariedades responsables estará destinado a nadar contra poderosas corrientes contrarias. Las corrientes de corrupción, clientelismo e ineficiencia administrativa condimentadas con aquella dosis de demagogia que siempre encuentra un poderoso aliado en la ignorancia de amplios estratos de población. Una ignorancia, por cierto, que necesita ser cultivada con esmero (por televisión, políticos, cine, etcétera) para avivar y renovar ese universo siempre asombrosamente vital que es el subdesarrollo.

Las combinaciones de ignorancia, miseria, demagogia e irresponsabilidad institucional son virtualmente infinitas, así como infinitas son las posibilidades de la barbarie.

En Zaire, después de casi 40 años de independencia, es el escualor, la suciedad y la miseria en cada rincón de unos de los países más ricos en recursos naturales del mundo. Pero el presidente Mobutu (que se llamaba Joseph Desiré y, siendo muy nacionalista, se cambió nombre en Sese Seko) tiene cuentas fabulosas en Suiza, mansiones en España, varias casas en Bélgica, París y Monte Carlo. El partido político del Señor Presidente es obviamente el único (hoy casi-único) y todos los zaireños están afiliados a él desde el nacimiento. Después de décadas de robos de Estado, represiones sangrientas y toneladas de demagogia nacionalista, el PIB per capita de Zaire es hoy inferior al que era al momento de la independencia. O sea, cuatro décadas tiradas a la basura. Ni más ni menos.

La de Albania es otra historia. Y sin embargo, otra y la misma. Aquí, 400 años de dominio turco. Y después, desde 1912, una independencia que antes produjo una república, después una monarquía y, desde enero del 46, nuevamente una república. Y desde ahí una historia de comunismo cuyo principal pecado no es tanto la pobreza persistente (si bien, mejor repartida) sino sobre todo la no construcción de instituciones públicas capaces de juntar sus dos virtudes esenciales: eficacia y legitimación social. A Enver Hoxa se le puede incluso perdonar que su país siga siendo el más pobre de Europa. Aquello que no se le puede perdonar es haber empleado casi medio siglo de historia de su país para construir un Estado sin coherencia y con una miserable (y fingida) legitimación social. Cuando, como hoy, al primer remezón después de la caída del comunismo en 1992, las instituciones del país se disuelven como nieve al sol, uno se pregunta qué demonios estuvieron construyendo por más de cuatro décadas Enver Hoxa y sus compañeros de partido.

A los Estados no se les puede pedir que sean agentes eficientes de desarrollo económico. Es obvio que pueden jugar ahí un papel importante, pero en lo que concierne a la creación de riqueza el abanico de acción del Estado es, en realidad, más estrecho de aquello que a veces parece. Pero lo que sí se les puede (y debe) exigir es que, por lo menos, sean capaces de construirse a sí mismos. Se les puede y debe exigir que sean ejemplos de una socialidad organizada sin prevaricaciones, enriquecimientos inexplicables y mentiras sistemáticas. Esto, por lo menos. De otra forma el sentido de marcha es hacia Albania o Zaire.