Pedro Miguel
Migración al cielo

En un barrio ricachón de San Diego, en vísperas de Pascua, cuatro decenas de ángeles abandonaron este mundo. Al parecer ahora van rumbo al Sol en la nave furtiva que viaja en la cola del cometa Hale-Bopp y que, junto con éste, se dirigirá después a los confines helados del Sistema Solar. Cocinaron sus pases de abordar con una mezcla de vodka y fenobarbital, endulzada con budín de manzana, y se calaron en la cabeza unos a otros bolsas de plástico. El abordaje debió ser incómodo, pero ahora los treinta y nueve han de estar felices y bien atendidos por azafatas extraterrestres. Tal vez les sirvan cookies inmateriales y les pongan Internet en cada asiento para que el viaje sea menos tedioso. Acaso nos hagan un gesto de adiós mientras miran con agradecimiento, desde las claraboyas del navío estelar, el planeta azul que les dio cobijo por un tiempo.

No nos es dable saber a dónde se dirigen, ni si llegarán a su destino. Sólo cabe respetar su decisión, esperar que hayan tenido razón y desearles buen viaje. No volveremos a verlos, tanto si se quedan en las profundidades cósmicas como si regresan, dentro de cuatro mil años, en el mismo objeto celeste en cuya cauda viajan ahora. Menos aún si no llegan más allá de las planchas forenses, como piensan muchos, aunque yo prefiero imaginarlos eufóricos y felices, pensando en la tornavuelta solar hacia Plutón. En cambio, quienes no quisimos o no pudimos abordar ese navío --por desidia, por pusilanimidad, por convicción o porque no nos enteramos de la oportunidad--, tendríamos que sopesar los rastros que dejaron estos seres celestiales: 39 cadáveres muy compuestos y apacibles, una página en Internet y algunas dudas.

Lo primero es asunto de la policía del condado. Lo segundo, incomprensible: quienes quieran ver la prueba de descargo,en http://www.heavensgate.com encontrarán una página de gusto dudoso, con plastas de colores apastelados, a guisa de logotipo, sobre un fondo de titilantes estrellas azules, rojas, verdes y amarillas. Luego, un larguísimo texto inspirado en juegos de rol y en novelas de ciencia ficción y espada y hechicería, justo el tipo de literatura apetecible para los prepubertos que un día, cuando lleguen a la juventud plena, serán nerds. Se explica ahí que la especie humana es un estatuto provisional entre la animalidad y los ángeles y que, si le echas ganas, si te abstienes y domeñas tus impulsos sexuales, tal vez logres graduarte de espíritu celeste una vez que partas de este mundo. También se afirma que el suicidio no es el atajo más recomendable pero que quién sabe, que acaso en algunas circunstancias no quede de otra.

Ojalá que tales aseveraciones sean un objeto verbal hermético que guarde, en su fondo secreto, algún mensaje inteligente, un razonamiento sólido que fundamente la ingesta del vodka con fenobarbital. Pero por más que busco significados ocultos, sólo veo las estrellitas que titilan en el fondo de unos párrafos tontos compuestos en helvética.

Aunque no hay en la página electrónica huellas del fenobarbital y las bolsas de plástico, temo que un saldo de la ascensión colectiva de San Diego sea una nueva campaña de satanización de la pobre Red de Redes. Ya dijeron que es la culpable de que la pornografía llegue a los jardines de niños. Ya le achacaron que los terroristas surgen del ciberespacio y que los narcos lavan dinero por correo electrónico. Ahora sólo falta que algún senador republicano culpe a Internet de los suicidios en masa.

Los ángeles que partieron dejaron tras de sí alguna paradoja, como el contraste entre los cadáveres tranquilos del Rancho Santa Fe y los de los refugiados albaneses ahogados cuando el barco en que pretendían huir de su destazado país chocó con un buque de guerra. Para esos fugitivos no había más lujo en este mundo que seguir vivos. El nivel de vida, la preparación y las oportunidades laborales que tenían los ángeles de San Diego habrían sido, a sus ojos, algo parecido al Cielo. Unos, en su afán de seguir viviendo, y acaso de ponerse unos jeans de marca o tener acceso a una pizza a domicilio y una videocasetera, abordan barcos o balsas que se hunden en el Caribe o en el Adriático, cruzan a nado el Río Bravo o se internan por desiertos calcinantes, se enfrentan a la migra.

En el corazón de Europa, hasta hace unos años, saltaban el Muro de Berlín en medio de una lluvia de balas de Kalashnikov. Pero entre quienes tienen ya asegurada la pizza, la videocasetera y los jeans, disfrutan de trabajo seguro y bien remunerado y de una residencia con alberca y cancha de tenis, algunos se asquean de la animalidad de la existencia humana sobre la Tierra y deciden ir a probar suerte en las profundidades celestiales. No es fácil de entender. Que tengan suerte unos y otros.