A la política mexicana contemporánea se le puede ver, entre otras, desde cinco ventanas distintas. Lo que se mira a través de ellas dista mucho de la coherencia. Conviven allí el avance de las libertades democráticas con el incremento de la represión y la violación a los derechos humanos como forma de gobierno, el respeto a las representaciones políticas construidas por la vía electoral con los poderes de facto.
La primera ventana nos muestra una transición política de terciopelo, en la que el país camina hacia la normalización democrática. Esta visión resalta los logros recientes en los procedimientos electorales (desde la ciudadanización del IFE hasta la existencia de un padrón confiable), en la realización de elecciones locales relativamente poco impugnadas y en condiciones de equidad en la competencia entre partidos.
Desde la segunda ventana se observa un país radicalmente distinto. Al mirar hacia el sur o hacia los territorios indígenas se ve una creciente militarización, la utilización del Ejército en funciones de policía, el desgobierno, el repliegue de la política social, el desmantelamiento de las instituciones gubernamentales de desarrollo y asistencia social, la impunidad y la violencia como mecanismo para tratar a la disidencia política. Desde las reminiscencias pinochetianas al usar un estadio de futbol como prisión, en Tuxtla Gutiérrez, hasta el asesinato reciente de seis dirigentes perredistas en Guerrero, pasando por el desalojo de 4 mil indígenas en el norte de Chiapas a manos de la organización priísta Paz y Justicia, o el encarcelamiento de decenas de campesinos de los Loxichas en Oaxaca, el clima político que se percibe se asemeja más a un estado de excepción que a un estado de derecho.
La tercera ventana muestra avances significativos de la oposición electoral en los comicios recientes. Tanto el PAN, como recientemente el PRD, han visto acrecentar su capital político, mientras que franjas importantes de ciudadanos sin militancia partidaria y con vocación democrática se unen a sus filas, y en el PRI se ``desgrana la mazorca'' y más y más de sus militantes abandonan ese barco. El camino electoral parece prefigurar una alternancia real en un futuro no muy lejano, y no parece importar que muchos de esos triunfos se hayan producido con un abstencionismo enorme.
Desde la cuarta ventana se ve a un PRI dispuesto a todo para no perder el poder, que chantajea a la población con el voto del miedo, y que mantiene a su favor la inercia del voto corporativo, el sobrefinanciamiento, un acceso privilegiado a los medios de comunicación, una precaria ciudadanización de los órganos electorales a nivel estatal y de algunos estados, el veto al apoyo de la Unión Europea a la Academia Mexicana de Derechos Humanos para la observación electoral y el uso ilegítimo del emblema patrio. Un PRI, apoyado por la campaña electoral de un Presidente de la República que ofreció ``sana distancia'' y ha terminado convertido en el ``principal capital político del partido''.
Al asomarse a la quinta ventana se observa el avance del narcopoder. La geografía política nacional (y hay razones fundadas para suponer que, como parte de ella, la geografía electoral también) ha sido modificada por la acción del narco. Como lo muestra la prensa nacional de los últimos dos meses, el Ejército, la policía, la clase política priísta y sectores financieros han sido penetrados por los más importantes cárteles. Ellos son ya un poder de facto que opera al margen de cualquier mecanismo democrático (aunque usen las elecciones para legitimarse) y que degrada la vida pública.
Los cinco paisajes que se observan en la política mexicana no son muestras de una ``modernidad'' contrapuesta al ``atraso'', sino complementarias y consustanciales; son parte de un mismo régimen, caras de la misma moneda. Las áreas degradadas de nuestro sistema político son expresión de su ``modernidad'', no un fenómeno atípico, arcaico o circunstancial. Son necesarias para su reproducción. ¿Cómo explicar si no la campaña electoral de Roberto Madrazo en Tabasco?
Las ventanas a través de las que se observa un avance en la aceptación de procedimientos electorales más confiables y el crecimiento de la oposición electoral no muestran un espejismo, sino una parte de la realidad. Estas conquistas no son una concesión graciosa del poder, sino el resultado de la lucha social y ciudadana. Sin embargo, su avance gradual (necesario e importante) no resolverá por sí solo la recomposición de las áreas degradadas de la vida política del país. No habrá cambio sin ruptura.