En estos días los partidos políticos van al reencuentro de la sociedad. En las plazas públicas, en las terminales de camiones, en las ferias y en las calles, los candidatos estrechan manos, reparten volantes, se dejan ver y tocarÉ Paralelamente, conceden entrevistas, utilizan los medios de comunicación masivaÉ trabajan para ganar la confianza, para conquistar el voto, herramienta privilegiada de decisión ciudadana... Juegan el juego de la democracia.
Esa búsqueda de votos que ocurre por toda la geografía del país, traduce la consolidación de nuevos usos políticos, la confiabilidad en las instituciones electorales, la seguridad de que los votos cuentan y se cuentan.
A nada de esto es ajeno el largo número de comicios federales, estatales y locales en los que, gane quien gane, se respeta la voluntad popular expresada en las urnas, como única fórmula para alcanzar la representación. Ni negociaciones ni conflictos. Se gana o se pierde en las urnas. De ahí el valor de la campaña política, de convencer al electorÉ
Para los partidos políticos, la disputa tiene que considerar dos momentos: la coyuntura que exige procesos de selección de candidatos que reúnan, al menos, dos condiciones: cohesionar la estructura (no dividirla) y derivar en candidatos atractivos para el electorado (que obtengan caudales de votos, que ganen).
Pero hay otro requisito político ineludible: entender que el candidato de hoy, si gana, será el legislador, alcalde o gobernante de mañana. Y no siempre el mejor candidato es, al mismo tiempo, el mejor representante popular, regidor o gobernador. Si van a actuar con responsabilidad, los partidos no pueden sacrificar una opción por la otra. Ambas son indispensables. Esto hace más difícil el proceso interno.
Hay otro capítulo que juega de manera importante en los comicios: la oferta programática. Aquí mucho depende de la solidez del aparato partidista y, particularmente, de sus áreas de investigación y consulta, que conduzcan al diseño de plataformas que, a partir de un diagnóstico correcto de la realidad (necesidades, rezagos, demandas, expectativas), puedan asumir compromisos y proponer respuestas viables.
Las ofertas tienen que reconocer la complejidad social y establecer diversos ``cortes'' (sociodemográfico, ocupacional, regional, etcétera) que permitan llegar a destinatarios concretos; qué plantearle a los jóvenes en un país de jóvenes; qué a las mujeres, quienes representan la mayoría del padrón electoral; qué a los trabajadores, a los campesinos, a los agricultores, a los comerciantes y a los pequeños y medianos empresarios, cuyos requerimientos son distintos en cada caso; qué a quienes habitan la Comarca Lagunera o la zona metropolitana de la ciudad de Guadalajara, que comparten problemas comunesÉ
Pero las ofertas deben, en una síntesis afortunada, responder a los intereses inmediatos, cotidianos del elector (seguridad pública, empleo, vivienda, servicios urbanos, etcétera) sin perder de vista los grandes objetivos nacionales...
Las ofertas de partidos y candidatos son compromisos o, si se quiere, promesas. Los demagogos harán ofertas fantasiosas e incumplibles; otros tratarán de construir proyectos con agravios, no con visión de futuro.
Los partidos y candidatos maduros, responsables, tienen que ser imaginativas y esperanzadoras, pero viables. Una sociedad atenta juzgará a los candidatos (sus biografías, su desempeño, sus propuestas), pero también tomará en cuenta a los partidos; su solidez, su experiencia, su congruencia.
Más allá de los importantes espacios en disputa, muchas cosas están en juego: la definición del mapa político (los nuevos pesos relativos de los partidos), avances o retrocesos en la cultura política (de respeto y tolerancia hacia los otros), la consolidación o los tropiezos de un proyecto, la cotidianidad y la gobernabilidad democráticas.
No cabe otra vía para decidir el futuro que la democracia. A todos nos corresponde construirla.
El método es la ley, la civilidad, la corresponsabilidad de todos los actores. Después de todo, la democracia está hecha de democracia.