Hace poco menos de un año hubo oportunidad de observar en el Museo Nacional de Arte (Munal) cierta pintura al óleo que a primera vista parecía ser un retrato de José Clemente Orozco. Su aspecto acabado, poco brioso y academicista, inusual en el jalisciense, hacía pensar en que había sido realizado 600 o más años atrás por algún otro pintor que conocía al artista y que a la vez se había basado en una fotografía. Las personas que entonces analizamos el cuadro rechazamos la idea de que pudiera tratarse de un autorretrato y por lo tanto de un original de Orozco, quien para las probables fechas de ejecución se encontraba en Nueva York trabajando la serie Mexico in Revolution. La pintura fue examinada también por quien a mi juicio es hoy día el investigador que con mayor ahínco trabaja y ha trabajado con lucidez el tema orozquiano. Me refiero a Renato González Mello, ex curador del Museo Carrillo Gil que argumentó su disertación de licenciatura en historia (Facultad de Filosofía y Letras, UNAM) por medio de una tesis abocada a rectificar la fecha atribuida a Drift Wood o Despojo humano, un óleo de 51 x 61 cm de la propia colección Carrillo Gil. A partir de su concienzudo estudio rectificó tres fechas de sendos cuadros, a resultas de lo cual quedó congruentemente argumentado que La casa blanca, El muerto, El niño muerto y Despojo humano, pertenecen a una misma camada y fueron hechos entre 1926 y 1928, después de la realización de los murales más tardíos de San Ildefonso, que datan de 1926.
En 1995, el Instituto de Investigaciones Estéticas publicó en el número 45 de sus Cuadernos de historia del arte, parte sustancial de esa tesis, ya revisada. Se titula Orozco ¿pintor revolucionario? A lo largo de las 92 páginas e ilustraciones que integran el libro, el autor retomó y reflexionó sobre los temas planteados años atrás. Desde que tuve en mis manos el trabajo lo he leído más de una vez, es un texto que me entusiasma, al grado que en cierto modo me contagié de él. Cuando vi la pintura objeto de esta nota, fui, creo, la primera en desecharla como original de Orozco, pues me resultaba incongruente que el mismo artista de la Preparatoria, del Tren dinamitado (tinta que se encuentra en el Museo de Filadelfia) y de los óleos estudiados por Renato González, pudiera haberse autorretratado de esa manera, ajena a sus impulsos. El cuadro en cuestión es muy sobado pero tiene una característica relevante: el autor conocía bien a su modelo aun y cuando --pensaba yo-- se hubiese basado en una o varias fotografías.
Hace pocos días, Emilio Steinberg me inquirió por la pieza. Le relaté que no sólo la había visto con detenimiento en el Munal, sino que me le había enfrentado varias veces más en otro sitio, siempre preguntándome lo siguiente: ¿quién podría haber retratado a Orozco con atención tal en esos años? Desde Nueva York, investigando por su cuenta, Emilio envió a Sylvia Pandolfi, directora del Museo Carrillo Gil, un pequeño folleto de la Walker Art Gallery (NY), correspondiente a una exposición de Orozco allí, efectuada en 1939. Junto a otras obras, algunas en el acervo del Carrillo Gil, se encontraba enlistado el cuadro, reproducido además en portada. Nos reunimos a observarlo, se encuentra reentelado en la manera como se acostumbraba a hacerlo en Manhattan y otras ciudades estadunidenses --pero no en México--, dijeron Pandolfi y el curador Edgardo Ganado Kim. La capa pictórica tiene como 60 años de oxidación, observaron expertos del Cencoa. Por mi parte, encontré después las siguientes referencias: el 21 de septiembre de 1928, Orozco le escribe a Jean Charlot que Francis F. Paine le pidió en préstamo un retrato, cualquiera, para mostrarlo a Eastman, ``el millonario de las cámaras (...) pero como no tenía muestras de retrato, me hice un autorretrato por puro gusto, muy malo y rembrandesco (...) Eastman ya se fue a Europa. Lo cual me tiene sin cuidado''. (La carta, recopilada por Clemente Orozco Valladares, está reproducida en su libro Orozco, verdad cronológica, pág. 200).
El 28 de septiembre del mismo mes, Orozco le escribe a su mujer: Margarita Valladares. Continuamente le solicitaba fotos de sus murales, ahora quería que las tomara Lupercio y las imprimiera Tina Modotti; el 80 por ciento de la carta está dedicada a este asunto, pero hay un párrafo en el que le habla de la señora Paine, de Eastman y de la posibilidad de que éste le encargase retratarlo, por lo que Paine necesitaba una muestra del género. ``Y entonces hice el autorretrato violentamente y salió un tecolotazo espantoso, pero luego (Paine) salió con que Eastman se había ido intempestivamente a Europa. Plancha. Pero quizá sirva para otra ocasión, ayer lo mandé a Alma'' (Reed).
La pieza no es espantosa ni es un tecolotazo, ni es violenta, ni es ``orozquiana'', pero a todas luces es de su mano. Hartas veces los documentos hablan. Además, cotejándola con el célebre retrato de Eva Sikelianos pueden encontrarse ciertas afinidades.