La Jornada 31 de marzo de 1997

Carla Zarebska
Un escritor que deja la química/ I

Tienes que conocer a Francisco Rebolledo fue el consejo de Graciela ante el inminente regreso a mi ciudada natal: Cuernavaca.

Publicó su primera novela hace un par de años y ha tenido un éxito tremendo, además es una persona encantadora, creo que es importante que lo conozcas.

Dudé. En principio me seducía la idea de tener un amigo en Cuernavaca con el cual poder compartir mi trabajo, mis dudas, mis lecturas; alguien de quien aprender y también desaprender. Pero temí enfrentarme con un insufrible escritor de éxito: soberbio, nervioso, impenetrable, obscurecido por su inmadurez emocional, intolerante, de inteligencia abstracta y probablemente misógino.

Decidí correr el riesgo. Además, si Graciela aseguraba que era simpático y cordial, tenía que serlo. No había nada que perder. Nos dimos cita a las seis de la tarde en la cafetería del Jardín Borda. Fue fácil reconocerlo. Me invitó a sentarme a la mesa que compartía con un camarada de trabajo. Fumaba cigarros Raleigh, uno trás otro. Delgado, de tez blanca, de piernas y manos alargadas. Su rostro era sereno, aunque sus movimientos un tanto nerviosos. Sonreía o se quedaba pensativo. De mirada grave. Al principio me dio la impresión de ser una persona seria, pero nuestro trato fue derrumbando mi hipótesis.

¿Me trajiste tu texto? de pronto preguntó. No creí que se acordara. Por teléfono me había pedido que le llevara algo mío. Sorprendida, lo saqué de mi bolsa y se lo entregué. Le regalé el último libro que había publicado como editora. Ahora él era el sorprendido.

Lástima que no tenga algo tan hermoso para darte comentó conmovido por mi gesto están por reeditar mi novela, te prometo un ejemplar en cuanto salga.

Se puso a ver el libro hoja por hoja, después se asomó al título del texto que le habia llevado: ``¡Ah, París!'' exclamó con júbilo. Después entendería su emoción y las extrañas coincidencias que comenzaban a hermanarnos. Mientras, su amigo hablaba de no sé qué tantas cosas inspirado por el caos y su confusión. Era difícil interrumpirlo. Rebolledo logró hacer algunas preguntas sobre París, y entonces comencé a enterarme de que su novela transcurría en dicha ciudad, pero en el siglo XVIII; que antes de escribirla no había tenido la oportunidad de visitar la ciudad de las luces; pero que al publicarla fue invitado y que una de sus grandes curiosidades era el metro, sí, el metro de París; pero que su visita había coincidido con la huelga de transporte público, por lo tanto no había podido conocer el entramado subetrráneo de una de las ciudades más bellas del mundo.

De pronto me preguntó por mi trabajo y le hablé de un libro de cuentos titulado: Agua Seca. ¿Y por qué escogiste un término alquímico? me preguntó, y era la primea vez que alguien reconocía la simbología de esas dos palabras; Agua Seca. Entonces supe algo fundamental de Rebolledo, y era que antes de ser escritor había sido químico graduado y profesor de la UNAM. Y entonces me contó divertidas y extravagantes historias, raras anécdotas de famosos alquimistas como Paracelso. Claro que, cualquier químico que se precie de serlo, debe saber de alquimia, madre y antecedente de la química. Su amigo siguió interrumpiendo hasta que por fin sospechando su desatino, decidió marcharse con un melodramático: ``veo que salgo sobrando''.

Entonces conversamos a nuestras anchas, le pregunté sobre su novela. Fue cuidadoso con lo que decía, no quiso arruinar la sorpresa de la lectura: ``es la historia de Fausto H. Rasero, un hombre que cuando llegaba al orgasmo tenía visiones apocalípticas del futuro. Rasero era un ser lleno de cualidades, excepcional en un sin fin de aspectos..., pero esas visiones no lo dejaban vivir tranquilo. ¡Imagínate estar gozando con una hermosa dama de la corte parisina y de pronto ver estallar la bomba atómica!''. Y entonces nos enfrascamos en el sentido, la maravilla y el terror que ha provocado el texto de las visiones de San Juan: el apocalipsis. Coincidimos que la humanidad tiene temores apocalípticos que van y vienen con las oleadas de la historia, pero sobre todo ante el fin de los milenios...

``Fueron trece años los que estuve con Rasero; diez de trabajo intenso y tres para escribirla. Ya había escrito antes una novela, pero no fue lo que esperaba. La guardé en un cajón, bajo llave''. Por la vida de Rasero pasaron Diderot, Damiens, Voltaire, Mozart, Madame Pompadour, Lavoisier, Robespiere, Goya; pero sobre todo pasó Mariana, el amor, el desencanto de la razón, la plenitud, la sabiduría sustituyendo al conocimiento... Uno se va enterando de cosas fascinantes: las intimidades de Voltaire o que Newton dedicaba el mismo tiempo a estudiar alquimia que a estudiar física. Pero Rebolledo no quiso ya hablarme más de Rasero ``tienes que leerla'' me advirtió.

¿Cómo? después de todo lo que hemos hablado ¿crees que voy a esperar un par de meses a la reedición? le dije.

No, de ninguna manera me ofreció uno de sus ejemplares entendiendo que no había más remedio.

Bueno lector, tiene que leer ``Rasero''... claro que no les voy a dar más pistas de las que Rebolledo me dio a mí. Sólo les voy a decir que 551 páginas se me fueron como un río apresurado que ya presiente el mar, que hablo de Rasero como si hubiera sido un habitante de carne y hueso; que guardo infinidad de preguntas y quejas para él, además de sentirlo como un héroe mítico. El personaje ha creado a tal grado está confusión, que Fernando Savater y Adolfo Castañón discutieron, antes de su publicación, sobre ``un tratado moral de un tal Fausto II. Rasero que vivió en el París del XVIIII''.