La del desdén ha sido una de las tradiciones negativas de la izquierda. El reconocimiento a los méritos de los iguales, cuando no tardío, jamás llega. Lo usual es la indiferencia, en el mejor de los casos, o el menosprecio en el peor de ellos.
Los hombres y mujeres de la izquierda mexicana, si llegamos a querernos, a leernos, a admirarnos, es de tal manera sutil que parece todo lo contrario. De lo que hemos hecho monumento han sido nuestras pugnas y purgas, nuestras mutuas excomuniones. Stalin ha permanecido en nuestros corazones más tiempo del que le concedimos en nuestras cabezas.
Por ello son motivo de elogio los reconocimientos que se le han hecho a Enrique Semo, un hombre empeñado en hacer de la historia --desde el punto de vista de la izquierda-- una práctica y una reflexión cotidianas. En el otoño de 1996, la Facultad de Economía de la UNAM y recientemente la Universidad Autónoma de Puebla, al otorgarle el título de doctor honoris causa, exaltaron los méritos que ha acumulado Enrique como académico, pensador y luchador social a lo largo de varias décadas. No ha sido la izquierda como tal la que ha tomado estas iniciativas, pero sí individuos vinculados a ella y a la trayectoria de ambas instituciones que han fructificado en gran medida gracias a la corriente ideológica que, demonizada en el pasado y vista con ojos de perdonavidas después de la caída del muro de Berlín, hoy empieza a dar ciertos visos de recuperación.
La mezquindad en el reconocimiento a los méritos de aquéllos con quienes nos identificamos política e ideológicamente, es una actitud retorcida que parte del rechazo al culto a la personalidad. Este rechazo tiene sus raíces históricas y un presente que lo sigue justificando. Si hubo algún país que siguiera con mayor puntualidad la tradición soviética, ese fue el México de los gobiernos priístas al que ahora pretende adscribirse el Partido Acción Nacional. Tenemos ejemplos frescos. Para eludir el esclarecimiento del crimen de Luis Donaldo Colosio se ha dejado caer el pesado manto del homenaje al héroe que estuvo muy lejos de ser. Por su parte, algunas administraciones municipales panistas (la de Aguascalientes, una verdadera impudicia) ya imitan los homenajes que se han prodigado y se prodigan a sí mismos los jefes y líderes del PRI.
El poder ciega y corrompe, según el diccionario de Pero Grullo. Habrá que esperar que los deleznables ejemplos del PRI y el PAN sean suficientes para que las administraciones surgidas de los partidos de izquierda no caigan en la tentación de seguirlos. Habrá que esperar también que esta corriente ideológica, no por alejarse del culto a la personalidad le cicatee reconocimiento a quienes lo merecen, sean o no de izquierda.
Enaltecer la figura de Enrique Semo Calev es un acto justo y necesario. Con ello no se hace sino manifestar la gratitud y la admiración hacia quien se ha esforzado toda su vida en informarnos de realidades que no conocíamos o que conocíamos superficialmente, y en dar claridad a ciertas ideas para comprender mejor el mundo que habitamos. Sus trabajos de investigación, elaboración teórica y divulgación han sido realizados en numerosas instituciones de Europa, Estados Unidos, Israel y México, y dados a conocer en otras tantas publicaciones, entre las que destacan Historia y Sociedad, la revista fundada por él en los años 60 bajo los auspicios del Partido Comunista Mexicano, y Proceso. Vasta es su obra: Historia del capitalismo en México (1521-1763); La crisis actual del capitalismo; Modos de producción en América Latina; Viaje alrededor de la izquierda; Entre crisis te veas, México: un pueblo en su historia, de la que fue compilador, y otros títulos.
Semo ha mantenido la coherencia entre convicciones y percepción de la realidad. Mientras muchos de los militantes de izquierda se abandonaban a una orfandad ideológica después de la caída del muro de Berlín, él advertía, desde la propia Alemania en vías de unificarse, lo contradictorio de un proceso que otros asumieron como la debacle absoluta.
Semo ha contribuido a mantener en alto las banderas de la izquierda, la única fuerza capaz de luchar por el pueblo, y de la cual --sin dejar de señalar e intentar corregir sus yerros, torpezas y fracasos-- debemos estar orgullosos quienes nos sentimos identificados con ella.