A casi nueve años del plebiscito que terminó con el régimen militar en Chile, hay dos tensiones que recorren el cuerpo político de ese país en las que vale la pena detenerse un poco. Por un lado, pronto entrará a revisión legislativa el tema de los senadores designados. Esto que por mucho tiempo se consideró parte de los enclaves autoritarios que heredó la democracia chilena, consiste en que una parte del senado no es electa, sino que es potestad del Ejecutivo designarla. Lo hace sobre la base de una serie de reglas (ex contralores, miembros de las fuerzas armadas, etcétera) y en los hechos estos senadores designados habían conseguido nivelar las fuerzas, habían logrado que el gobierno de la concertación no tuviera el control de las cámaras, aún cuando sus niveles de votación le dieran la mayoría.
Hace ocho años, cuando se discutía el tema, los partidos de la derecha chilena produjeron toda clase de justificaciones para hacer aparecer la medida como adecuada, hoy es interesante constatar cómo cambian los alegatos. Ahora, si se conservara la facultad del Ejecutivo, y aun con lo acotado de las designaciones, es claro que el gobierno podría prefigurar una composición senatorial más cercana a sus intereses. Pero aún conservando las banderas originales de la concertación en el sentido de que desaparezca dicha figura, el problema para la derecha se traslada al quórum: sin los designados, la mayoría absoluta de la cámara alta se obtiene con 20 senadores, hoy el gobierno tiene 21. El debate de los senadores designados se hace acompañar de la figura de los senadores vitalicios que, en este caso, serían los ex presidentes que hubieran tenido un mandato de al menos seis años, supuesto en el que sólo cabe el general Pinochet.
A pesar de la evidente importancia del tema, llama la atención, por contraste con el clima vivido en la época del plebiscito, el escasísimo interés que despierta entre la sociedad; según encuestas recientes, el tema de las reformas constitucionales ocupa el decimoquinto lugar en las preocupaciones de la gente con sólo un 2.5 por ciento de menciones. Es un debate para iniciados. Ello apuntala la idea de que una buena medida para saber el grado de implantación de las democracias es precisamente cuando se vuelven aburridas, poco interesantes.
La otra gran tensión proviene del diseño del sistema electoral. El sistema vigente es binominal, lo que implica en los hechos una sobrerrepresentación de la segunda fuerza, y nulos incentivos para el surgimiento de nuevas fuerzas. Todo se agrupa, para ser competitivo, en torno a dos polos. Así, uno de los elementos que le han dado mayor estabilidad al arreglo actual de los partidos ha sido precisamente lo costoso de la diferenciación. Ello sin embargo puede empezar a ser un problema no sólo por las injusticias que en términos de representatividad encarna el modelo, sino porque puede llegar a ser disfuncional para los mismos actores.
En la actualidad dos de los principales animadores de la concertación padecen crisis internas más o menos importantes: algunos de los fundadores del Partido por la Democracia renunciaron acusando a la dirigencia de fraudulenta, y la Democracia Cristiana pronto habrá de renovar dirigencia nacional en medio de una campaña de acusaciones graves. No parecen casuales las crisis. Si el día de hoy la concertación hubiera de designar abanderado presidencial, el socialista Lagos es el personaje que aparece con mayores posibilidades. Este tema no es menor para un sector importante de la Democracia Cristiana.
El problema no es sólo que un esquema de coaliciones atraviese por dificultades, sino que el entorno institucional encarece demasiado una eventual ruptura de la alianza. Ello sin duda amplifica y magnifica las crisis. Por lo demás hay temas en la agenda de los partidos en este país que recuerdan la pertinencia del esquema de los tres tercios. No aparece sin embargo en el horizonte una reforma constitucional que cambie las reglas del juego electoral y posibilite representaciones más abiertas. Al tiempo.
Para desgracia (o fortuna) de los partidos, sus crisis y alegatos están muy alejados de las preocupaciones de la gente; para fortuna del país, sin embargo, la principal preocupación que las encuestas recogen es el tema de la pobreza. Que la democracia, a pesar de los enredos funcione y haga poco interesante a la política, me parece que es una aspiración. Mientras, aquí no se olvidan de lo fundamental: el problema es la desigualdad.