Mal comienza la intervención extranjera en Albania. A los ochenta ahogados cuando una unidad naval italiana embistió y hundió a un barco cargado de refugiados albaneses para mostrar así los ``músculos'' militares de quienes defienden el santuario de los países ricos, se suma que el presidente Sali Berisha, cuya permanencia en el gobierno es la base de todo el problema, aprovechó esas muertes --ocurridas en el contexto de una crisis que él mismo ha provocado-- para declarar un día de duelo nacional y tratar de recuperar credibilidad en el plano nacional e internacional.
Ignorando lecciones recientes, las potencias se lanzan, ahora en territorio europeo, a una nueva edición de la ``operación Somalia'' que, al igual que la efectuada en ese país africano, corre el riesgo de agravar las cosas y de terminar de manera poco gloriosa.
En efecto, los 2 mil 500 soldados que van a ``defender'' los depósitos donde se concentrará la ayuda humanitaria serán seguidos por otros tantos que los defenderán en el caso, muy probable, de que algunos de los centenares de grupos armados, entre los cuales se cuentan incluso los mafiosos, decidan apoderarse de esos bienes. Así comienza, sin que se sepa cómo terminará, una intervención político-militar en espiral ascendente inaugurada con el hundimiento del barco albanés, y se corre el riesgo de un enfrentamiento con los orgullosos e independientes nativos del país ``ayudado''.
Se agrega a esto que la costosísima operación militar habría podido ser sustituida con ventaja por un apoyo económico inmediato y masivo a los albaneses --que al fin y al cabo no superan la población de Roma--, en vez de aparecer como un sostén del régimen de un hombre que sirvió durante 26 años al stalinismo, que fue cardiólogo del dictador Enver Hoxha, que se acaba de autoproclamar presidente y que aplica hoy los métodos autoritarios para defender los negocios que realiza con la mafia turca e italiana en nombre del más puro y ortodoxo liberalismo.
Por otra parte, hay fundadas sospechas de que las potencias que formarán el contingente militar ``humanitario'' actúan, al menos en parte, movidas por intereses inconfesables. Italia, en efecto, no sólo incorporó a Albania al Imperio fascista, sino que también está recolonizando al país del peor modo y con la peor gente: la mafia calabresa de la Sacra Corona, junto con Berisha y su gente, ha sido la base del contrabando de armas, petróleo y drogas hacia Bosnia y es también el sostén del agresivo y peligroso chauvinismo antiserbio, que desestabiliza la región. Incluso los empresarios italianos no ligados al crimen organizado se han instalado en ese país para aprovechar los bajísimos salarios y la falta de leyes laborales.
Francia, por su parte, interviene por motivos geopolíticos, como también lo hace Grecia, para reducir la influencia turca en Tirana y en Sarajevo y disminuir la presión sobre Atenas y Belgrado no solamente del régimen de Ankara sino también de los estadunidenses, que están detrás de éste. El humanitarismo y el altruismo no intervienen para nada en una intervención dictada por los intereses de los potentes y que se ejercitará sobre gente cuya vida, según lo demuestra el episodio de la nave espoloneada, no vale nada para Occidente. Si no se desea agregar leña al fuego en una región tan sensible como los Balcanes, habría que excluir las operaciones militares y, en cambio, dar una ayuda económica y técnica a quienes ofrezcan garantías de una reorganización democrática y desde abajo de un país arrasado, primero, por los comunistas de Hoxha y Alia, y, después, por los neoliberales mafiosos de Berisha.