La Jornada Semanal, 30 de marzo de 1997
Más o menos cada año aparece en las librerías de
todo el mundo una novela que se anuncia como la más
representativa de la década entera ųde su juventudų,
con fórmulas un tanto pobres, como: "El autor es el
Kerouac de la nueva generación" o "Un libro a la
altura de los de Burroughs". Por lo general, son todas obras
disidentes, nihilistas, cuyos personajes se muestran rebeldes, de una
u otra forma, ante las circunstancias de su entorno. A veces son
buenas novelas; por ejemplo, en esta década se han publicado
Generation X, de Douglas Coupland, Prozac Nation,
de Elizabeth Wurtzel y American Psycho, de Bret Easton
Ellis. Los tres son libros recomendables y muy "de los
noventa": el primero describe a unos neoascetas que no quieren
formar parte del materialismo estadunidense y renuncian, entre otras
cosas, a la ropa cara y las televisiones; Prozac Nation es la
autobiografía de una joven depresiva que encuentra la
solución a su honda tristeza en la panacea a la que hace
referencia el título de la obra; American Psycho es la
historia de un yuppie que se masturba con los restos de los
cadáveres de sus víctimas. Las tres novelas describen a
jóvenes que detestan la realidad y la evaden con
técnicas diversas: pulen su espíritu, ingieren
antidepresivos o se pierden en la psicosis. Así también
es Trainspotting, del escocés Irvine Welsh: "El
mejor libro jamás escrito por hombre o mujer. Merece vender
más copias que la Biblia" ųcita en la portada de
algún crítico entusiasta.
Trainspotting es la historia de Mark Renton y sus seudoamigos: un grupo de yonquis que mienten, roban y agreden; que intentan dejar la heroína en repetidas ocasiones pero nunca lo consiguen del todo; que se engañan entre sí y a sus familias; que ven el mundo con la apatía característica de quienes sólo tienen una cosa por la cual interesarse: conseguir droga. "Cuando no te inyectas heroína estás obligado a preocuparte por un montón de pendejadas: [...] por las cuentas, la comida, un equipo de futbol que nunca gana un carajo, las relaciones humanas y todas esas cosas que en realidad no importan cuando tienes el hábito sincero y honesto de la heroína."
Publicada en 1993, Trainspotting tuvo un éxito inmediato. Irvine Welsh consiguió con esta novela que un público prácticamente iletrado ųno del todo distinto a los personajes que retrata la historiaų se interesara por la lectura del volumen de 350 páginas. Poco tiempo después, la novela fue representada en un teatro de Edimburgo con una eficacia bastante más discreta. También en la capital escocesa se abrió un centro nocturno que lleva el nombre de la obra. Finalmente, el año pasado Danny Boyle, Andrew Macdonald y John Hodge ųlos realizadores de Shallow Grave (Tumba al ras de la tierra)ų hicieron una película con esta historia, y los resultados fueron en verdad prósperos: más de una vez se dijo, previsiblemente, que Trainspotting era "La naranja mecánica de los noventa" (de hecho, los ojos más aguzados han detectado al menos una correspondencia indiscutible con la película de Kubrick: algo que ver con las palabras "voloko" y "moloko").
En la novela, el aspecto más débil es, en cierto sentido, la trama: los capítulos resultan a veces cuentos magistrales, pero inconexos entre sí. El leitmotiv es casi siempre el consumo de heroína y sus diversas consecuencias: un placer inmediato al que se subordina la salud, la amistad y la decencia británica. Para escribir el guión, Hodge tuvo que seleccionar los capítulos y anécdotas que mejor se ceñían a este hilo conductor, dejando de lado, irremediablemente, varias de las mejores partes, como una historia de amor feliz que termina con un beso de andén; otra sobre una mesera que, para vengarse de unos clientes insufribles, les sirve una sopa de jitomate en la que poco tiempo antes sumergió su kotex empapado en sangre; y aquella parte en la que el protagonista, durante el sepelio de su hermano, tiene relaciones sexuales con la viuda embarazada. De la selección y discriminación de anécdotas resulta un argumento que está muy bien descrito en los primeros minutos de la película: Mark Renton, el (anti)héroe, es perseguido por dos vigilantes de una tienda. Al tiempo que corre por las calles de Edimburgo, caen de sus bolsas varios artículos robados. Dice en off: "Escoge la vida. Escoge un trabajo. Escoge una profesión. Escoge una familia. Escoge una puta televisión grande. Escoge lavadoras, carros, estéreos y abridores de latas eléctricos. [...] Escoge sentarte en un sofá a mirar concursos televisivos que entumecen la mente y despedazan el espíritu, mientras te atiborras de comida chatarra. [...] Escoge tu futuro. Escoge la Vida... Pero, Ƒpor qué querría yo hacer algo semejante?" Corte a una escena en la que los personajes se están inyectando heroína. Todavía en off: "Yo elegí no elegir la vida: elegí algo distinto. ƑLos motivos? No hay motivos. ƑQuién necesita motivos cuando tiene heroína?" De ahí en adelante, la película describe cómo la amistad de Renton, Sick Boy, Tommy, Begbie y Spud se desintegra poco a poco, a la par que avanzan hacia una autodestrucción por lo visto irreversible.
Así como la trama tiene por sí sola un interés limitado, los personajes resultan de lo más atractivos: Begbie es un alcohólico que padece ataques de violencia injustificada; Sick Boy, un fanático obsesivo de Sean Connery; Spud, un imbécil bonachón que rara vez dice algo inteligible; Tommy, el débil de espíritu que es víctima del poder de la droga; y Renton, un yonqui lúcido e introspectivo ųmucho más en la novela que en la películaų que describe los efectos físicos y psicológicos del consumo de la heroína, al tiempo que pone en tela de juicio la moral de la sociedad entera: todos en la historia son adictos a una sustancia u otra, sea al alcohol, al tabaco,a la heroína o, como la madre de Renton, a los valiums: "mi madre es, a su manera doméstica y socialmente aceptada, una drogadicta". (No hay en la película un sólo personaje femenino que tenga solidez alguna: las de por sí escasas apariciones de Diane, la adolescente lúbrica,fueron recortadas a última hora.) La coherencia de los caracteres se complementa con el lenguaje, que es fiel a la jerga de los desposeídos escoceses que se inyectan estupefacientes: o sea, indescifrable ųincluso para los más versados en el inglés. Los subtítulos son, por ende, importantísimos. En la novela, el lenguaje es quizás aún más relevante: las palabras están escritas como se escuchan y no como dictan las normas de la ortografía: "Ma heid's gaun doon. It jerks up so suddenly and violently, ah feel it's gaunnae fly oaf ma shoulders ontae the lap of the testy auld boot in front ay us. Ah haud it firmly in baith hands, elbays oan ma knees. Now ah'm gaunnae miss ma stoap." Con la ayuda del glosario, por ahí de la vigésima página algunas palabras adquieren sentido. (Me pregunto cómo habrán hecho los españoles de Anagrama para traducir la novela a nuestro idioma.)
En casi todas las películas relacionadas con las drogas, el punto de vista y el tratamiento son los de la trabajadora social que "rehabilita" a la juventud descarriada y encuentra en ella la posibilidad de un futuro brillante. En Trainspotting, por el contrario, son los consumidores quienes opinan al respecto: "La gente cree que esto tiene que ver con la miseria y la desesperación y la muerte y todas esas pendejadas, que no hay que dejar de lado, pero lo que olvidan es el placer que proporciona. [...] Imagina el mejor orgasmo que hayas tenido en tu vida, multiplícalo por mil y ni siquiera así te acercas." Desde luego, la gran polémica en torno a Trainspotting (sólo en torno al film; por lo general, a los lectores les da flojera el escándalo) se origina en la opinión de las mayorías de que la historia glorifica el consumo de las drogas. Por supuesto, lo del orgasmo multiplicado y varias otras imágenes de la película hacen de la heroína un producto bastante atractivo. Sin embargo, si bien se ofrece una descripción en bruto de la parte entretenida de las drogas, también se nos presenta a un protagonista que sabe, en los momentos de lucidez de los que hablábamos arriba, que su vida es un descenso continuo, una caída libre, y que el fondo no puede estar muy lejos. De hecho, los personajes, como consecuencia de su drogadicción, se revuelcan literalmente en la mierda: las escenas por las que Trainspotting será siempre recordada: Renton se hunde en un excusado público, de pies a cabeza, para buscar unos supositorios de opio; la sábana en que Spud lleva su vómito, caca y orina explota por accidente a la hora del desayuno con sus suegros, etcétera. Nada hay de glorioso en semejante escatología.
A pesar de estas escenas ųo precisamente debido a ellasų, la película es una gran comedia. Los asuntos escabrosos están resueltos de una manera amoral, aunque no siempre hilarante: la relación estrecha que tiene la historia con el funcionamiento del cuerpo ųlas agujas que se hunden en la piel, el VIH, la pederastia, la diarreaų le da a Trainspotting una verosimilitud que no tendría si todas las escenas fueran tan simpáticas como la de "El peor excusado de Escocia".
El mérito final de la película está también en la banda sonora: inmejorable: canciones de (entre otros) Iggy Pop, Brian Eno, Blur, Pulp, Elastica, una de Lou Reed que se refiere a las maravillas de la vida y se escucha al momento de una sobredosis, y un solo de Damon Albarn, el vocalista de Blur: "Romántico de clóset", se llama la canción, y son tres minutos de música de elevador, ribeteados con treinta segundos en que el cantante recita sólo títulos de películas de James Bond (todas, por supuesto, de Sean Connery): "Dr. No, From Russia with Love, You Only Live Twice, Goldfinger, Diamonds Are Forever, Thunderball, Never Say Never Again".
A quien no haya leído la novela le resultará incomprensible el título de la película (el título original, se entiende, porque el nombre en español, como suele suceder, es de lo más moralista: La vida en el abismo): en ningún momento se hace referencia alguna a la palabra trainspotting, incluida, en cambio, en el glosario del libro: un pasatiempo estrictamente británico que consiste en calcular por escrito las llegadas y salidas de los trenes ųhábito tan absurdo y carente de sentido como tal vez lo son las inyecciones de heroína.