La Jornada Semanal, 30 de marzo de 1997


Breve agenda de la feria "ARCO"

Teresa del Conde

Ensayista y directora del Museo de Arte Moderno, Teresa del Conde se ha significado por relacionar las artes plásticas con diversas áreas del saber (baste recordar sus estudios sobre las ideas estéticas de Freud). Sus intereses abarcan todas las épocas y todas las escuelas de pintura. Hace unas semanas, nuestra colaboradora estuvo en Madrid y visitó ARCO, la amplia muestra de pintura dedicada a América Latina.



Nunca había asistido a una feria de arte. Tuve en cuenta que la de ARCO está entre las más prestigiadas y que cumplía 16 años de existencia, así como el énfasis actual estaría puesto en los países de América Latina, cosa que no se percibió con claridad al ingresar al primero de los grandes pabellones. Casi desembarcando en el aeropuerto de Barajas, los cuatro habitantes de México que compartimos el vuelo nos aprestamos a sumergirnos en el alucinado ambiente. Mi primera reacción fue de desconcierto. No calibraba que una feria fuese cosa totalmente distinta a una Bienal Internacional, como la de Venecia o la de São Paulo, o a un nutrido salón de artes plásticas. Me informé también de que "existía preocupación por cómo se pintaría en el futuro", la cosa es que durante el primer recorrido por uno de los corredores principales, pintura no vi casi por ningún lado. Pensé: no es posible asimilar tanto trique, pero luego me dije: no estoy siguiendo el método adecuado, al tiempo que veía unas grandes fotografías de niños y adolescentes que recargaban contra sus sienes enormes pistolas, en actitudes suicidas, pero con caras sonrientes. Al voltear a otro lado miré el simulacro de un cráneo infantil abierto por la mitad colgado de un clavo; ambos hemisferios contenían unas masitas de "materia gris". Me pregunté si la pieza aludía a alguna malformación, pero empecé a experimentar malestar, así que decidí abandonar esa primera visión de conjunto y adentrarme en el stand de una galería de prestigio: la Galería Karsten Greve de Colonia. Al primer golpe de ojo distinguí viejos conocidos, de aire algo trasnochado: J. Albers y Lucio Fontana; vi pieza por pieza, me gustó Twonbly y en una mampara que daba la espalda a las vanguardias me topé con dos joyas: intemporales naturalezas muertas de Giorgio Morandi. Me quedé mirándolas un rato: los cuadritos afirman que no es fácil prescindir de estas cosas, que provocan emoción o placer estético. Y recordé algo escrito recientemente por John Berger: "la solitaria obra del sacristán cascarrabias es una indagación sobre los principios, sobre los orígenes. Sus objetos no se pueden comprar en una feria", acaso para muchos ni siquiera era posible verlos, pues son objetuales, pero no son objetos, son, eso sí, como dijo Berger en aquel artículo titulado "El extraño caso de Giorgio Morandi", lugares (todo tiene su lugar) donde nacen pequeñas cosas. Indagué los precios. Se me dijo que no eran los únicos que estaban en poder de dicha galería y que los que se encontraban a la vista costaban $ 610,000 el de 38 x 36 (medidas siempre en cm) y $750,000 el de 38 x 45 (cantidades siempre en dólares, salvo que se especifique lo contrario). Es sabido que el precio de las pinturas se mide por cm2, aunque una sea bellísima y la otra deplorable, pero aquí no sucedía eso: ambas eran hermosas. La esperanza de que en algún momento cualquier acervo de museo estatal mexicano se viera en posesión de pinturas de Morandi, se desvaneció considerablemente. En ese espacio pude ver una pieza de Kounellis y la misma noche, en el Reina Sofía, después de visitar las exposiciones de Vicente Rojo y Juan Soriano (muy concurridas ambas), me toparía con una extensa retrospectiva suya, ciertamente impactante, pero que no producía (o no me producía a mí) la sensación de encontrar algo inédito, sino una combinación de recursos que tienen ciertos puntos de partida en Kurt Schwitters (1887-1948), el inventor de Merz, palabra que corresponde a la publicidad bancaria del Commerz und Privatbank. Fue uno de los primeros en producir arte a través de elementos anti-artísticos, rasgo común a varios dadaístas, empezando por Duchamp, antes de que el término "Dada" fuese acuñado en 1916.

Regresando a ARCO al día siguiente, después de haber visitado el encantador y solitario Museo Romántico de Madrid, ubicado en la Calle San Mateo, procuré mirar lo que había en una afamada galería española, la de Juana de Aizipú, que tiene filiales en Madrid y en Sevilla. Encontré algo que se refiere asimismo a "los orígenes", pero no a los orígenes de las formas como en el caso de Morandi, sino de los seres. Se trataba de "la familia" concebida a través de tres bolas de estambre rosa a las que a su vez se adherían unas protuberancias amarillas. ¡Muy conceptual!; se trata del trabajo de una artista mujer: Ana Luisa Alaez. Me dio tanta curiosidad que pregunté el precio. La instalación no era muy cara, costaba $ 3,076. Ahí mismo observé las grandes fotos soft-porno de Andrés Serrano; una de ellas es versión contemporánea del antiquísimo tema de la Caridad Romana. El precio de cada fotografía equivalía a $7,500. Inquirí por el tiraje: sólo siete impresiones había de cada una y todas se habían vendido (al menos eso fue lo que entendí). Aún no lograba domeñar el esquema distributivo del Parque Ferial Juan Carlos I, así que, todavía con la impresión reciente de unas preciosas "sátiras del suicidio" del pintor L. Alenza que había visto en el Museo Romántico y que ųen cuanto a suicidioų siendo asimismo sátiras eran lo opuesto a las fotos observadas la víspera, me encaminé a las galerías de mis coterráneos. En eso estaba, cuando de repente reconocí instantáneamente una pintura en formato grande de Julio Galán ųrepresentado por la galería Barbara Farber, de Amsterdamų que ya estaba vendida, razón por la cual no se me informó sobre su precio. Me interesaron allí los trabajos de Marc Mulders y mientras los observaba se me acercó un antiguo conocido, el pintor mexicano Alfredo Castañeda, que vive en Madrid desde hace varios años, al igual que su colega Carlos Vidal. Hasta donde sé, ninguno de los dos se encontraron representados en ARCO. Para llegar a las galerías mexicanas debía regresar a la entrada del pabellón para de allí pasar a otro, de iguales dimensiones e importancia, así que transité al punto de donde había partido por corredor distinto, siempre mirandoaquí y allá. De pronto veo unas pequeñas obras que me gustaron; eran del irlandés Sean Scully, de quien varios años atrás vi una retrospectiva, también en Madrid. El pastel de 58 x 76 costaba $20,000 y la acuarela de 38 x 57, $14,000. Scully es un artista que está en su medianía de edad y que tiene proyección internacional, así como convergencias con otros pintores que cultivan las modalidades abstractas. Habría yo de encontrarme obras gráficas suyas al día siguiente en otro stand: Editions T. de Barcelona. El precio promedio era de $2,750 por ejemplar. Tiraje de 50 más pruebas de autor.

Al dirigirme al punto donde ese pabellón ofrece puente al contiguo, vi las obras de un dibujante esloveno: Vladimir Velickovic; no son narrativas, son fuertes, capaces de pervivir a su momento. Después encontraría una galería en la que me detuve a observar obras de un artista checo: Richard Koci; el conjunto de sus cuadros abstractos está trabajado a la encáustica, en dimensiones medianas. Quise saber algo de él: me enteré que nació en 1954 y que estudió por un tiempo en la Academia de San Fernando. Dos días después, conversando con la pintora Irma Palacios, que junto con Manuela Generalli, Sergio Hernández, Gabriel y Vanesa Macotela daban sus vueltas por ARCO para después dirigirse a otros sitios, me di cuenta de que convergíamos en gustos: ella había adquirido un catálogo sobre la obra de Koci, si bien ambos tienen una predilección común: les gusta trabajar la encáustica.


Si te gusta y entiendes el mensaje de la instalación de botitas que avanzan siguiendo estratégico trayecto (obra de Eva Lootz en la Galería Luis Adelantado) bien, y si no, pues te aguantas. No sea que te crean "retrógrada" o "tradicionalista".


El pabellón anexo no era exclusivo de las galerías latinoamericanas; había varias españolas y de otros países. Antes de llegar a las galerías mexicanas (todas con magníficos stands) me detuve a examinar una galería moscovita: Manege Art Gallery, que exhibe obras de "artistas famosos por sus románticas y poéticas trasposiciones y por el magistral manejo del material". De inmediato un cuadrito pequeño me atrapó el ojo, y después fui viendo otros, de mensaje crítico-humorístico. Había también agradables esculturillas en bronce. Un respiro. La persona a cargo sólo hablaba ruso, pero una mujer joven me escuchó preguntar en inglés sobre el autor del cuadrito que me gustaba; "soy yo", respondió con cierto orgullo. Ya había vendido esa y otras piezas similares. Me mostró obras suyas de diferente índole y técnica, así que conversamos un buen rato. Ekaterina Kornilova pinta con indudable brío en un estilo posimpresionista que resulta global, pero lo que me interesó de ella fue que a la vez practicaba, con objetivos de venta, una modalidad emparentada con la academia rusa de fines del XIX. Su formación fue estricta: vivió el socialismo real, y ahora incursiona tanto en esta galería cuanto en una filial española de la misma. Ella y sus coterráneos poseen peculiar sentido del humor, ofrecen discreta crítica sociopolítica (sobre todo Tatyana Nazarenko) y se toman las cosas en serio. Los precios de sus obras están muy por debajo de otras (de firmas también desconocidas) que me dicen poco y pululan en galerías de prestigio. Serán obras inteligentes (ni tanto) pero se convertirán en utilería en cuanto el contexto que las nomina como "arte" (stand de galería o museo) deje de albergarlas, o bien cuando al curador se le ocurra cambiar de tónica, porque es cierto que la influencia de los curadores actuales ųsi promueven obras contemporáneasų es definitiva. Llegan a ser coautores de las exposiciones y además determinan en buena medida lo que se debe mostrar. No digo que esto sea necesariamente nocivo: es una moda, y el arte tiene mucho de moda; tanto es así, que la exposición contigua a ARCO en el enorme parque ferial estaba dedicada a lo que comúnmente entendemos por moda: atuendos, accesorios, looks, etcétera.

Así es: no se puede pretender lo contrario ni hay que hacerse preguntas de ninguna especie. Si te gusta y entiendes el mensaje de la instalación de botitas que avanzan siguiendo estratégico trayecto (obra de Eva Lootz en la Galería Luis Adelantado) bien, y si no, pues te aguantas. No sea que te crean "retrógrada" o "tradicionalista". Para entonces había visto buen número de obras de José Bedia, que se encontraba presente en ARCO, simpático, cordial y exitoso. Ya no mostraba a los balseros, tema con el que concurrió en una sección alterna a la Bienal de Venecia 1995, representado por una galería de Miami instalada en la Giudecca. De sus obras exhibidas en ARCO la que más me gustó fue un dibujo al carbón escueto, muy suelto y excelentemente resuelto. Otras cosas suyas me parecieron reiteradas. El dibujo se titula La anunciación, mide 109 x 80 y costaba $6,500.

La primer galería mexicana que visité fue la GAM. Allí estaban sus directoras: Mariana y Alejandra, exhibiendo entre otras obras una pintura importante de Tamayo que ha de sobrepasar en cuanto a precio más del medio millón de dólares, dos pinturas de Wilfredo Lam y un precioso paisaje de Armando Reverón. Entre otros, llevaron a uno de sus artistas-estrella actuales: Nahum B. Zenil, pero desafortunadamente en el momento de mi visita sus obras no estaban expuestas. De allí me fue fácil llegar al stand de Benjamín Díaz, muy audaz en su selección, tan distinta de la que caracterizó la tónica que guardaba cuando su galería se ubicaba en la Colonia Condesa. Vi las obras de Thomas Glassford y al poco rato me encontré con un hombre que llevaba un brazo extendido ostentando complicado aparato ortopédico. No tuve empacho en preguntarle si accedería a "mostrarse" un rato en la galería de mi paisano, junto a las piezas de Glassford (que eran muy parecidas al aparato, si bien éste no posee seguramente "capacidad metamorfósica del objeto", frase de mi compañero de conferencias, Oswaldo Sánchez, muy versado en estos lenguajes). El sujeto interpelado no accedió a mi petición, aunque sí la entendió. Ya había visitado el stand de Benjamín. Sólo sonrió.

En el stand de Arte Actual Mexicano ųla galería de Guillermo Sepúlvedaų volví a ver obras de Julio Galán, a las que se anexaban otras de artistas regiomontanos, Silvia Ordóñez entre ellos, que llamó la atención de la directora del Museo Tamayo, participante también en el simposio simultáneo a la feria. En comparación con Benjamín Díaz, Sepúlveda se encontraba en la retaguardia, pero se me dijo que fué éste quien adquirió de Benjamín el conjunto de las polaroid intervenidas, autorretratos de Francisco Toledo. Los stands mexicanos más nutridos y amplios correspondieron a otro regiomontano, Ramis Barquet, y a la galería OMR. Con el primero volví a enfrentarme a obras de Bedia, encontrando entre gran variedad de piezas unas recientes de Rubén Ortiz Torres ųcon buen sentido del humorų. En OMR vi una de las dos obras a mi modo de ver mayormente conclusivas de todas las que corresponden a artistas iberoamericanos. Se trata de una composición dibujística de formato muy grande, armada a modo de mosaico, de Rocío Maldonado. El precio: $40,000. La otra pieza, igualmente a cargo de OMR, de importancia indudable y de autoría mexicana, es un altorrelieve en madera (su transporte debe haber supuesto un trabajal) de Germán Venegas. Fue vendida al nuevo museo extremeño, que va así reuniendo acervo. No recuerdo si fue allí o en otro stand vecino que vi una pintura abocatada sobre lino que me pareció notable. Se trata de un perro, plantado con soltura en el soporte; el autor es Fernando Leal Audirac. Esta obra suya me pareció más genuina (más personal) que otras que le he visto y que obedecen a su conocida propuesta conceptual en torno a autoría y estilos. Francis Alys, también conceptual, no puede evitar atraer a través del modo como pinta, aun y cuando lo haga para proponer a través de la pintura posturas antipictóricas.

Por último, Fernando Arias causó sensación porque vende su piel tatuada (no es ni con mucho el único que oferta un segmento corporal, Paula Santiago hace lo mismo, aunque valiéndose de partes menos inocuas de su corporeidad, como el pelo y la sangre, que se hace extraer atendiendo a procedimientos asépticos). En tal forma, puede decirse que Arias, colombiano de 33 años, da la piel por el arte. El epitelio en venta corresponde a una zona delicada, vecina a los genitales. El comprador puede conservar el fragmento tatuado en un recipiente con formol (se indican los métodos pertinentes para su conservación correcta, pero yo recordé la Mano de Obregón que tuvo que ser retirada no hace mucho del monumento que lleva su nombre en San Ángel). La piel faltante va a ser reemplazada por un pedazo de nalga, me informó el autor, quien dijo no haber encontrado aún una oferta lo suficientemente atractiva ųpues venderá al mejor postorų, si bien ya está en negociaciones con el Centro Pompidou. ƑY después de vender ese tatuaje, qué va a suceder?, le inquirí. "No se sabe qué va a suceder", dijo. "No sé qué es arte o qué no es. Estoy convencido de lo que siento." Pero dolor sí sentirá este epígono de Marsias y de San Bartolomé, de cumplirse sus propósitos.

No sólo esto fue ARCO, la cosa es mucho más complicada y variada, como bien puede comprenderse. Es imposible compendiar, pero es posible decir que el espectáculo fue a la vez fascinante, entretenido, repugnante y revelador. Nadie es profeta y resulta nocivo aventurar cosas,pero quizá puede decirse que ųsalvo los productos relacionados con la fotografíaų la tónica dará un giro considerable en versiones a mediano plazo.