La Jornada Semanal, 30 de marzo de 1997
Es cierto que no existe la felicidad para el hombre que no viaja? "Vi
viendo en sociedad con los hombres, aun el mejor hombre se convierte
en pecador. Pues Indra es amigo del viajero." Viajeros han sido
muchos de los hombres que vivieron en Tabasco, desde siempre; lo mismo
en el siglo XIX que en el XX, salir de una pequeña ciudad,
llegar a un pueblo, era convertirse en expedicionario, pues
había que cruzar lagunas, arroyos o ríos, porque el
estado era un territorio de pequeñas ínsulas. Para el
poeta, Villahermosa era semejante a Venecia, una ciudad con sus
espejos de agua donde mirarse eternamente, pero el hombre común
y corriente la veía tal vez como un laberinto de ríos y
lagunas que casi nada tenían que ver con la literatura.
Los que llegaban a estas tierras Ƒeran forajidos en busca del Dorado? No precisamente. Muchos venían huyendo de las guerras europeas o salieron de sus países buscando probar fortuna en América. En Tabasco se asentaron españoles, catalanes, irlandeses, norteamericanos, franceses, italianos, ingleses, y una gran cantidad de libaneses, turcos y árabes. Al principio eran nómadas incómodos con el trópico; luego se acomodaron a las bondades de la vegetación y del agua, crearon grandes fortunas, pero antes los cautivó una mujer húmeda, verde, como es la tabasqueña. Tal vez la navegación, el medio de transporte por excelencia en Tabasco en décadas pasadas, produjo este flujo y reflujo de hombres y mujeres de otros mundos.
Políticos en campaña, hombres de negocios, cirqueros y magos, exploradores de la selva, extranjeros, pasaron por las aguas del Grijalva y el Usumacinta con destino incierto; fueron una rara bendición para los indios chontales y los campesinos, y siempre una esperanza de poblar un territorio vacío. El pasado regresa a cada paso, es decir, la majestad caída, el infierno de las aguas y sus maleficios. Si el Nilo sigue teniendo un sentido religioso, el Grijalva, el Mezcalapa, el Oxolotán, representan hoy en día una foto ya borrosa de un pasado oscuro. Son imágenes de la naturaleza prodigiosa y de la armonía que le otorga el agua a un territorio que vive de prisa por mandato del petróleo. "Tabasco es el reino del agua, del brillo, de la onda, del perfume y del canto."
El que abandona su lugar de origen ya no es nunca el mismo. Entonces Ƒel viaje es conocimiento, una necesidad de la naturaleza humana? ƑUna búsqueda del otro y de sí mismo? Lao-Tse decía: "Sin traspasar uno sus puertas, se puede ver el camino del cielo. Mientras más se viaja, puede saberse menos. Pues sucede que sin moverte, conocerás; sin mirar, verás; sin hacer, crearás."
El viajero que se dirige al Sureste por carretera debe pasar por Coatzacoalcos; una autopista aún no terminada comunica este puerto con Villahermosa. Ofelia y yo hacemos el recorrido, con una escala en el río Tonalá, para ver las huellas de la cultura olmeca, el momento en que comienza el lejano Tabasco. Cruzamos el puente que separa a Veracruz y Tabasco y la vista se pierde en el horizonte de las tierras bajas de la Chontalpa. El río Tonalá, que sirvió de alimento material y espiritual a los olmecas, se halla cubierto en sus orillas de jacinto; aceitoso, de aguas profundas y muertas, yace en silencio mirando los días y las noches. La mañana es verde, con sonidos de pájaros.
El Tonalá pasa cerca de La Venta, la población que surgió a raíz de dos descubrimientos antagónicos: las cabezas colosales de la cultura olmeca y los yacimientos de petróleo. No necesito recorrerlo ahora, ya lo hice muchas veces en otro tiempo: las riberas están pobladas de espesos manglares en los que reina el cangrejo moro; en los pajarales, garzas, pelícanos y gaviotas hacen sus nidos. Según avanza hacia su desembocadura en el Golfo de México, el río se ensancha y el mangle cede su puesto a las palmeras. šAh, esta imagen me hiere la sangre! Por el Tonalá pasé muchas veces de la mano de mi padre; veníamos del olvido, los arenales de la costa con destino a la memoria, la civilización: el estado de Veracruz. Antes de entrar al mar, el río se extiende; de un lado Cuauhtemotzin, Tabasco, apenas un caserío con su escuela, su tienda y el muelle; del otro lado, un pueblo más hecho: Tonalá. Pero del muelle apenas quedan las señales. Las pequeñas olas del río-mar juegan en la orila donde algunas garzas, Ƒserán las mismas que nos miraban de niños?, disimulan la presencia del viajero. Veo lo mismo pero es štan diferente!, en realidad no hay más huella del pasado que estas aguas, este sol aguado que ilumina los techos de lámina de las casas de Tonalá, Veracruz. Casi es el mismo paisaje que conocí: la otra orilla con sus pinos, su faro y la silueta de la aparente isla que se entrega al mar.
En esta orilla me quedo viendo a un niño con sus padres que bajan de un viejo fordcito modelo '54, suben al puente de tablones desiguales; el viento silva en sus oídos, viene del norte, del mar ya revuelto. La mamá lleva a un bebé y camina con cuidado, le ofrecen una mano al intentar subir al barco; el padre va con una maleta en la derecha y un niño mayor bien cogido de la mano. Siento el ruido del viento y el vaivén del barco que parece un papel sobre el océano; sin embargo no hay el menor peligro. Suben al fin a la pequeña embarcación en cuya proa el pintor ha escrito con letras romanas: "La Nueva Esperanza". La cargan de semillas, cerdos, pasaje, copra, y al fin deja el muelle empujada por un hombre descalzo, ayudante del capitán. La esperanza marcha a su destino.[...]
Es el mediodía, Villahermosa es como una caldera, sin embargo, el centro de la ciudad refresca la mirada; el viajero lo toma como refugio mientras prosigue en su afán reporteril, es a fin de cuentas un observador indiscreto. Ahora caminamos por una ciudad que ha creado un sitio de holganza, por sus cafés al aire libre, los museos, librerías, salas de arte y las calles peatonales que resguarda un ramaje de tamarindos y jacarandas. El centro.[...] A falta de arte barroco, de iglesias y capillas donde el sincretismo de la Colonia pueda impresionar al viajero, Tabasco enseña sus bondades naturales: sus aguas. Un cinturón de agua, en vez del que lleva en la cintura el hábito de San Francisco, sostiene y sirve de rondín nocturno a Villahermosa. La ciudad, como el estado, vive del agua y a ella se entrega incondicionalmente. Pero el agua es de doble signo: un espejismo para los beduinos del desierto, el sueño y la pesadilla que los socava y los obliga a orar desde el código del Islam. Una bendición para las tierras bajas en las que se derrama como las arenas del desierto, que en Tabasco inunda a su paso comunidades, pueblos y la misma capital del estado que todavía en los años treinta y cuarenta sufría las calamidades del agua.[...]
Los viajeros que llegaron a Tabasco vieron quizás el paraíso y el infierno al mismo tiempo; aquella naturaleza rebosante de flores y frutos era la encarnación del mito bíblico de un edén no contaminado por la mirada del hombre. Y sin embargo, también era un laberinto en el que el hombre perdía la noción del tiempo y su mente sucumbía ante la embestida de la selva, una especie de corazón de las tinieblas.
Villahermosa se mira en el crepúsculo; Ofelia y yo hemos caminado el centro, nos sentamos en el malecón protegidos de los almendros, comimos ceviche en un lugar que se quedó con la estrella de los años setenta, como lo indican su historia y su nombre: El Rockanroll. Es la hora del Manhattan, el bar-restaurante de moda en Villahermosa, diseñado por Antonio Gular, que vivió más de quince años en Nueva York, hizo de todo y regresó como un viejo Ahab a los 35 años de edad a su tierra. El Manhattan te sirve una ensalada niçoise, vino del Penedés y una plato que se cae de bueno: el filete bourguiñón. Es parada obligatoria de cualquier viajero que llegue a Villahermosa. Antes de que entre la noche, sentados en el barandal del Manhattan, recibo el piquete nada amable del primer mosquito de la noche. Ofelia hubiera querido seguir viendo el Grijalva. Le recuerdo que no es el padre de los ríos, como dijo Borges del Mississippi, sino el mayor granero de mosquitos.
El Manhattan es como el recordatorio de que en Villahermosa nacieron los poe tas que hicieron de Nueva York su propia catedral, desde la cual miraron el trópico con gran nostalgia, como sólo puede hacerlo el ausente. José Gorostiza (1903-1973) envió muchas cartas de Nueva York, donde estuvo algunos meses de visita, y en una de ellas le decía a su querido paisano Carlos (Pellicer): "Mis días malos de aquí son iguales a los de allá: la cosa frágil, asustadiza, casi ilusoria, que soy yo, manifestada en la actitud de un día."
De la amplia y diversa actividad vista en Tabasco, sus lunas y sus lluvias, sus hombres y mujeres, su mercado, su música y folclor, se adquiere la convicción de que describirlo no es tarea fácil ni un ejercicio de la crónica. Requiere, como el mundo actual, un sondeo de lo que son los días, las tardes y las noches, los momentos en que el hombre trabaja, se divierte, descansa y sueña. Me abrigo entonces con las palabras de Kapuscinski: "No es nada fácil escribir en un mundo en tan violenta y radical transformación. Todo empieza a tambalearse, el suelo pierde consistencia y a cada paso cambian los sívmbolos, se desplazan lo signos, los puntos de orientación carecen de lugares fijos. La vista del que escribe vaga y deambula por nuevos e ignotos paisajes, en tanto que su voz se extravía en el estrépito de la avalancha de la historia."
Cuando nos levantamos del Manhattan es la medianoche; el cansancio aún no aparece en nuestros rostros, y menos desde que se han sumado a la tertulia el escritor Vicente Gómez Montero, el cronista y amigo Jorge Priego, nuestro primo y poeta Pano Cabrera, el extraordinario Lácides García, piezas clave de este paisaje urbano. Para ellos no hay Grijalva ni Usumacinta, sino libros y ciudades. ƑHay algo más en la noche? Claro que sí, vamos a ver las aguas pero de los bajos fondos villahermosinos, a entrar en el circuito de los siete bares.
Fragmentos del libro Los ojos del paisaje que el FONCA publicará en breve en su colección Cuadernos de Viaje.