Reaparecen en Europa los viejos fantasmas del racismo, el chovinismo, el fascismo, la intolerancia. Como dijo Bertolt Brecht, el viejo vientre inmundo es aún fértil. Pero la sociedad no permanece atónita sino que reacciona, lo cual provoca una fuerte polarización y nuevas y graves tensiones sociales y políticas. Un ejemplo claro de esta tendencia, que aparece también en Alemania o en Italia, es el de Francia. Allí, a la crisis social y a la protesta contra la política económica del gobierno se agrega la tensión producida por el congreso del Frente Nacional, la organización ultranacionalista y de extrema derecha dirigida por un ex soldado de la Legión Extranjera, Jean-Marie Le Pen. La ciudad de Estrasburgo, sede de ese cónclave, se ha convertido en el centro de un enfrentamiento entre dicho frente y el resto de las tendencias políticas. Hacia Estrasburgo, en efecto, partieron trenes llenos de progresistas e izquierdistas que hicieron su marcha de repudio, mientras otra marcha paralela, también contra la extrema derecha, desfilaba con las consignas y las personalidades de la derecha constitucional, que gobierna el país. Los miles de congresistas fueron sitiados por decenas de miles de manifestantes dispuestos a evitar que el Frente Nacional haga realidad las palabras de Le Pen, quien dijo que su organización está pronta para el poder. Pero eso no basta.
Todos los periodos de crisis social dieron origen en Francia a movimientos reaccionarios: así sucedió primero con el poujadismo y después con el movimiento terrorista de la OAS, dirigido por el general Massu, que llegó a atentar contra la vida del general Charles de Gaulle, presidente de la República. Pero dichos grupos, aunque de masas, no tenían ni el peso ni la composición social que tiene el Frente Nacional, pues su base de apoyo consistía sobre todo en los sectores más pobres y atrasados de la clase media tradicional, mientras que éste tiene su principal base entre los obreros y en sectores importantes de las nuevas clases medias. Además, mientras los movimientos anteriores fueron absorbidos por el boom económico (que atrajo a Francia una enorme cantidad de mano de obra extranjera), el chovinismo y el racismo actuales se apoyan en la crisis y en la desocupación, y encuentran en la presencia de esos ex inmigrantes el pretexto para una política agresiva, que las acciones gubernamentales contra la inmigración alientan y estimulan.
Por lo tanto, las movilizaciones contra la ultraderecha no bastan por sí mismas, por importantes que sean, pues el problema central consiste en disputarle al frente su base popular, ofreciendo una alternativa viable y creíble. Ni la derecha constitucional con su política antinmigrantes y de destrucción del Estado social ni una izquierda no renovada tienen posibilidades de disputar las mentes de ese tercio ``negro'' de los franceses, que amenaza con ganar las calles y el poder estatal. Como en 1934, para impedir el retorno al pasado, la parte sana de Francia debe ofrecer un futuro y avanzar.