Guillermo Almeyra
Del ``peligro amarillo'' al bloque oriental

Estados Unidos está extendiendo las fronteras de acción de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, que es su instrumento militar. Primero las llevó fuera de ese océano e hizo que abarcaran incluso el Océano Indico y el Mar Rojo, durante la Guerra del Golfo y durante la posterior presión contra Irak, y ahora las conduce hasta el Báltico, los Balcanes y el Mediterráneo, incorporando regiones que anteriormente eran el ``colchón" amortiguador de la ex Unión Soviética o que formaban parte de ésta. Por supuesto, esta decisión de empujar a Rusia lejos de Occidente y de arrinconarla en los Urales (pues tras Hungría, la República Checa, Polonia y los Estados Bálticos, la misma Ucrania sería candidata a su integración futura en la OTAN) tendrá enormes consecuencias, independientemente del servilismo de Boris Yeltsin y de su equipo más cercano.

No tanto desde el punto de vista militar, ya que con las nuevas tecnologías (satélites, comunicaciones electrónicas, cohetes de largo alcance, en particular) el concepto mismo de Estados colchón resulta obsoleto, pues unos cientos de kilómetros más entre las fronteras y los centros neurálgicos propios no impiden ni dificultan los golpes devastadores. Sí, en cambio, desde el punto de vista político ya que, en primer lugar, un Estado que deja de ser neutral y desarmado y pasa a ser potencialmente hostil aumenta la presión contra Moscú. Además, porque somete a los europeos y los ata al Pentágono. En efecto, la Ostpolitik inaugurada por Willy Brandt pero continuada por Helmuth Kohl, con el apoyo constante de Francia, buscaba instaurar un lazo privilegiado con Moscú y convertir a Rusia en un mercado potencial, sobre todo alemán, para los productos y los capitales que de ese modo competirían mejor con Estados Unidos, mientras que ahora esas veleidades han sufrido un rudo golpe. Igualmente porque tiende a cambiar el eje geopolítico precisamente en un país como Rusia, que está a caballo entre Europa y Asia.

Es evidente, en efecto, que la amenaza de la OTAN (alemanes y estadunidenses juntos) no es algo que pueda llenar de alegría a las fuerzas armadas rusas. La crisis terrible que ellas viven en la actualidad (corrupción, suicidio masivo de oficiales debido a la miseria, decenas de miles de oficiales y cuadros que renuncian, hambre en los cuarteles, retraso en los pagos, obsolescencia de las armas, destrucción de la logística, venta de armas para sobrevivir o lucrar, etcétera) les impide pesar suficientemente en el establishment yeltsiniano, pero eso no significa que no se indignen, sobre todo porque ven como una provocación esta ofensiva que las encuentra impotentes y que equivale casi a pegarle a un niño o un borracho.

Su reacción se ejerce en dos direcciones: la primera, en una carrera hacia la oposición antiyeltsiniana, sea ésta dirigida por el chauvinista-``comunista'' Ziúganov o por el general Lébed; la segunda, en la búsqueda de nuevas alianzas. Y éstas sólo están en Asia (sobre todo porque Rusia debe preservar su ``bajo vientre'' en Asia Central de las ambiciones estadunidenses que allí presionan a través de Turquía y de los talibanes del Afganistán). De modo que crecerá cada vez más el lazo económico, ya importante, que existe entre los neocapitalismos ruso y chino. El inevitable e impetuoso rearme del Ejército chino se hace ya con armas rusas. El complejo militar-industrial ruso, que mantiene poder dentro de la nomenklatura y las mafias, encuentra así en China un mercado importante, que sin duda se agrandará a la India en la medida en que aumenten los conflictos con Pakistán (estimulados por el Pentágono) y en que los dirigentes hindúes imiten el rearme chino. Una alianza de hecho ruso-sino-hindú podría estimular el desarrollo de las tecnologías y de los mercados de esos tres inmensos países y daría a los dos últimos la posibilidad de recurrir al enorme potencial petrolero ruso en Siberia, e incluso de desarrollarlo. Tanto Corea del Sur como Japón, que encuentran en la industrialización y el mercado chinos una perspectiva importante, no podrían dejar de acercarse a ese polo gigantesco, con lo cual Estados Unidos perdería nuevas posiciones en el Pacífico.

La actual tríada que controla el mercado mundial --EU, Japón, Unión Europea-- podría ver surgir así un nuevo polo y, con él, nuevas contradicciones. Los del Pentágono no se caracterizan por su inteligencia: ¿y si debido a su prepotencia el tiro contra Rusia les hubiese salido por la culata?