Eduardo Montes
Un sábado de gloria

A las tres de la tarde del 28 de marzo de 1959 --era sábado de gloria--, decenas de agentes, debidamente armados, de la ya desaparecida Dirección Federal de Seguridad, tomaron por asalto las oficinas del comité nacional del sindicato de ferrocarrileros, y en un restaurant de la planta baja de ese edificio, situado en avenida Hidalgo detrás de la Alameda, detuvieron a Demetrio Vallejo y otros dirigentes de ese sindicato. Simultáneamente el Ejército y todos los cuerpos policiacos existentes en el país asaltaron los locales de las secciones del STFRM y desalojaron violentamente a los trabajadores de las estaciones ferroviarias, talleres, oficinas, campamentos y viviendas de los trabajadores de vía. Se estableció un verdadero estado de sitio en los barrios donde vivían ferrocarrileros; en las colonias Vallejo y Guerrero, del DF, la policía prohibía reunirse a más de tres personas. En unas cuantas horas fueron encarcelados más de diez mil trabajadores de las distintas empresas ferroviarias en el país y se inició la persecución de dirigentes políticos comunistas, entre ellos Valentín Campa, quien sería detenido sólo hasta mayo de 1960.

Con esa acción represiva sin precedentes, la más extendida del siglo XX contra un sindicato, el gobierno de Adolfo López Mateos se propuso poner fin a la huelga que realizaban cien mil trabajadores de los Ferrocarriles Nacionales, Ferrocarril del Pacífico, Mexicano y Terminal de Veracruz. Las demandas de los ferroviarios eran mínimas, la más importante era el pago del 16.66 por ciento correspondiente al séptimo día sobre un aumento de 215 pesos mensuales conseguido por los trabajadores en 1958, tras una serie de acciones que paralizaron el transporte feroviario del país durante varios días.

Las verdaderas razones de la represión no eran, sin embargo, el rechazo a las demandas económicas de los trabajadores, sino aplastar la insurgencia democrática y de autonomía sindical encabezada exitosamente por Demetrio Vallejo, pues ponía en riesgo el poder de las cúpulas sindicales domesticadas, encabezadas por Fidel Velázquez, y la subordinación de los sindicatos al gobierno. Este entendió que si no sometía al sindicato ferrocarrilero, en unos cuantos años el movimiento sindical en su conjunto alcanzaría su independencia y cambiarían por completo sus relaciones con el gobierno y su partido; de ahí la acción represiva iniciada aquel sábado de gloria.

Pese a la aguerrida resistencia de los trabajadores ferrocarrileros, sobre todo en el sureste del país, la huelga fue rota en unos cuantos días: el movimiento de los trabajadores fue acusado de ser una ``conjura comunista'', varios diplomáticos soviéticos fueron expulsados del país, y decenas de dirigentes sindicales y políticos se vieron sometidos a procesos judiciales y condenados a largos años de prisión. Tras esa acción violenta que puso fin a la insurgencia ferrocarrilera, ensayo de un sindicalismo verdadero, democrático e independiente, el gobierno y las direcciones sindicales charrificadas restablecieron su férreo control sobre los sindicatos. Este se prolongó varios decenios más, con un poder casi absoluto y sin fisuras internas, aunque hoy, 38 años después de aquellos hechos, desgastado por su ineficacia y sus traiciones a los intereses de sus representados; achicada su fuerza de interlocución frente al gobierno y sin la confianza de los trabajadores, ese sindicalismo vive una fase terminal.

Las antiguas formas corporativas de control de los sindicatos, la ausencia completa de democracia en su funcionamiento, la subordinación política al gobierno, la afiliación obligatoria al partido oficial y todas las prácticas perversas que han dominado en la mayoría de sindicatos en el último medio siglo, ya no resisten el paso del tiempo ni las nuevas exigencias del desarrollo social y político de este fin de siglo. Se acaba también el monolitismo del sindicalismo oficialista encabezado por Fidel Velázquez; así lo indica la actividad de los sindicatos foristas que adoptan una posición de relativa independencia frente a las políticas gubernamentales y buscan otras formas de relación con el poder. Asimismo, pese a las condiciones adversas de los últimos años ha podido sobrevivir un movimiento de sindicalismo distinto, representado en estos días por la Intersindical Primero de Mayo.

Muestra palpable de los nuevos y promisorios tiempos es el reconocimiento implícito del gobierno, del viejo jefe de la CTM y sus seguidores, de su incapacidad para organizar un festejo del día del trabajo como en el pasado, cuando el control de los trabajadores era completo. Por eso el 1o. de mayo próximo van a refugiarse en el Auditorio Nacional, para no escuchar los reclamos obreros en las calles ni ver cómo está naciendo un nuevo sindicalismo, heredero lejano de aquel ensayo sindical sometido por la represión iniciada el sábado de gloria de hace 39 años.