Bajo la dirección de quien voy a nominar aquí (para no embijarme con la homonimia de uno de los sátrapas más bizarros de este siglo que ya felpa) Pancho Franco, la comedia trágica de Tennessee Williams (1911-1983), Un tranvía llamado deseo, cumplió recientemente en el Helénico las 200 representaciones y se apresta a correr la legua republicana cargada de premios y demás. La escenografía es de Rafael L. Cortés, la iluminación de Xóchitl González y la música de Alejandro Giacomán. Estos son los papeles principales: Diana Bracho es Blanche Dubois; Carlos Torrestorija, Stanley Kowalski; Lisa Owens, Stella Kowalski; Luis Miguel Lombana, Harold Mitchell; Judith Arciniega, Eunice Hubbel, y Jaime Estrada, Steve Hubbel.
Más que el ser de una metáfora el título es engañoso y la imagen interior ilusoria: la protagonista se apea de un tranvía efectivamente llamado Deseo frente al espectador. La ambigüedad en este caso acaso lúdica, parece formar parte del procedimiento creativo del autor. Para él, los seres humanos, humildes y temerosos, somos en el fondo culpables y aparentamos lo opuesto. Poco convencidos de nuestra integridad, los personajes que más nos interesan son aquellos que comparten nuestras secretas vergüenzas. ``No es la dignidad esencial sino la ambigüedad del hombre lo que hay que expresar''. Mas, ¿puede decirse que Dubois sea un personaje ambiguo? Más bien corresponde a un trazo que de tan acabado resulta previsible; lo que fascina todavía es su capacidad para mantener irreductible la zona oscura del yo donde la personalidad hace único un carácter. Esto es así porque los personajes férreamente controlados ``deben poseer esa cualidad de la vida que existe en la penumbra. ¿Era una mentirosa Blanche Dubois? En el transcurso de Un tranvía (...) miente varias veces y sin embargo su corazón nunca miente''. ``Mis personajes son mis obras --acota Williams--y nada de lo que dicen es arbitrario o inventado.''
Para el dramaturgo yanqui en último destino ``Blanche es como la juventud de nuestros corazones que hay que hacer a un lado por necesidades más mundanas: es la poesía, la música; aquellos tiernos sentimientos juveniles con los cuales no podemos convivir bajo este foco desnudo que es el ahora.''
Bajo este foco despojado que es el ayer, la obra de Tennessee Williams ha envejecido más y mejor que el personaje --que también lo ha hecho, con pausa pero sin prisa. Por ese predio de la juventud del corazón que hace a un lado este foco investido por el ahora para ceder a necesidades más mundanas amplias zonas son preciosamente gratuitas, y por epílogo que sobre final dramático acude a explicar lo innecesario, añade al soneto el estrambote: la obra se cierra en pinza de angustia cuando Blanche despide a Mitchell: en ese momento quedaría en la región de la ambigüedad el nacimiento libre o el mal parto de Stella; Stanley dejaría una estela pringada de su propia infamia; Mitchell pastaría en el pasto de la duda pero también en el de la indolencia; y Blanche aparecería a los ojos de su propio destino ángel de la nada, al paso galopante del abismo más allá de la desolación.
Franco ha realizado una puesta literal de la obra, porque la asume con excesivo respeto y porque no la ha entendido en esencia ni ha advertido los muchos enriquecimientos a pesar de las arrugas. La puesta no tiene lecturas de dirección en términos de la oposición sensi-insensibilidad; el triunfo de la mierda del mundo sobre el amor, es bola que le ha pasado de humo el autor; y así el paralelo imputable a La Dama de las Camelias y no a La Dama de las Caguamas. La escenografía es plana y fija; y encima el director equivoca los planos a propósito por necesidades más mundanas que poner una obra: cuando el interés dramático está en Blanche y Mitchell, los arrumba al fondo y a la izquierda para ofrecer un taco de ojo a los voyeurs. Bracho se esfuerza hasta tocar su techo actoral y sufre tensa la incomprensión del personaje por su director. Está más espontánea y fresca Lisa Owen, y de Torrestorija mejor ni hablar.