La Jornada 28 de marzo de 1997

ENTRE EL DOGMA Y LA EXPIACION

Alma E. Muñoz Ť Sacerdotes mexicanos recibieron del papa Juan Pablo II la petición de nunca faltar a su valor de apóstoles y colaborar con Jesucristo para que el mundo tenga vida ``y la tenga en abundancia''. Oraron por renovar la fe, resarcir actos de injuria en contra de Jesús y por que los ciudadanos sean cada vez mejores y se opongan a las incongruencias.

Este fue el inicio de celebración del Jueves Santo en la Catedral Metropolitana. Ahí, el arzobispo primado de México, Norberto Rivera, encabezó los festejos que culminaron con una hora de reflexiones y lectura del Evangelio para recordar los pasajes de Jesucristo en Semana Santa.

Y mientras Rivera Carrera habló de la ``liberación de las esclavitudes que padecemos'', en la explanada del Zócalo capitalino se dio un encuentro inusual. Evangélicos entonaron cánticos religiosos para conmemorar el día, una banda militar hacía lo suyo para arriar la bandera y a un costado un grupo de concheros daba espectáculo para los turistas.

El arzobispo primado de México, seguido por unos cien feligreses, recordó el gran misterio de la eucaristía que Jesucristo instituyó un día antes de su muerte, al dar un paseo por la nave de la catedral con el cáliz en mano.

No dio un mensaje político. No quiso opacar la celebración de la pasión de Jesucristo para opinar sobre temas actuales o acerca de los rumores de la llegada de un nuevo representante papal para México. Sólo habló de la cena pascual, del paso de la muerte a la vida que ofrendó Jesús.

Por la mañana, inició la ceremonia con la lectura de un mensaje del Papa Juan Pablo II para los sacerdotes de México, en el cual se les pide cumplir con su valor eucarístico.

``Hoy es Jueves Santo. Toda la Iglesia se congrega espiritualmente en el cenáculo donde se reunieron los apóstoles con Jesús para la última cena. Amigos, así llamó Jesús a los apóstoles. Así también quiere llamarnos a nosotros que, gracias al sacramento del rden, somos partícipes de su sacerdocio. Escuchemos estas palabras con gran emoción y humildad. Ellas contienen la verdad. Ante todo la verdad sobre la amistad, pero también una verdad sobre nosotros mismos que participamos del sacerdocio de Cristo, como ministros de la eucaristía''.

Posteriormente, el arzobispo lavó los pies de 12 seminaristas para recordar lo que a su vez hizo Jesucristo con sus apóstoles y al final de la ceremonia, según la tradición cristiana, dar la consagración de las santas unciones: una del aceite para los enfermos, otra del santo crisma para el sacramento del bautismo y una tercera del aceite para los catecúmenos.