Al común de los ciudadanos les parece que no hay diferencias sustanciales entre los partidos políticos, o que los problemas escogidos como temas de campañas son, en todos los casos, los mismos, o que las propuestas de eventuales soluciones desde el gobierno son muy semejantes. A lo sumo, la distinción se percibe en los candidatos.
Esa percepción ciudadana no está lejos de las intenciones premeditadas de quienes definen el rumbo de los partidos. La estandarización de los partidos políticos es un fenómeno relativamente nuevo en México, pero tiene muchos años de haberse detectado en Europa y de haberse empezado a estudiar como una tendencia generalizada después de la Segunda Guerra Mundial.
En la década de los 60 ya era objeto de análisis el cambio político experimentado en diversos países europeos, en los que el ``partido burgués'' de viejo cuño, con su representación individual, se convertía cada vez más en una excepción, y los que seguían con vida ya no determinaban el carácter del sistema de partidos. Al mismo tiempo, el ``partido de integración'', nacido en la segunda mitad del siglo XIX, en una época de diferencias de clase más profundas y de estructuras confesionales más claramente identificables, se transformaba en lo que Otto Kirchheimer ha denominado un ``partido de todo el mundo'' (catch-all-party). (``El camino hacia el partido de todo el mundo'' en Kurt Lenk y Franz Neumann, Eds. Teoría y sociología crítica de los partidos políticos, Barcelona, Ed. Anagrama, 1980.)
Algunas de las características distintivas de este tipo de partidos permiten afirmar que el mismo proceso de cambio se está dando en México, sin manifestarse clara ni exclusivamente en un solo partido. La categoría de análisis ``partido de todo el mundo'' se refiere esencialmente a la pretensión partidaria de, por encima de cualquier otra función, abarcar todo el electorado en una sociedad determinada.
La pretensión de abarcar todo, o lo más que se pueda de un electorado indiferenciado lleva implícita la necesidad de renunciar al compromiso social o a la identificación política con determinado grupo. No es lógico esperar que un partido pueda alcanzar a todas las capas electorales, pero sí es de esperarse que para conseguir el mayor número de votos, el partido en cuestión tenga que adoptar los intereses más generales, y de esta manera evitar ser rechazado por la mayoría de los ciudadanos.
En la misma lógica, para este tipo de partidos es más importante concentrarse en cuestiones que toquen objetivos que apenas suscitan oposición en la comunidad. De aquí que se pregone que las mejores posibilidades de éxito las ofrecen aquellos fines sociales que se sitúan más allá de los intereses de los grupos.
Además de ese proceso de indefinición adquirida, es característica de los ``partidos de todo el mundo'' atravesar por una fase de desideologización, misma que contribuye de manera notable a su ampliación y ascenso. Para Otto Kirchheimer desideologización política significa ``privar a la ideología de su puesto de centro motor en la fijación de objetivos políticos'', y dejarla como uno más de los elementos posibles en una cadena de motivaciones mucho más compleja.
A la luz de la experiencia europea y del caso estadunidense, se afirma que la conversión en ``partidos de todo el mundo'' es un fenómeno que surge de la competencia, y que por regla general sólo los partidos grandes pueden lograr esa conversión con éxito. Más que el tamaño, parece ser la generalidad de los objetivos lo que cuenta. Por ello se considera que el éxito de este tipo de partidos está vedado a los partidos pequeños, pero también a aquellos formados para dar satisfacción a exigencias ideológicas o profesionales específicas, o con un programa de acción muy concreto.
En síntesis, al dirigir su atención ante todo hacia el electorado, este tipo de partidos sacrifica una penetración ideológica más profunda en aras de una cobertura más amplia y de un éxito electoral más rápido. Las tareas políticas de los partidos se han vuelto más limitadas, pues, Ädice KirchheimerÄ ``hoy se considera que los fines de antaño disminuyen el éxito, porque asustan a una parte de la clientela electoral, que es potencialmente toda la población''.