Cuando se habla de élites es imposible eludir las influencias de Platón, Pareto, Mosca, Weber o Gramsci, pero en nuestro caso acudimos sólo a las lecciones de la historia para definir estos puntos. 1. Todas las sociedades generan una minoría que asume el poder público, y esta minoría es la élite política. 2. Las lecciones de la historia muestran con claridad que las élites pueden renovarse o no, y que en el caso de no hacerlo entran en decadencia por crisis no resueltas. 3. Hay crisis insuperables cuando la élite gobernante es intrínsecamente incapaz de resolver los problemas sociales.
¿Qué ha pasado en el México moderno con sus élites políticas? En la era engendrada por la Revolución, es fácilmente apreciable el surgimiento de tres formas distintas de la élite. La primera tiene como raíz el asesinato de Venustiano Carranza (1920) y el florecimiento de la élite político-militar Obregón-Calles, asentada en un compromiso de alternancia en el gobierno que se vio interrumpido bruscamente por el asesinato del presidente electo Obregón (1928), en manos de León Toral, transformándose así el compromiso de alternancia en un órgano supraconstitucional, el Maximato de Plutarco Elías Calles, iniciado con Emilio Portes Gil y afirmado durante el fraude electoral de 1929 y el trágico escenario de asesinatos individuales y colectivos de vasconcelistas. El Maximato fue destruido (1936) por Lázaro Cárdenas, quien decidió hacer respetar la Constitución frente al arbitrario mandato callista y su compromiso con la élite económica de entonces. La élite Obregón-Calles fue de alrededor de tres lustros y representó el presidencialismo militarista concluido, hacia 1947, por Miguel Alemán.
La segunda élite, ya civilista, fue acunada en el régimen de Alemán (1946-52), con perfiles corporativos y anticomunistas, bajo la consigna de una capitalización nacional posible en aquellos años como efecto de la economía de guerra organizada por los aliados en la Segunda Guerra Mundial. La corporativización del gobierno-organizaciones sociales y sus estímulos al empresariado nacional fueron elementos centrales, en la inteligencia de que la corporativización alcanzaría la madurez suficiente para que la directiva política de la élite se unificara más y más en Los Pinos; en cambio, el empresariado nacional poco a poco se vería asociado o abatido principalmente por los capitales transnacionales nucleados en el Tío Sam y su Casa Blanca. Pronto la menguada empresa nacional advirtió que su gravitación en las decisiones públicas disminuía rápidamente mientras aumentaba la del capitalismo transnacional, sin que tal proceso pudiera detenerse o achicarse por medidas incompletas o titubeantes como las intentadas en el sexenio echeverrista 1970-1976. Sin embargo, su prolongada existencia --35 años-- tiene una obvia explicación: el dedazo sucesorial de los presidentes originó una circulación o rejuvenecimiento de la élite, bien percibida en las purgas sexenales de la alta burocracia que se registran desde Adolfo Ruiz Cortines (1952-58) hasta José López Portillo (1976-82). Fue en este sentido una élite abierta y no cerrada.
Los tres lustros de la tercera élite en el poder (1982-1997) exhiben un sistema férreamente cerrado y con un cenit, el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, introductor de los gemelos neoliberalismo y Tratado de Libre Comercio (TLC), cuyos efectos son conocidos: el derrumbe del mercado nacional en la medida en que éste se va transformando en un mecanismo del mercado internacional, la bancarrota del empresariado local, el empobrecimiento de las masas y clases medias, y sus derivados políticos: quiebra de la autodeterminación soberana, debilitamiento del mando gubernamental ante las exigencias norteamericanas y día a día mayores dependencias materiales. El único escudo que resiste las tormentas enemigas y que no será seguramente derrotado, es el temple de la profunda y generalizada cultura que nos identifica como una nación libre y suficiente para sobrevivir dignamente en el concierto internacional. Esta tercera élite política es ahora dependiente del transnacionalismo extranjero, corporativa, apoyada y confiada en fuerzas militares y policiales, y tambaleante porque su lógica le impide resolver satisfactoriamente los problemas del interior, poniéndose en riesgo respecto de los apuntalamientos foráneos que las sustentan cada vez con menos entusiasmo.
No caben más observaciones en el espacio de un artículo periodístico, pero sin duda alguna las señaladas invitan de inmediato, claro que incluido el autor, a una serie, detenida y honda reflexión.