José Cueli
La lectura del viernes santo de Petrarca

En los oficios religiosos de un viernes santo de 1327, un joven al parecer clérigo, por el hábito que vestía, encontrábase muy de mañana oyendo misa en la iglesia de Santa Clara de Aviñón, ciudad papal en aquel entonces. El humilde tonsurado hubo de quedarse embelesado en la contemplación de una joven de singular belleza que, cerca de él, rezaba fervorosamente.

Abrazado para siempre a sus encantos, quedó el seminarista, con la pasión sin esperanzas sentida hacia la hermosa devota que ¡ay! negose a la amorosa demanda, no porque no experimentase viva y pura la sexualidad por el religioso, si no por impedírselo un obstáculo que no había de salvar jamás debido a su lealtad. Ella estaba casada con un noble de la misma localidad.

El humilde y pobre joven, vestido de clérigo que había de ser uno de los más famosos poetas de Italia y a quien el senado de Roma dio la corona de laurel --recompensa otorgada sólo en siglos pretéritos a Horacio y Virgilio--, halló la inspiración de su genio lírico en el platónico y acendrado amor a la bellísima mujer, en cientos de canciones y múltiples sonetos que patentizaban el arte maravilloso del poeta y su pasión desbordada de amante instatisfecho.

Cuentan sus biógrafos que en los 26 años que sobrevivió a la mujer de sus fantasías y deseos, no dejó de pensar en ella ni de testimoniar el dolor que lo laceraba, en las rimas que le dedicó, en sus famosos ``cancioneros'', creía estar en comunicación con ella y se le aparecía en alucinaciones cual fantasma que le anunciaba el cielo como el lugar donde habían de encontrarse. Petrarca era el poeta y Laura de Noyes la madona de los hermosos cabellos rubios y rizados --el laurel de su fama-- que tenía de dulce un poco, pero mucho más de amarga. A este periodo de vida pertenece uno de sus más bellos sonetos que le sobreviven por siglos, al igual que el llamado ``Africa'', iniciado otro viernes santo, diez años después.

Con tardos, pasos, solo, voy midiendo
pensativo los campos más desiertos
y los ojos continuo llevo abiertos
por de humano encuentro ir huyendo
que otro medio no veo ni aun entiendo
como puedo escapar de indicios
ciertos
por que en mis actos de alegría
muertos
se lee fuera que voy por dentro
ardiendo.

De tal modo que pienso, antes lo digo
que no hay parte en el mundo que
no tenga
de mi triste vivir noticia cierta
y la hora poblada sea hora desierta
ninguna entiendo que hay donde
no venga
de mis cosas tratando amor conmigo.

En el ``Secretum'' el amor por Laura y el ansia de inmortalidad son las pasiones del poeta que rivalizan. Representados en su ``Agustinus'' el implacable examinador que representa un ideal de vida estrictamente religioso y el ``Franciscus'' que reconoce sus propias culpas, pero proclama ciertos valores que sin ser religiosos poseen valor y dignidad.

Previo a su Miserere domine, miserere de sus ``Salmos'' en que recurre al perdón por sus pecados. Mismo que hablan más que de actos, de lecturas y escrituras internas, gráficas, que lo crucificaban como se expresa en el soneto descrito y encontraban eco los viernes santos o de pasión.