Víctor Flores Olea
El ascenso del PRD
No solamente presenciamos el progreso de las oposiciones --previsible a fuerza de cegueras del gobierno y su partido--, sino concretamente el ascenso del PRD, el ascenso de la izquierda.
Ese hecho sobresale en las urnas y en las encuestas en Morelos y en el Distrito Federal, y tiene ``otro'' significado que el de simple ``voto de castigo'' al PRI. Porque un voto de castigo previsiblemente beneficiaría sobre todo al PAN. El hecho de que el ascenso último en las preferencias ciudadanas beneficie al PRD tiene sin duda otras connotaciones y consecuencias.
Primero, que nos alejamos del bipartidismo con sus ``negociaciones'' y ``transacciones'', que son inevitablemente oscuras y negadoras de la democracia, como se ha demostrado en otros países con dos partidos dominantes. Por lo demás, no puede olvidarse que la tradición histórica de México en los últimos tiempos apunta objetivamente hacia tres corrientes políticas, no a dos.
En un viraje así de la opinión pública cuentan muchos factores: desde la contención amable que proyecta seguridad de un candidato renovado como Cuauhtémoc Cárdenas, hasta la figura deshilachada, por fuera y por dentro, del actual presidente del CEN del PRI, que mueve a risa o a irremediables descalificaciones más duras. Para las oposiciones ha sido una fortuna que el mencionado señor sea quien ``se encargue de eso'', palabras con las que lo habría designado el presidente Zedillo para encabezar el ex partido mayoritario.
También el hecho de que el candidato del PAN al gobierno del Distrito Federal no parezca ocupar espacios importantes, y sobre todo las acusaciones mutuas entre los ``jefes'' natos del PAN-PRI (Diego Fernández de Cevallos-Ernesto Zedillo), excesivas de uno y otro lado --en el ataque, en la defensa y en el contraataque--, han favorecido la imagen del PRD, con una nueva ecuanimidad y presencia más asentada.
Circunstancias todas que configuran la nueva personalidad de un partido. Pero más allá de esos ``accidentes'' deben tomarse en cuenta otros hechos, relacionados con el ascenso en México de un partido de ``izquierda'', aún cuando no sea fácil hoy definir los límites de esa ubicación política.
Parece un hecho consumado en México y en otras partes del mundo que los principales puntos programáticos de la izquierda se ``limitan'' a exigir el cumplimiento de los principios de la democracia liberal. Así con el PRD, y seguramente no podría ser de otro modo.
Pero ése partido comienza a significar algo más, al insistir en una economía que privilegie el empleo y el desarrollo, que quite el acento obsesivo en el equilibrio de los presupuestos, la paridad y la contención de la inflación y traslade ese entusiasmo testarudo en desarrollar una riqueza que se distribuya de manera más equitativa.
El PRD insiste en una ``revisión'' de la política económica que ponga en el primer rango las inversiones sociales y el desarrollo igualitario, y subordine a esos fines lo que ha sido nuestra economía orientada al beneficio de los grandes consorcios mexicanos y extranjeros. Y en eso está de acuerdo la gran mayoría de los inversionistas mexicanos, sobre todos los pequeños y medianos, que han vivido las catástrofes de las ``visiones'' encaminadas a fortalecer exclusivamente a los más fuertes. Sin mercado interno y sin integración industrial no puede haber sólido desarrollo, más allá de las retóricas triunfalistas del momento.
Estas y otras propuestas programáticas --la disponibilidad del PRD a incorporar a su plataforma las principales propuestas de la sociedad civil-- están en el corazón del éxito del PRD, que configura una propuesta de gobierno que tiene que ver con los aspectos cualitativos de la sociedad y no solamente con los cuantitativos. Además, la circunstancia de que es el único partido que comienza a hacer explícito ese enfoque, que es precisamente el que reclama hoy la mayoría de los ciudadanos.
Esa es ``la izquierda'' que representa el PRD: una izquierda que no olvida la importancia de los valores de la democracia liberal, pero que no desatiende los objetivos de carácter social de un partido político comprometido con el pueblo. Una izquierda que no parece ya vulnerable a las operaciones y publicidades ``del miedo'' (el verdadero ``terror'' es que continúen sin cambio las actuales instituciones) y que, además del perfil de gobierno que lentamente va asumiendo, comienza a encarnar una dirección diferente y más positiva de nuestra sociedad. Una dirección en que no únicamente se privilegia lo cuantitativo (para unos cuantos) sino lo cualitativo, en beneficio de todos, la gran mayoría social y ciudadana.