Con el aniversario de la muerte de Donaldo Colosio llegó, en avasallador tropel, un cargamento de indicios, datos, actos in memoriam del oficialismo, declaraciones, desplegados y nuevas filtraciones que no es posible ignorar. Ello tiene un efecto corrosivo y disolvente sobre las instituciones de justicia y contamina el centro mismo del sistema que norma y encierra a la actividad política del país.
Frente a los conocidos y escuálidos hechos derivados de las investigaciones de las procuradurías especiales (cuatro en cuatro años), se acrecientan los intrincados veneros que han alimentado la conciencia colectiva. El juicio ciudadano, según las encuestas, es demoledor: ata la ejecución de Colosio con una conspiración en cuya cúspide habita Carlos Salinas. Siguiendo una lógica que se nutre de lo inventado y lo disponible al sentido común, los lectores, videntes y escuchas han sedimentado un juicio que por ahora parece irrevocable en su sentido y destinatario. Los puntos relevantes son aquéllos que han sido puestos con mesura, con simpleza, a veces con grandes dosis de irresponsabilidad, matizados por oscuras e inacabables filtraciones, con rimbombantes discursos, con base en análisis interesados, aunque también con ingenio y humor, por la misma sociedad que los requiere con ansia.
La desesperación popular tiene su contraparte en la parsimonia y el ``juicio fundado'' de los investigadores así como los pruritos frente a los poderosos que, al parecer, han sido paralizantes. Las resistencias para cuestionarlos han tenido que ser vencidas a golpes de críticas y sombrerazos y, cuando finalmente se ha llegado hasta ellos, se presume obsecuencia, falta de enjundia y deficiente preparación circunstanciada. Ha sido imposible observar una cadena bien enhebrada de detalles, hallazgos, pistas y deducciones por parte de la autoridad. El segundo tirador, entre sólo unos veinte personajes en ese preciso momento cercanos a Colosio, no ha sido identificado. Las atribuciones precisas de Córdoba dentro del gabinete de seguridad nadie puede corroborarlas o contrariarlas con testimonios de los participantes, versiones que no han de ser tan difíciles de conseguir bajo juramento. Del sexto pasajero del avión se ignora su identidad y rol. Los casquillos se hicieron invisibles. Dónde quedaron las pistolas asesinas. Quiénes fueron los responsables de los reconocidos errores del inicio, porque ni D. Valadés, ni los guardias de seguridad improvisados, ni el Estado Mayor parece que pasaron por allí pues no se fincó cargo alguno.
Para mayor abundancia, esta semana la revista Proceso nos hace llegar, con espléndidos detalles, una conspicua cuan airada junta habida allá por el rumbo de las Lomas de Chapultepec. Un desconocido personaje chileno la narra y prepara el escándalo subsecuente a la manera de los grandes follones. Pero antes de ir a preguntarles a los por él señalados (Hank, O. Mena, Claudio X), habría que ir a Gobernación en busca de la identidad de los mexicanos (y sus pasaportes) que el día 2 de marzo salieron a Miami. No estaría de más obtener el registro de llegadas a ese mismo lugar. Cerciorarse en el París estudiantil de esos años y cruzar versiones con Jacques Attali y con el senador Domenici. Revisar los trafiques con el proyecto Santa Teresa y hablar con el corresponsal del Washington Post en México. Cuestionar a los asistentes de Córdoba al respecto del chileno, revisar el departamento por él ocupado en Polanco, es decir, investigar debidamente tan crucial revelación. Si se hace pasado mañana será tarde.
Se ha llegado al punto donde la distancia que media entre la versión oficial y la realidad ha llevado a la pérdida de todo contacto. Ambas visiones parecen seguir rutas, tiempos, referentes, certezas y métodos diferentes. No es cosa sencilla, ni tampoco se puede ante ello voltear la cara, hacer una declaración tronante adicional o encogerse de hombros por la pedestre razón de que trata de la materia misma con la que se gobierna: la credibilidad y la formación de consensos. El impacto que el pulular de lo concreto, de lo popular, está teniendo en la vida organizada se puede detectar, con todo esplendor, en las convicciones y gustos de los votantes de hoy. Las diferencias en las mismas campañas en desarrollo mucho tienen que ver con tales hechos. Los contrastes entre ellas se agrandan cuando los partidos y sus candidatos son tocados, aunque sea tangencialmente, por las emanaciones del entramado de escándalos, corrupción, narcotráfico y crímenes de famosos que inundan el ambiente cotidiano. Que nadie se llame a sorpresa por los resultados que parecen inevitables.