Arnoldo Kraus
Idea de la letra

A Antonio Cabral. El sabe.

Ante mí tengo un artículo que he leído más de una vez. Lo he leído y releído, no de golpe, no de jalón, no como obligación. Tras varios acercamientos, comprendí que en un principio sólo vi, luego oteé y finalmente, antes de almacenarlo, acabé leyendo. Es decir, sólo al último penetré la letra. Así lo testimonian las palabras que inscribí agotado el texto: releer, reflexionar. Material para escribir. La fecha es ilegible; en cambio, el mensaje es claro: nunca se acaba de leer.

Ahora que lo desempolvo, recuerdo con frescura que lo leí con avidez y tesón. El vigor del escrito subyace en su capacidad para evocar otros tiempos, y su infatigabilidad por horadar las memorias más impenetrables. El autor del ensayo en cuestión tiene razón: cuando el ser humano es testigo, los sucesos se incorporan como marcas imborrables, como recuerdos de algo que fue y ya nunca será. Y es que la existencia primitiva, más elemental, más sencilla, contenía muchos encantos y no pocos embrujos que modelaban el vivir y daban valor a las comunidades. No era lo mismo estar en casa sin luz que pretender cohabitar con la televisión encendida. No era lo mismo excursionar a pie que hacerlo en avión. Y no era lo mismo que el mundo tuviese una (su) guerra, en vez de demasiadas guerras al unísono. Algunas de esas ideas son del artículo releído. Otras, en cambio, son mías. El hecho es que la relectura hace pensar: ni siempre lo nuevo es mejor, ni toda la modernidad bienvenida. Releyendo lo viejo, lo nuevo puede oler a moho. O, hurgando en escritos añosos, algunas ideas nóveles no parecen tan nuevas. La lección es simple: el encanto por la moda puede sepultar ominosamente el pasado.

Es por eso que hoy decidí abrir el archivero. Antes de escribir aquello que pretendo fuese genuino, era por lo menos menester detenerse y voltear: son demasiadas las sogas que penden por plagio u olvido. Releo para no usurpar. Y releo para encontrar. El artículo del cual escribo es cada vez más vigente. Lo rejuvenecen la sociedad y el cambio de los tiempos. Lo desarrugan los diálogos ausentes y el exceso de luz. Sin duda, mi autor anónimo coincidiría conmigo: se hablaba más en la oscuridad. Se era más en silencio. Se aceptaban mejor los designios de la vida. Es por eso que algunas letras viejas son imprescindibles: contextualizan el presente.

Ahora, en este párrafo, me detengo y releo. Abro nuevamente el viejo documento para poder continuar estas líneas. Encuentro que las marcas de lápiz que suelo poner son distintas, unas se observan borrosas, otras frescas y recientes: dato inequívoco de la presencia del tiempo y, por supuesto, de momentos personales diferentes. Por eso mis apostillas también son dispares. Cabalgan entre momentos oníricos y la percepción de la realidad con mayor crudeza. Y por lo mismo, los subrayados son heterodoxos, dispares, ilógicos. Son también distintas las sensibilidades y las necesidades. De ahí que las relecturas suelen encontrar significados diversos y el lápiz ideas con presencias etéreas. Nunca una lectura es igual a la previa y nunca un escrito es idéntico; aunque se lea con igual cadencia, aunque el escrito sea el mismo. Que inútil sería la literatura si los textos no mutasen o quienes leemos no cambiásemos de vez en cuando las máscaras. Y qué yermos los libros si de su lectura no emanasen voces, gritos. Finalmente, hay que recordar que quien muere es solamente la persona, no el texto. Imaginar la muerte de la mano, de quien escribe, es fácil. En cambio, si los textos desapareciesen y las plumas parasen, la razón y el pensamiento quedarían desvalijados y con ello, la endeble voz del ser humano sería cada vez más exigua.

Me desespera el asombroso avance de la modernidad y el desencanto que la sociedad tiene por el pasado. Pensé que podría escribir acerca del ensayo del que tanto he hablado para así resucitar a mi autor y abofetear con él, junto con sus letras, los tiempos modernos. Sin embargo, calculé mal: fue mejor guardarlo nuevamente. Escribiré acerca de su contenido una vez que lo haya releído.