El director de El paciente inglés se impuso al desprecio de grandes estudios
Gabriel Lerman, especial para La Jornada, Los Angeles Ť Sin duda fueron dos afroamericanos las figuras más llamativas de la edición número 69 de la entrega de los Oscares, aunque los motivos fueron totalmente diferentes. Cuba Gooding Jr. supo exhibir delante de los seis mil espectadores del Shrine Auditorium la misma simpatía que cautivó a los votantes que por unanimidad le dieron la estatuilla al mejor actor de reparto por su trabajo en Jerry Maguire. Quizás el único galardonado de importancia entre los candidatos que representaban a la gran industria, Cuba Gooding Jr. fue uno de los primeros en llegar e indiscutiblemente el más verborrágico a la hora de recibir el premio. El otro afroamericano que destacó fue el excéntrico Dennis Rodman quien, en una noche donde los trajes alucinantes brillaron por su ausencia, llegó a la ceremonia ridículamente vestido. Acompañado por Vivica Fox, la ascendente actriz que hizo de pareja de Will Smith en Independence Day, Rodman hizo su entrada por el largo corredor que conduce al auditorio exhibiendo un estrafalario sombrero de copa y un traje digno de una película de ciencia-ficción, los ojos pintados al tono y una buena dosis de maquillaje en el rostro, sin duda elementos suficientes para que los periodistas de la televisión se le abalanzaran; oportunidad que Rodman aprovechó para promover Double Team, la película que protagoniza con Jean-Claude Van Damme y que llegará en los próximos días a las carteleras estadunidenses, aunque es casi seguro que dicho filme no figurará entre los destacados cuando llegue la próxima edición de los Oscares. Otra que supo encontrar la forma de destacarse fue la impactante Jenny McCarthy, por ahora una figurita de la MTV con aspiraciones de estrella cinematográfica. McCarthy exhibió un vestido casi transparente capaz de matar de un infarto a quien la mirara con atención. Absolutamente ignorados por los batallones de cronistas instalados a ambos lados de la alfombra roja que llevaba al Shrine, la mexicana Salma Hayek y su invitado, el famosísimo Luis Miguel, avanzaban esperando ser llamados por los periodistas televisivos, quienes optaron por ponerse a hablar con Jodie Foster, Goldie Hawn y otras figuras de la misma talla.
Las dos horas que anteceden al inicio de la ceremonia suelen ser utilizadas por las figuras necesitadas de publicidad y evitadas por aquellos que ya han tenido demasiada. Scott Hicks, director de Shine, ya estaba a disposición de quien quisiera entrevistarlo a eso de las cuatro de la tarde, hora local, y algo similar ocurrió con Billy Bob Thornton, que se apareció vestido al mejor estilo del lejano oeste. Saul Zaentz, el veterano productor que terminó convirtiéndose en la verdadera figura de la noche, también estuvo allí desde las primeras horas para hablar pestes del estudio que decidió parar la filmación de The English Patient, recibía un nuevo galardón. En cambio, Madonna llegó sigilosamente, hizo su numerito y de la misma forma se fue.
La gran sorpresa de la noche, incluyendo a la propia ganadora, fue el súbito triunfo de Juliette Binoche, que llegó disfrazada de la reina Margot y se fue sintiéndose como tal, después de arrebatarle un Oscar que desde hace varias semanas todo el mundo le concedía a Lauren Bacall. La veterana actriz llegó vestida como para un funeral, con un traje austeramente negro que pasó a quedarle de maravilla después de su imprevista derrota. Aunque Binoche se ocupó de recordarle a la audiencia que la estatuilla estaba originariamente destinada a Bacall, luego se entusiasmó tanto con el premio que no tuvo problemas para pegarle un soberbio tarascón al duro metal de la estatuilla delante de los periodistas acreditados. La francesa intentó hacerle creer a la prensa que por un instante pensó que se trataba del Oscar de chocolate que Miramax, la compañía distribuidora de The English Patient, había regalado a todos los integrantes del elenco.
Otros que como de costumbre no sabían qué decir fueron los hermanos Coen. Tan maravillosos detrás de las cámaras como incoherentes frente a los micrófonos, dijeron tonterías frente a los reporteros hasta que, diligente, Frances Mc Dormand subió al podio para darles una mano: ``yo hace 15 años que vengo intentando que digan algo con coherencia; no van a conseguir eso de ellos precisamente en este momento'', bromeó la flamante ganadora del premio mayor.
Seguramente previendo que se marcharía a casa con las manos vacías, el anciano dramaturgo Arthur Miller optó por no concurrir. La candidatura de Miller al mejor guión adaptado hubiera sido la excusa perfecta para cerrar una historia enojosa entre Hollywood y el notable escritor. Billy Bob Thornton de por medio, no pudo ser. Otros despechados, como Courtney Love o la veterana Debbie Reynolds, no tuvieron problemas para participar del show, aunque la única que se atrevió a admitir su desilusión fue Reynolds, de regreso en el cine después de más de 30 años, quien no tuvo problemas para exhibir un generoso escote que dejó bizco a más de un concurrente. La señora, a pesar de tener ya casi 65 años, lució un increíble estado físico, aunque no tan bueno como el del robusto Zaentz, cuya edad es un verdadero misterio. Algunos biógrafos aseguran que tiene 74, mientras que otros afirman que ya pasa de los 86.
Larry Flynt se dio el gusto y estuvo sentado junto a Woody Harrelson durante la ceremonia, en su silla de ruedas y exhibiendo un vistoso traje con brillantina. Otras dos grandes presencias fueron las de George Foreman y Mohammed Ali, quienes asistieron por el filme que terminó ganando el Oscar al mejor documental, When We Were Kings. David Helfgott, en cambio, no estaba por ninguna parte cuando Geoffrey Rush subió a recibir su Oscar. Tras hacer su número musical se marchó subrepticiamente del Shrine. Tal vez lo haya hecho por sugerencia de los propios organizadores, quienes tuvieron temor de que el inestable pianista se desnudara en medio de la entrega de premios o que se pusiera a besar a todo el mundo.