Sería una omisión imperdonable no recordar durante esta Semana Santa la presencia de Cristo en el cine. ¿Cuántas veces --nos preguntamos-- la industria cinematográfica ha recreado en las pantallas la vida y la pasión del galileo? Si la memoria no me es infiel, Francia, la hija predilecta de la Iglesia ha ``resucitado'' al nazareno en los inmaculados lienzos ocho veces, a partir de cuatro brevísimos filmes mudos realizados en 1897 con el título de La pasión, debidos a los hermanos Lumière, más otros tres, también silenciosos, a cargo de Zecca, Méliés, Jasset, años 1902, 1903 y 1905, respectivamente, hasta La Vía Láctea (1969) de Luis Buñuel. Ahora bien, si la memoria no me engaña, la católica, apostólica y romana Italia, en cambio, sólo cuatro veces ha trasvasado el Vía Crucis a las imágenees: Christus (1917), de Giulio Angamaro; Poncio Pilato (1961); El Evangelio según San mateo (1964), de Pier Paolo Passolini, con Enrique Ivazoqui encarnando en el celuloide a Jesús, y Il Messias (1976), de Roberto Rossellini. Estoy seguro que Norteamérica (anglosajona, protestante y puritana) es quien más veces ha reproducido en el negativo la vida y pasión de Cristo (22). Desde una inicial Passion (1897), financiada por la Casa Lubin, y otra de idéntica factura, Del pesebre a la cruz, dirigida por Sidney Olcott y protagonizada por Robert Henderson --primer actor que otorga carne y sangre en los fotogramas al mesías-- pasando por Intolerancia (1916), de D.W. Griffith, cuyo segundo episodio narra la pasión del salvador, sin olvidar Rey de Reyes (1927), de Cecil B. De Mille, y ya en nuestro tiempo, a Max von Sydow en La más grande historia jamás contada (1965), de George Stevens, ni a Robert Poweell en Jesús de Nazareth (1977), de Franco Zeffirelli, hasta La última tentación de Cristo (1988), de Martín Scorsese. Siempre fiel, México es el único espacio hispanohablante cuya cinematografía ha tratado la trágica historia del galileo. Contexto trágico que comienza con un filme dirigido en 1942 por José Díaz Morales que lleva por título Jesús de Nazareth, y cuyo papel principal estuvo a cargo de José Cibrián. Tres años más tarde, Miguel Contreras Torres hace referencia a la presencia amorosa en la vida mundana de Jesús a través de dos películas: María Magdalena, esteralizada por Medea de Novara y Reina de reinas, con Luana Alcañiz. En ambas cintas, Luis Alcoriza (posteriormente guionista de Buñuel y exitoso cinedirector) dio aliento al resucitado. Si Contreras Torres nos narró a través del lenguaje de la luz la relación adulta del nazareno con Magdalena y las otras Marías, don Miguel Zacarías por el contrario presentó a Cristo en la pantalla como niño en Jesús, el niño Dios, como hijo de familia en Jesús, María y José, y como redentor en Jesús, nuestro Señor. Encarnaron a Jesús como menor de edad Alfredo Melhem, a Jesús hijo, Jorge España (cinco años) y David Bravo (12 años); a Jesús adulto, Claudio Brook. La trilogía fílmica data de 1969 y fue realizada a todo color. Unicamente nos falta citar para completar el cuadro de producciones mexicanas a proposito de este tema dos cintas: Una, realizada en el año 1952 por Miguel Morayta, que lleva el aguijoneante título de El Mártir del Calvario. Esta vez el sangrante mártir fue Enrique Rambal, cuya actuación aún resulta memorable. La segunda cinta la dirigió Julio Bracho en 1965 y la protagonizó Enrique Rocha; encabezó la cartelera con el sugestivo nombre de El proceso de Cristo. Para terminar este arduo e incompleto recorrido memorístico a propósito del trasvase al celuloide de la vida y la pasión de Cristo, únicamente me resta citar Jesús de Montreal (1989), del cinedirector canadiense Denys Arcand, película que viene a ser, hasta el momento de escribir estas líneas, la última transcripción a los lienzos de la presencia de Jesús, en nuestro endemoniado planeta azul.