El Banco Mundial acaba de publicar su informe Financiación del Desarrollo Global. Veamos algunos de los datos de mayor interés. En 1996 el flujo de capitales internacionales vuelve a dirigirse con fuerza hacia América Latina después de dos años flojos. Durante el año pasado el ingreso de capitales externos privados a la región llegó en efecto a la cifra récord de 74 mil millones. De este monto global el 38 por ciento se dirigió a México, convirtiendo el país en el principal destino latinoamericano para la inversión privada internacional. El segundo país latinoamericano fue Brasil, que recibió un monto de capitales de 14 mil 700 millones de dólares, cerca de la mitad respecto a México.
En el conjunto de los países en desarrollo, México se ubica en el segundo lugar, sólo precedido por China que recibió el año pasado inversiones privadas externas por 52 mil millones de dólares. A propósito de China vale la pena señalar algunos datos que resultan de especial interés. Es evidente en este país que el boom de las exportaciones está intímamente asociado con el crecimiento de las inversiones procedentes del exterior. En 1991 el país recibía menos de 5 mil millones de dólares del exterior en inversiones y exportaba alrededor de 70 mil millones; en 1996 recibe diez veces más capitales externos y exporta cerca de 150 mil millones de dólares. Y así, en pocos años, China se ha convertido en uno de los diez principales exportadores mundiales. En este país, además de las inversiones foráneas, otros dos factores han sostenido un crecimiento tan importante de la exportaciones. Estos dos factores han sido el alto nivel del ahorro interno (superior al 40 por ciento del Producto Interno Bruto) y la capacidad para conservar un elevado crecimiento de largo plazo (cercano al 10 por ciento anual en el curso de la última década y media) que ha multiplicado las interacciones dinámicas entre sectores y entre regiones de la economía china. Pero hay un último elemento que es necesario subrayar acerca de las inversiones privadas externas a China. Si consideramos el periodo entre 1980 y 1995, poco menos del 60 por ciento de estas inversiones provinieron de una sola fuente: Hong Kong. Poco menos de un 20 por ciento más vino, en orden decreciente, de Taiwan, Japón y Corea del sur. Inútil señalar en el caso chino el carácter regional de las fuentes del financiamiento externo.
Pero, regresando a los aspectos generales, hay algo paradójico acerca de las inversiones externas que merece ser señalado. Si de una parte es obvio que los países en desarrollo necesitan fuentes externas de capitales para financiar su modernización técnica (sobre todo en las fases iniciales de sus procesos de apertura externa), es igualmente obvio que este aporte externo de capitales puede ejercer una presión indeseable sobre el tipo de cambio forzando a una sobrevaluación de la moneda del país beneficiario.
¿Cúal es el riesgo? En dos palabras es éste: que justo cuando la apertura externa de países con escasa experiencia competitiva en los mercados internacionales requiere de un apoyo cambiario en clave de subvaluación controlada, el aporte externo de capitales puede forzar a un tipo de cambio sobrevaluado. Justo lo contrario de aquello que sería aconsejable.
Mientras América Latina vuelve a recibir cuantiosos flujos externos de capital, ese viejo problema vuelve a ponerse al orden del día. El riesgo de un tipo de cambio no marginalmente subvaluado es que aquello que pueda obtenerse de positivo en términos de nuevas exportaciones sea pagado a un costo excesivo con la desaparición de actividades productivas asociadas a un mercado nacional objeto de un mayor embate competitivo externo. Y esto es exactamente aquello que debe ser evitado a toda costa: que un proceso de modernización asociado al mayor aporte de capitales externos coincida con un periodo de crecimiento económico débil debido a la desaparición de miles de empresas no exportadoras.
Volvamos al agua tibia: en el largo plazo las exportaciones no crecen si no crece el producto nacional. China docet. El capital exterior es esencial pero valdría la pena no olvidar que la articulación de tejidos productivos integrados a escala nacional sigue siendo tarea vital para sostener a las exportaciones y alimentar la generación de empleos. Y aquí, otra vez, el tipo de cambio es variable estratégica.