En los últimos 25 años, México ha sufrido una mutación sociodemográfica de grandes proporciones. Hoy, la mayoría de la población vive en zonas urbanas. Más de 52 millones de personas, en localidades mayores de 20 mil habitantes. Sólo en las 122 ciudades con más de 50 mil habitantes se concentra el 52.5 por ciento de los mexicanos.
El acelerado proceso de urbanización de la sociedad ha ido acompañado de un crecimiento fenomenal de la franja media de la pirámide demográfica. El México de finales de los 90 es un país predominantemente urbano y con una población mayoritariamente joven.
La cantidad y calidad de las necesidades colectivas ha crecido. Las generaciones más recientes reclaman respuestas nuevas para necesidades y demandas inéditas. Estamos hablando de franjas sociales con un mayor índice de escolaridad, más y mejor informadas, mucho más críticas y participativas.
Cambió la sociedad. Un México con un enorme potencial productivo y creador, enfrentado a la crisis recurrente de la economía y sus efectos en la esfera social, presenció la multiplicación de las opciones y el aumento de la competencia político-electoral.
En este contexto de transformaciones aceleradas se inscribe hoy la construcción democrática y la lucha política. Toca a los partidos responder a las demandas y requerimientos de un electorado cada vez más maduro.
Nuevas realidades le exigen a los partidos capacidad para adaptarse a condiciones de fuerte competitividad: aceptar la presencia de los otros, no como enemigos sino como opciones políticas, y estar dispuestos a ganar o perder.
Lo anterior implica buscar nuevas fórmulas de trabajo político; explorar alternativas de organización para adecuar sus prácticas y estructuras a las nuevas necesidades de sus miembros; experimentar distintos procedimientos para el procesamiento de nuevas demandas; responder con solvencia a los reclamos sociales.
Competir hoy exige a los partidos revisar, revisarse. Proponer a los mejores candidatos, ofrecer las mejores propuestas (las que entrañen respuestas viables a necesidades y aspiraciones reales). Pero los nuevos tiempos demandan también a los actores individuales y colectivos, una cultura política democrática en la que no tengan cabida el descrédito, la insinuación dolosa y la calumnia.
Las recientes elecciones en Morelos, para elegir presidentes municipales y diputados al Congreso local, muestran los niveles de competencia prevalecientes entre las tres principales fuerzas políticas. El PRI ganó 17 alcaldías; el PRD 13; y el PAN dos (la capital). Un partido local, el Civilista Morelense, ganó otra alcaldía.
En cuanto a la composición en el Congreso, el PRI obtuvo ocho diputaciones por mayoría, siete el PRD, y tres el PAN.
Varias características distinguen este proceso: los escasos márgenes entre un partido y el otro (en el caso de Cuernavaca, la distancia entre el ganador y el segundo lugar, fue de apenas algo más del uno por ciento). No hay ganadores ni perdedores absolutos.
Otra nota relevante es la fuerza equiparable de tres principales corrientes partidarias que parece anticipar el fortalecimiento --siempre bienvenido-- de nuestro sistema de partidos.
Finalmente, la característica más interesante es la ausencia de conflictos postelectorales. El respeto a los resultados habla del reconocimiento a procesos electorales legales, legítimos, y del voto ciudadano --consciente, razonado, ajeno a la inducción o a la coacción--, como la única fórmula para decidir la representación.
Toca ahora a los actores políticos aportar madurez y civilidad para construir, en la diversidad, casi en el equilibrio de fuerzas, una gobernabilidad democrática ajena a los viejos usos del poder; la confrontación a ultranza, la incapacidad para reconocer la razón ajena, el privilegio a los intereses de facción o de grupo sobre los del conjunto de la ciudadanía.
El ejercicio gubernamental exige ahora más sensibilidad, talento, sabiduría; asumir la política como negociación, diálogo y búsqueda de consensos en lo esencial entre fuerzas distintas y aún opuestas. La democracia implica, precisamente, el respeto a lo diferente, a la pluralidad.
Rescatar ese cúmulo de experiencia, orgullo y saber popular para dar el salto que el pueblo mexicano espera de los actores políticos.