Luis Zavala Sansón
Las drogas en Holanda

El avance y la consolidación del narcotráfico en las esferas gubernamentales, tanto de los países productores como de los consumidores, es tema de fin de siglo. En nuestro país se destapan las cloacas con mayor frecuencia y nos hace aún más vulnerables en el plano internacional; la famosa certificación de nuestros vecinos del norte es, sencillamente, un burdo chantaje que ejemplifica lo anterior. La solución a tan desorbitante problema es todavía una incógnita por resolver: que si más policías, que si más soldados, que si la moral y las buenas costumbres o, de plano, que se legalice. Con el ánimo de aportar algunos datos a la discusión, quiero bosquejar un panorama muy general de la cuestión de las drogas en la lejana Holanda.

En primer lugar, en este país el asunto es contemplado en términos de salud pública, lo que significa que las medidas a tomar están encaminadas de manera primordial a proteger los intereses de la sociedad en materia de salud. En segundo lugar, se reconoce la gravedad del problema y la imposibilidad de cortarlo de tajo; es decir, no se aspira a erradicar la drogadicción a corto plazo, sino que se busca disminuirla mediante la prevención y el control, criterio que ellos llaman reducción del mal.

Por otro lado, se hace énfasis en la distinción entre drogas duras (cocaína, heroína, XTC) y blandas (mariguana y hashish), basada en criterios médicos y en los riesgos derivados de su consumo. Para cada una de ellas se aplica una política diferente, pero teniendo siempre en cuenta las directrices anteriores.

Las drogas duras son tan perseguidas y penalizadas como en cualquier parte del mundo, por el alto riesgo individual y colectivo que representan. Pero, en forma paralela, se aplica toda una serie de medidas encaminadas a la búsqueda de la rehabilitación de los drogadictos, tanto en el aspecto médico como en el social.

Al ser consideradas de menor riesgo, las drogas blandas son toleradas, en el sentido de que se permite su venta y consumo en establecimientos que pagan impuestos, ampliamente conocidos como coffe-shops. Estos comercios son como cualquier cantina o bar; los parroquianos que hacen uso de sus servicios pueden acudir a beber café o cerveza, pedir un porro, fumárselo y ordenar otro para llevar, o bien, comprar un cargamento de hasta cinco gramos.

Oficialmente, la cantidad tolerada que puede portar un individuo para su propio consumo es de 30 gramos. Obviamente, tales establecimientos operan bajo restricciones: está prohibida la venta de drogas duras; no se les vende a menores de 18 años; no se pueden establecer cerca de escuelas o clubes; no se venden más de cinco gramos por cliente, etcétera.

Tampoco es legal, pero sí tolerado, sembrar plantas de la famosa Cannabis. Aficionados a la jardinería, necesitados de sus propiedades medicinales o simples fumadores, pueden contar con unos cuantos ejemplares en casa. La posesión de una plantación ostentosa (en este punto la ley es ambigua) y lucrar con sus frutos, o mejor dicho sus hojas, es motivo de multa y cárcel: hasta el equivalente a unos 125 mil pesos y cuatro años, respectivamente. Otra restricción obvia es la exportación de cualquier cantidad del enervante.

El objetivo de esta tolerancia hacia la mariguana y el hashish es el de separar los mercados de las drogas blandas y duras. Es decir, se considera más conveniente que los interesados en darse un toque lo hagan en establecimientos plenamente identificados y controlados, a que lo hagan a través de organizaciones criminales donde, se presume, se iniciarían fácilmente en el uso de las drogas duras. De esta forma, se pretende evitar el contacto de los potenciales consumidores con drogas de mayor riesgo y sus mercachifles. Paradójicamente, pues, los coffee-shops se convierten en ``válvulas de seguridad'' de la juventud contra el crimen organizado.

¿Cuál ha sido el resultado de la aplicación de este tipo de políticas? El gobierno holandés sostiene, con datos de la OMS, de la Comunidad Europea y otras fuentes, que el nivel de consumo de mariguana no ha aumentado en los últimos años, mientras que el de cocaína y heroína se encuentran en franco descenso, tendencia contraria a la de la mayoría del resto de los países europeos y, por supuesto, a la de EU. Al parecer, este tipo de medidas ha logrado con cierta eficacia la pretendida separación de los mercados de drogas blandas y duras, evitando el contacto de los consumidores habituales u ocasionales de mariguana con drogas más sofisticadas.

Por supuesto que no todo es color de rosa y se reconocen los problemas derivados: las molestias sociales causadas por quienes se exceden en el uso de los enervantes, la atracción del narcoturismo, las consecuentes quejas de los países vecinos y la persistente intención de los narcotraficantes de infiltrarse en los coffe-shops. Sin embargo, los logros alcanzados por este país dan lugar a una buena conversación sobre la legalidad de las drogas.

Los fumadores y no fumadores holandeses están orgullosos de la conducta de su país en este renglón. Evidentemente, la situación de México es totalmente diferente, en particular por su vecindad con el país que más prohíbe y más consume drogas en el mundo. Valgan estas reflexiones para ir forjando nuestras propias soluciones.

El autor realiza el doctorado en la Universidad Tecnológica de Eindhoven, Holanda.