Ruy Pérez Tamayo
Sobre la clonación biológica

La publicación reciente de un experimento exitoso de clonación de una oveja (la ya famosa Dolly) por un grupo de investigadores escoceses ha dado origen a una serie de comentarios, algunos provenientes de personajes con gran influencia en la opinión pública, tan desatinados y erróneos que parece conveniente aclarar en lenguaje no técnico el proceso de clonación y los alcances del trabajo mencionado.

En el Diccionario de la Real Academia Española se señala que la palabra clon significa: ``estirpe celular o serie de individuos pluricelulares nacidos de ésta, absolutamente homogéneos desde el punto de vista de su estructura genética; equivale a estirpe o raza pura''. Los seres vivos unicelulares que no se reproducen sexualmente, o sea que no son resultado de la combinación genética de dos organismos distintos, se dividen simplemente partiéndose en dos o más células que son idénticas entre sí, y por lo tanto son un clon.

El proceso de clonación también ocurre en organismos multicelulares, ya que constituye el mecanismo del crecimiento: cada uno de nosotros es un clon de la célula que se formó al unirse el óvulo materno con el espermatozoide paterno. En lenguaje biológico, los organismos que se reproducen sexualmente están formados por dos tipos generales de células, las que participan directamente en la concepción, que son las sexuales, y todas las demás, que se conocen como somáticas. Los dos tipos celulares se dividen por clonación durante el crecimiento, pero durante la maduración de las gónadas los elementos que finalmente darán origen al óvulo en la mujer y al espermatozoide en el hombre pierden la mitad de sus cromosomas cada uno. Por eso, al realizarse la fecundación, la célula resultante (el óvulo fecundado) recupera el número normal de cromosomas, y de ahí en adelante se divide igual que el resto de las células somáticas.

Pero un organismo adulto no está formado por células idénticas entre sí, sino por tejidos tan distintos como la piel, los músculos, los huesos, el corazón, y todos los demás órganos; esto es el resultado de otro proceso distinto al crecimiento, que se conoce como diferenciación y que consiste en la expresión selectiva de la parte de la información genética correspondiente a cada tejido. Aquí surge la pregunta: ¿qué pasa con el resto de la información genética, la que ya no se expresa en la célula diferenciada? ¿Se conserva o se elimina? Esta pregunta puede responderse de varias maneras, pero una de ellas es ``fecundando'' un óvulo con el núcleo de una célula somática diferenciada o adulta; si el producto es un individuo normal, entonces se demuestra que la información genética se conserva durante la diferenciación. Este fue el experimento que hicieron los investigadores escoceses con la oveja Dolly, con lo que la respuesta a la pregunta es ``se conserva''.

Un experimento muy semejante, pero usando ranas y núcleos de células somáticas de renacuajo (o sea, no completamente diferenciadas) fue realizado por investigadores ingleses hace ya más de 20 años, siendo el resultado una rana normal que además fue fértil. Dolly es importante porque es un mamífero y porque el núcleo usado para ``fecundar'' al óvulo se tomó de una célula de glándula mamaria, o sea una célula somática adulta, pero en sentido estricto sólo demuestra que en esa célula se conservó toda la información genética; todo lo demás es extrapolación. Además, cuando el experimento se publicó Dolly tenía 7 meses de edad; no sabemos si es fértil, si va a vivir lo mismo que las ovejas generadas normalmente o si su vida será más corta, si seguirá sana y sufrirá enfermedades raras, etcétera.

El experimento es una hazaña tecnológica que nadie disputa, pero no es un descubrimiento científico; toda la ciencia necesaria para llevarlo a cabo ya se conocía desde hace muchos años. Su mérito consiste en haber encontrado las condiciones requeridas y haber realizado las manipulaciones necesarias para llevarlo a cabo en ovejas, condiciones y manipulaciones que son muy distintas a las que se usaron en el experimento con ranas ya mencionado.

Aparte de contribuir a contestar la pregunta sobre la conservación o pérdida de la información genética no expresada en células diferenciadas, la clonación de mamíferos y otros animales domésticos, en caso de que la tecnología se simplificara y la eficiencia del procedimiento aumentara hasta competir con los métodos usados hasta hoy para mejorar ciertas propiedades como la producción de leche o de carne por los bovinos, como son las cruzas entre buenos productores, podría tener una utilidad práctica; de hecho, la clonación es un método establecido para la producción de plantas con características deseables, como resistencia a ciertas plagas y requerimientos menores de fertilizantes. Pero el éxito del experimento de Dolly ha despertado la preocupación general ante la posibilidad de la clonación de seres humanos, estimulada y al mismo tiempo explotada por el amarillismo con que este tipo de temas se maneja en ciertos medios de comunicación.

Se recuerda la novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley, en la que se producen individuos en serie para que sirvan como obreros en las fábricas; se hace referencia a la película Los niños de Brasil, en la que el doctor Mengele ha logrado clonar a Hitler en una serie de niños que se distribuyen en distintas partes del mundo, el presidente Clinton se apresura a prohibir todo tipo de estudios de clonación en seres humanos; el Papa rechaza con vehemencia la posibilidad de tan abominable acción, y para no ser menos, en México el arzobispo Rivera señala que tales experimentos van en contra de la ley de Dios.

Todo esto es el resultado de la ignorancia, sumada a la explotación política y al fanatismo, porque hoy no estamos ni más cerca ni más lejos de la posibilidad de la clonación humana que hace 20 años, cuando el doctor James Watson (descubridor de la estructura del ADN, junto con Francis Crick), escribió que si la tecnología biológica avanzaba lo suficiente para hacerla posible, el experimento fatalmente se haría, por lo que era tiempo de empezar a pensar en los beneficios y problemas derivados de ese acontecimiento.

La clonación humana ya existe y es tan antigua como la humanidad, pues los gemelos, los triates y demás hermanos idénticos homozigotes (derivados de un sólo óvulo fecundado) no son otra cosa, y aunque tengan el mismo genoma y hasta se parezcan mucho físicamente, se trata de personas diferentes y en muchos casos hasta diametralmente opuestas. Esto se debe a que el individuo no está determinado sólo por su genoma, sino por la suma de los efectos del ambiente en que vive y de las experiencias que tiene, más su genoma. Quizá una forma aceptable de expresar las contribuciones respectivas de la herencia y de la experiencia en el comportamiento humano sea que el genoma determina los límites, mientras que las contingencias son responsables de la dirección, calidad, profundidad y hasta de la naturaleza misma de las vivencias y de las acciones de hombres y mujeres.

De hecho, la mejor demostración de que la clonación no resulta en individuos idénticos somos cada uno de nosotros, que estamos formados por un clon de una sola célula (el óvulo fecundado) y que todas nuestras células poseen el mismo genoma, pero que tenemos más de mil tipos de células totalmente diferentes entre sí, constituyendo distintos órganos y tejidos. La fantasía de Huxley y la ficción sobre los niños de Brasil se justifican como licencias literarias y ``artísticas'', pero los lamentables pronunciamientos del presidente Clinton, del Papa y del arzobispo Rivera no tienen esa salida.

Podría pensarse que los motivos del presidente Clinton fueron más bien políticos que humanitarios; que otra vez los consejeros del Papa no funcionaron bien (como tampoco le funcionaron a sus antecesores en los sonados casos de Galileo y de Darwin), y que el arzobispo Rivera simplemente está copiando las reacciones de su Iglesia cuando se introdujo la vacuna contra la viruela, en el siglo XVIII, o cuando se descubrió la anestesia, en el siglo XIX; en ambos casos la Iglesia se opuso rabiosamente a esas bendiciones para la humanidad, alegando que era ``ir en contra de la voluntad de Dios'', porque se evitaban el sufrimiento, la desfiguración y la ceguera que causaba la viruela, y se aliviaba el dolor de muchas enfermedades, de las cirugías y del parto. La perspectiva histórica derivada de estos antecedentes permite aquilatar en lo que realmente valen tanto las actuales noticias amarillistas sobre la clonación humana como las absurdas reacciones de los personajes mencionados sobre ellas: nada.