Hace 20 años
No puedo negar el inmenso gusto que me dio leer un artículo que relata el final de un caso que vengo mencionando hace ya veinte años. En Time del 24 de marzo, revista nunca citada en esta columna, aparece con el título de ``Un muchacho sin pene'', (en inglés, claro). Cuando la moda dictaba que niños y niñas eran idénticos/as, salvo por la educación, y que se podía educarlos con valores exactamente inversos, para producir niñas que se comportaran como niños y su inversa, quedaba un inmenso hueco sin explicar: ¿por qué todas las sociedades, sí, todas, todas, han educado a sus miembros siempre dentro de la misma tendencia en los géneros, aunque con variantes? Hace cinco mil años y ahora, en el Amazonas y en Nueva York, en los países ricos y en los pobres, en los hace 20 años comunistas y en los capitalistas, en el frío del ártico y en las estepas del Sahara, siempre los hombres hacen la guerra y, aunque con variaciones, son más agresivos que sus respectivas mujeres. En todas partes tienen y han tenido el dominio político. La universalidad del patriarcado ¿podía ser obra de la educación al azar en centenares o miles de sociedades?
Los contraejemplos
Siempre se ha podido esgrimir algún supuesto contraejemplo mal presentado: cómo son pacíficos los hombres orumburu de una remota isla del pacífico, y cómo son agresivas las mujeres kataplanes de una inaccesible estepa asiática. Así también podemos ``probar'' que las mujeres son más altas y fuertes que los hombres: basta con poner un tzotzil y una sueca juntos. No. Los pacíficos orumburu son más agresivos que sus mujeres orumburu y las agresivas kataplanes lo son menos que los insoportables hombres kataplanes. No hay un sólo ejemplo de inversión completa de roles. Margaret Mead produjo un terremoto cuando avistó un paraíso femenino. Ahora sabemos que la gringuita de Nueva York llegó a Samoa sin hablar ni una palabra de samoano, se hospedó con un matrimonio de gringos y tomó como ``informantes'' a las dos criadas de la casa que mascullaban algo de inglés. Una de ellas murió hace poco, no sin antes disculparse ante la prensa por las bromas que ella y su amiga le gastaban a la gringa cuando descubrieron, como las gitanas al leernos la mano según nuestras expresiones, cuán interesada estaba en el sexo.
Víctima de la moda social
Ocurrió este desgraciado accidente, citado en muchos estudios: nacieron dos niños varones, gemelos. Al intentar una circuncisión con un nuevo instrumento eléctrico, a uno de ellos le fue cercenado el pene. Pasado el primer impacto, los médicos recetaron lo que parecía obvio: completar lo iniciado por accidente y crear una niña. Así pues, con cirugía plástica le formaron una vagina y con hormonas dieron orientación al recién nacido que de llamarse John pasó a ser Joan. El secreto quedó entre médicos y padres. Los reportes que algunos leímos nunca daban detalles. El ``experimento'' era perfecto, pues los gemelos tenían horas de nacidos al momento de la emasculación y, por ser gemelos idénticos, el otro proporcionaba el necesario control. Los reportes señalaban que la ``niña'' no lo era para nada, pues su comportamiento era el que los proponentes del todo-es-social siempre entrecomillan como ``masculino''. Pero allí se perdía la pista. Alguna vez dije, en un congreso de mujeres, que sólo buscaban lo que les daba la razón y desconocían en absoluto la investigación fisiológica y cerebral. Que no leían, pues. Debí salir escoltado por Elena Poniatowska para cruzar el patio más largo de mi vida. Supe cómo se sintió Orfeo poco antes de ser destazado por las bacantes.
El final
La ``niña'' jamás logró ajustarse, relata el artículo de Time, que ofrece ahora el final de la historia: peleaba como niño, jugaba rudo como niño, meaba de pie imitando a los niños y se chorreaba las piernas, espiaba a las niñas en los excusados y, al comenzar su adolescencia el mayor rechazo le vino, precisamente, de las otras niñas, quienes la obligaron a usar el excusado de los muchachos. Más tarde, sintiéndose un monstruo, aunque sin saber por qué, pensó en suicidarse. Entonces sus padres, para evitar este final, le revelaron la verdad. Se sometió a otras operaciones por las que se le implantó un pene, algo chico, pero pene al fin, y, sin problema alguno para asumir la identidad masculina, identidad que siempre había sentido como suya, se casó y adoptó hijos. Ahora es un feliz John... y siempre lo fue, aunque no feliz.
La masculinización cerebral
Nada enojó tanto en aquel congreso como mis argumentos sobre la masculinización del cerebro, que por entonces aún era tema novedoso, tratado en libros carísimos como el de Goy y McEwen, y hoy es un área desarrollada principalmente por investigadoras, por mujeres científicas, y si abre usted el tema en cualquier banco de datos computarizado, encontrará de 60 mil a 200 mil artículos, que le llevarían varias vidas leer. Busque entonces un buen resumen. Uno viene como un capítulo de A Natural History of Homosexuality, de Francis Mark Mondimore, Johns Hopkins University Press, 1996. A continuación, algunos datos tomados de esa publicación. Pero antes una pregunta que también entonces arrancó exclamaciones de furia: se nos exige, correctamente, hablar en femenino de la abogada, la arquitecta, la subcomandanta... ¿por qué carajos entonces emplean el masculino ``poeta'' y no el femenino ``poetisa''? Una voz indignada gritó: ``Porque es como 'dentista'''. No, ``dentista'', dicen las gramáticas de primaria, pertenece al género común de dos, como ``arribista'', ``artista'', etcétera. Pero poeta no es común de dos, es masculino. El femenino se forma como sacerdotisa: poetisa.
¿Y los homosexuales?
Ya no quedó espacio para Mondimore, quien, siguiendo esta línea según la cual masculinidad y femineidad quedan establecidas in útero, se pregunta por el caso de los homosexuales. No existen estudios definitivos todavía, y las evidencias acerca de bases biológicas son contradictorias. A Natural History... las trata ampliamente.