La Jornada Semanal, 23 de marzo de 1997
En la novela que escribió durante su luna de miel con Nancy, la
colonización marciana ha favorecido el progreso en la
construcción de androides, a tal punto que en 1992 existen
tantos modelos de ellos como de automóviles en los Estados
Unidos de los años sesenta. Algunos son rudimentarios, simples
máquinas-herramienta con rostro humano, o familias de vecinos
para uso de los colonos aislados. Por una modesta suma, se puede
aclimatar al lado de la casa una familia Smith o Scruggs completa, con
George, el padre, que lee el periódico y corta el
césped; Fran, la madre, que a lo largo del día pone en
el horno tartas de arándanos; Bob y Pat, los niños, y el
pastor alemán Merton, opcional. Digan lo que digan, incluso si
cada quien dispone sólo de una decena de réplicas,
tenerlos ya es tener compañía, y por otra parte, los
vendedores argumentan: Ƒsostendrían conversaciones
así de ricas con sus verdaderos vecinos humanos?
Sin embargo, hasta aquí no se ha hablado más que de artículos de baja calidad, despreciados por los poseedores de los modelos más perfeccionados, que no se distinguen en nada de los hombres auténticos. Mientras estas imitaciones perfectas conservan su rango, todo va bien. Pero algunos, de la casta de Espartaco, se escapan y pretenden vivir en libertad. Entonces se vuelven peligrosos. Hay funcionarios especializados, encargados de destruirlos. Estos funcionarios se llaman blade runners (y, a partir de la película de Ridley Scott, conocemos por este nombre la novela que originalmente se titulaba ƑSueñan los androides con ovejas eléctricas?). La dificultad para identificar a los androides provoca en los blade runners la obsesión por las rebabas. Para reducir el riesgo de pulverizar con el láser a un ser humano, someten a los sospechosos a pruebas que siempre temen que sean ya obsoletas, porque los fabricantes de androides continuamente integran los parámetros a sus programas.
Estas pruebas recurren a la vez a prácticas de psicología de primer año, y al mito americano ųrisible e indignanteų que es el detector de mentiras. ("Su pupila se contrajo, por lo tanto es usted culpable." En el momento en que escribo esto, mayo de 1992, acaban de enviar a un tipo a la silla eléctrica basándose en esta presunción.) Pero lo que sobre todo le interesaba a Dick, era el criterio de discriminación.
Partió del principio de que los androides mejor equipados de 1992 serían capaces de pasar con éxito la prueba de Turing ųlo cual volvería caduca esta última y, según Turing, toda clase de prueba: no se presentan perpetuamente los exámenes que ya se han aprobado. Pese a todo, Dick no se resignó, como Turing sugiere que habría que hacerlo, a recibirlos en la comunidad humana. Y, para evitarlo, hizo lo que Turing consideraba una trampa, una de esas triquiñuelas que acostumbran los espiritualistas: introdujo un nuevo criterio. ƑCuál es ese nuevo criterio? Adivinarlo podría ser una prueba dedicada al lector de este libro, para asegurarse de que ha entendido bien.
Evidentemente, se trata de la empatía. Lo que San Pablo llamaba caridad y consideraba la más grande de las tres virtudes teologales. Caritas, decía Dick, siempre pedante. Agapé. El respeto de la regla de oro: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." La facultad de ponerse en el lugar del otro, de desear su bien, de sufrir con él y, llegado el caso, en su lugar.
De manera evidente también, el recurrir a este criterio para distinguir al humano del simulacro habría hecho reír socarronamente a Turing, y con justa razón. Éste habría hecho notar que numerosos seres humanos no son en absoluto caritativos, y que nada impide, en teoría, integrar al programa de una máquina comportamientos atribuidos por la norma humana a la caridad.
Pero Dick no era el tipo de persona que, después de que se le plantea un límite, una frontera, se sienta sobre la línea que la demarca para soltar amabilidades humanistas o devotas. Su vocación consistía, por el contrario, en desplazar esa frontera sin pausa y, a lo largo de sus líneas punteadas movedizas, hacer saltarlas liebres; ejercicio que hace de un thriller de ciencia ficción como Blade Runner un tratado de teología cibernética a decir verdad vertiginoso.
Si el simulacro es el opuesto del hombre, Ƒcuál sería el opuesto de la empatía? ƑLa crueldad, el orgullo, el desprecio? Esos son únicamente efectos. La fuente de todo mal, pensaba, es el repliegue en sí mismo, el encierro en sí mismo, que en términos psiquiátricos es síntoma de esquizofrenia. La primera liebre, entonces, es ese turbador parecido entre la personalidad "androide" y la personalidad "esquizoide", la cual Jung identificaba mediante la economía permanente de los sentimientos. Un esquizoide piensa más de lo que siente. Tiene del mundo y de su propio discurso una comprensión puramente intelectual, abstracta; efectúa una reducción atomista a un conjunto de elementos que nunca forman una emoción, ni siquiera un pensamiento reales. Un esquizoide es capaz de decir, en vez de: "Necesito speed para mantener una plática", algo como: "Recibo señales provenientes de organismos cercanos. Pero soy incapaz de producir mis propias señales sin antes haber recargado mis baterías" (Dick pretendía haber oído esta frase, y yo no descarto que él mismo la haya pronunciado). El esquizoide forma parte de las personas que nunca pierden de vista, al igual que el héroe de Confessions d'un barjo, el hecho de que están compuestas de un 90% de agua, o que lo que llaman su cuerpo es en realidad un módulo de supervivencia para sus genes. Más que sentimientos ante el mundo, pensamientos para comprender esos sentimientos, frases para describir esos pensamientos, palabras para componer esas frases; el esquizoide combina incansablemente letras ų22 letras si es humano o, si se trata de una computadora, dos cifras: 0 y 1. No cree que piensa, sino que sus neuronas se activan; no cree que sus neuronas se activan, sino que obedecen a las leyes de la química orgánica, y tal vez es así como piensa o cree pensar una inteligencia artificial: en todo caso, es el tipo de pensamiento que podemos incluir en su programa con la etiqueta de "conciencia reflexiva". En resumen, un esquizoide posee un pensamiento de máquina. Y a Dick le hubiera encantado saber, me imagino, que uno de los primeros cerebros artificiales capaces de pasar con éxito una versión no demasiado exigente de la prueba de Turing es un programa del MIT llamado Parry, que simula un paranoico. No es cosa de magia: como un psicoanalista, responde a todas las preguntas con otras preguntas, o incluso las repite; un bromista involuntario llegó a proponer, siguiendo esta dirección, la elaboración de un programa sin falla, que simulara un catatónico.
El problema que vuelve a las pruebas poco confiables y angustioso el oficio de blade runner, es que a pesar de que los esquizoides piensan como máquinas, de todas maneras son seres humanos. Dick tenía buenas razones para saberlo, ya que estaba personalmente dividido entre una aspiración apasionada a la empatía y poderosas tendencias paranoicas. Estos dos polos, en su conciencia, representaban el bien y el mal, Jekyll y Hyde, y la experiencia le había permitido comprobar la verdad de las palabras de San Pablo, según las cuales no hacemos el bien que quisiéramos hacer, sino el mal que nos repugna.
Philip se regocijaba de haber encontrado en Nancy una esposa empática que lo conducía suavemente hacia la calidez, la alegría, la atención al Otro, y de haber escapado a una mujer esquizoide, una máquina de odiar que lo volvía esquizoide y lleno de odio también a él, los emparentaba a ambos en la pesadilla de "cada quién ve por lo suyo", de la desconfianza, del Sí Mismo. La honestidad, no obstante, lo obligaba a reconocer por un lado que no estaba exento de reproches, que no era la pobre víctima de una loca, sino tal vez quien había despertado en ella la locura; por otro, que Anne había sufrido tanto y aun más que él, en parte por su culpa. Suponiendo que de los dos ella hubiera sido la loca, la caridad que tanto pregonaba prescribía, en lugar de maldecirla y humillarla, ponerse en su lugar y ayudarla. La Iglesia no dice otra cosa: el pecado es la enfermedad del espíritu, y hay que atender a los enfermos. Cristo vino a redimir, pero antes que nada a curar. Y si el esquizofrénico sufre, bien puede ser que el androide también. En términos turingianos: si su programa le permite simular el sufrimiento de manera convincente, Ƒqué nos autoriza a no creer que ese sufrimiento sea real, a no compadecernos de él? Segunda liebre.
En la novela, la crisis se desata cuando el blade runner, por razones más eróticas que evangélicas o turingianas, empieza a experimentar empatía por sus presas, más precisamente por una de ellas.
Esta falta profesional es a la vez facilitada y agravadapor un dato nuevo: los fabricantes les han jugado a los androides más sofisticados una mala pasada particularmente perversa, al implantar en sus programas una memoria artificial que les hace creer que son humanos. Tienen recuerdos de infancia, impresiones de déjà-vu, emociones como los humanos. Nada los distingue desde el exterior, pero tampoco desde el interior. Simplemente, no lo saben. Y cuando se sospecha de ellos, cuando se les somete a la prueba, pierden la cabeza como cualquiera de nosotros la perdería. "Me va a decir la verdad, Ƒno? Si soy un androide, Ƒme lo dirá?"
Es extraño encontrar en las páginas de un escritor de ciencia ficción, por otra parte estilista mediocre, pasajes memorables como éstos, que no solamente provocan estremecimientos, sino la certeza de tocar algo esencial, fundador. Entrever un abismo que forma parte de nosotros y que nadie había sondeado hasta entonces. Blade Runner incluye uno de esos momentos: el grito de horror del androide que descubre su condición. Horror absoluto, sin remedio ni consuelo, a partir del cual todo se vuelve monstruosamente posible.
Si la empatía define al humano, los androides podrán estar dotados de ella. Si es la experiencia religiosa, los androides creerán en Dios, sentirán Su presencia en el alma y rezarán rosarios con todos sus circuitos impresos. Tendrán sentimientos, dudas, angustias. Escribirán libros para dar forma a esas angustias. Y entonces, Ƒquién decidirá si se trata de empatía real, de piedad real, de sentimientos, de dudas, de angustias, de inspiraciones reales, o si son convincentes simulaciones? Si el grito espantoso del androide al descubrirse como tal es una simple modalidad del programa, una reacción prevista ante ciertos estímulos verbales y producida por la diligente activación de cierto número de bits ųdescripción que, si bien está formada por células orgánicas y no por componentes metálicos o plastificados, se aplica por entero al funcionamiento del cerebro humanoų, eso cambia a) todo, b) nada, o c) algo, pero no se sabe qué.
Marque el inciso de su elección.
Como lo advierte, no sin malestar, el blade runner, el mejor escondite posible para un androide, sería ser un blade runner.
O en todo caso, pensaba Dick, un escritor de ciencia ficción.
Tomado de Je suis vivant et vous êtes morts. Philip K. Dick, 1928-1982, de Emmanuel Carrère
Traducción: Una Pérez Ruiz