La Jornada 23 de marzo de 1997

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Equinoccio

Cuando cerré la puerta y vi el desastre en que estaba convertida mi sala, sentí mucho disgusto hacia los vacacionistas. Me pareció increíble que para quedarse un fin de semana en Teotihuacán mis hijos hubieran tenido que desordenarlo todo. ¿Qué tanto buscaron? La grabadora, el radio, la cámara y quién sabe cuánto más. No entiendo para qué cargaron con tantos aparatos si sólo iban a meditar y a cargarse de energía en la Pirámide del Sol. Pretextos, según yo, para irse de paseo con los amigos.

Antes de darles la bendición a mis hijos, les revisé las mochilas. Con el pretexto de comprobar que no les faltara nada me cercioré de que no llevaran alcohol. Por fortuna no encontré más que litros de agua. Mi tranquilidad se desvaneció cuando se lo comenté a Nina y me respondió: ``¿Para qué van a cargar las botellas desde aquí si pueden comprarlas por allá? Tendrían que ser muy tontitos para echarse más peso encima''.

Me sentí ingenua y ridícula. Siempre que hablo con Nina me sucede lo mismo: tiene una capacidad extraordinaria para comprenderlo todo. Se explica aún las situaciones más difíciles a partir de reflexiones muy sencillas, en especial una que hasta ayer me parecía muy burda: cada cosa tiene su cosa.

II

Desde que Nina llegó a trabajar con nosotros y la oí repetir su eterno dicho, tuve deseos de pedirle que me lo explicara, no sólo para comprender su significado --si es que podía tenerlo la ridícula frase ``cada cosa tiene su cosa''--, sino también para neutralizar la implacable lógica con que mi empleada siempre acaba derrotándome.

Durante todos estos meses frenó mi curiosidad el deseo de ahorrarle a Nina la molestia de hacer una reflexión que, según yo, no iba a llevarnos más allá del punto donde pudiera demostrarle lo absurdo de la frase. Siempre creí que frente a mis deducciones Nina no tendría más remedio que renunciar a la frasecita y deshacerse del recurso que le ha permitido explicárselo todo y vivir en una especie de armonía con el mundo --cosa que en verdad le envidio--. Vistas sus consecuencias, consideré mis explicaciones como un despojo, doblemente injusto por inmerecido.

Ayer comprendí que todas mis reflexiones y preocupaciones fueron tan equivocadas como inútiles, pues Nina me demostró que su sabiduría para vivir va mucho más allá de las palabras y que además tiene razón cuando asegura que cada cosa tiene su cosa.

III

Tengo que decir la verdad completa: me cayó muy mal que Nina me hiciera verme ingenua y ridícula cuando le confesé que había revisado las mochilas de mis hijos para comprobar que no llevaran alcohol. En efecto, Nina tenía razón: si lo deseaban, los muchachos iban a comprar las bebidas cómodamente cuando llegaran a Teotihuacán, o quizá mucho antes.

No sé si estoy equivocada, pero a partir de su explicación sentí que Nina me miraba de reojo y disimulando muy mal una risita que acabó por irritarme. Mi ego lastimado pedía venganza. Esta vez no dudé en ejercerla y como la hebra siempre se rompe por lo más delgado, empecé a apremiar a Nina para que terminara de recoger el tiradero que me habían dejado los muchachos.

Nina no alteró su ritmo lento. Lo justifica con frecuencia recordándome el problema que tiene en su pierna derecha, pero yo lo interpreto también como una prueba de la autonomía a la que no renuncia jamás. Parece mentira que en una mujer tan pequeña quepa una voluntad tan grande que a veces --ayer concretamente-- me saca de quicio.

Como siempre, el temor de que Nina se vaya de la casa me obligó a desviar mi irritación hacia otro blanco y comencé a quejarme de mis hijos: ``Estos muchachos creen que nací ayer. Con tal de que les consiguiera el permiso con su papá, me salieron con que se iban a Teotihuacán para cargarse de energía. Tan fácil que hubiera sido decirme: queremos irnos con los amigos y ya''.

La expresión irónica de Nina se volvió más franca y no tuve otro remedio que preguntarle el motivo. ``Dispense, pero es que me da risa que usté no crea en ciertas cuestiones.'' Presioné, decidida a meterla en un callejón sin salida: ``¿En cuáles, por ejemplo?'' ``En las que nos dan energía. La Pirámide del Sol es muy buena para eso.''

La manera tan familiar en que Nina se refirió al monumento prehispánico me sorprendió y me produjo cierta envidia. Consideré que demostrárselo era una concesión que no podía permitirme esa mañana, y decidí convertir mis sentimientos en condescendencia: ``Por Dios, Nina, ¿cómo lo sabes?'' ``Porque lo sé'', respondió.

Nina es una mujer de pocas palabras y todas las concentra en frases que son murallas imposibles de escalar o derruir: ``Para qué le digo que sí, si no?'', ``lo dicho, dicho'', ``lo que se puede, se puede; lo que no se puede, no se puede''. La perla negra del sabio repertorio es, desde luego, ``cada cosa tiene su cosa''.

La contundencia de esta expresión, que en general me desarma, ayer despertó mi rebeldía. Procuré imitar su acento y repetí la fase de Nina: ``Porque lo sé, porque lo sé... ¿Cómo? A ver, dime, ¿cuántas veces has subido a la Pirámide del Sol?'' Nina tomó muy en serio mi pregunta. Cerró los ojos y con expresión muy placentera --de la que francamente la consideraba incapaz--, me dijo: ``Una nomás y agarré mucha energía. Con decirle que hasta me nació el chipotito... Ay, mi Elsa. Ya va para los cuatro años. Se la dejé encargada a mi mamá. Pienso ir a verla en la Semana Santa. ¿Cómo ve? ¿Podré? Dígame si sí, porque si no, pos no y ya''.

IV

Nina jamás se refiere a la vida que dejó en Otumba. Hasta ayer sabía de ella únicamente lo que me escribió en la carta de recomendación su antigua patrona: ``Es honrada, laboriosa pero eso sí, lenta y de muy pocas palabras; aunque cuando dice, dice''.

Empecé reprochándole a Nina que no me hubiera mencionado nunca a su hijita; luego, aunque con temor de provocarle tristes pensamientos, le pregunté por el padre de la niña. ``Se llama Reyes. Es altote, moreno, bien guapo.'' Quise saber cómo se habían conocido: ``Por mi hermano José. Para cumplirle a mi mamá la promesa de festejar con ella su santo, volvió del norte. Llegó a Otumba con Reyes. Desde que lo vi me gustó bastantísimo, pero no me hice ilusiones. ¿Cómo? El tan lindo y yo así... Lo bueno es que desde más antes, cuando estaba chamaquilla, aprendí que lo que no se puede, no se puede''.

Poco antes de que los dos muchachos regresaran al norte, José organizó una excursión de dos días a Teotihuacán. Desde luego invitaron a Nina: ``Yo iba triste pensando que Reyes ya merito se iba y yo, por lo de la pierna, ni siquiera podría subir con él la Pirámide del Sol. Ya estaba resignada a quedarme cuidando el camión en que viajábamos, cuando Reyes se acercó a decirme que, si quería, él me ayudaba a subir. ¡Fue tan lindo! Me llevó todo el tiempo agarrada de la cintura, del brazo, con decirle que no me cansé ni tantito y con la fuerza que cogí en la Pirámide en la noche no pude pegar los ojos''.

Nina hizo una pausa antes de contarme la última parte de su historia: ``Estaba todo quieto, oscuro y me puse a pensar `aquel está allá y yo acá, él está solo y yo también, él no tiene compromiso y yo tampoco'. Me levanté y derechito fui a meterme en las cobijas de Reyes, donde pasó lo que pasó y la prueba es mi Elsa. Cada que me acuerdo de esa noche me convenzo de que todo sucedió por la misma energía que agarré en la Pirámide y también porque en el mundo cada cosa tiene su cosa. ¿A poco no?''

Nina sabe que Reyes nunca volverá, yo también lo sé porque, como ella dice, lo que no se puede, no se puede.