Angeles González Gamio
Los mercados

Son esos sitios plenos de olores, colores y formas, motivadores de imágenes de sabores deleitosos: dulces, picantes, amargosos, saladitos y el fresco agridulce de los aromáticos cítricos. Sin duda uno de los placeres más sensuales es un recorrido por un mercado mexicano. Tradición que data de la época prehispánica, su presencia continúa viva, a pesar del embate de los supermercados, con su triste oferta de vegetales; allí se compra de una sola calidad de jitomate, calabaza, chayote, peras, chiles y demás productos de la tierra. Si están ``feos'' se amoló, pues es lo único que hay, pero se lo compensan con la oferta de 20 diferentes tipos de ``champú'', y si tienen suerte hasta algunas marcas gringas, que son iguales a los de aquí pero cuestan el doble, ¡eso sí! están en inglés.

En los mercados hay esa variedad, pero de los productos vivos; en el tradicional de la Merced, brindan el privilegio de poder escoger entre seis diferentes montones de ajos, que van de los pequeñitos amarillosos a unos enormes, jugosos, de piel violácea, cuyos dientes semejan, por el tamaño, gajos de mandarina. Esto sucede en todos los artículos; los precios varían de acuerdo a la calidad y frescura.

Este fascinante lugar data de 1890, año en que el gobierno emprendió un ambicioso programa de construcción de mercados, muchos de los cuales ya existían a la intemperie; surgieron el de San Cosme, Martínez de la Torre, San Lucas, Loreto y el aún célebre de San Juan.

Estos vinieron a sumarse al añejo del Volador, el de la Plaza de Santa Catarina, el de Loreto, Tepito, Aguilitas, Candelaria de los Patos y varios otros con raíces desde el siglo XVI. El inicio de esta centuria vio la modernización de varios de los mercados ya existentes y la edificación de otros nuevos, como el de la Lagunilla, que continúa dando servicio; también se hicieron mejoras en el de San Cosme, Tepito y la Merced. Este último para esas fechas ya se había convertido en el principal abastecedor de víveres de la capital.

Tal vocación le vino a la Merced prácticamente desde la época prehispánica, pues a su vera desembocaba una de las principales acequias, que llevaba a la ciudad las canoas con los productos agrícolas procedentes de Xochimilco, Mixquic y Chalco.

La impresionante edificación, que tuvo mejoras en 1904 y ha sido sujeta a arreglos a través de sus más de cien años de existencia, cuenta con una Nave Mayor que mide la impresionante longitud de 400 metros, cubriendo las más suculentas frutas y legumbres, que se expenden en 3 mil 205 puestos. La Nave Menor vende carnes y aves y tiene un anexo de comidas. Lo rodean el pabellón destinado a juguetería popular y artículos típicos, el de ropa, el de flores y el de dulces; en sus cercanías se encuentra el mercado de Sonora con sus yerberos, alfarería y animales. Este, al igual que el de Jamaica, se consideran parte de la Merced. Este era el núcleo de un inmenso mundo de tiendas, bodegas y ambulantes que ocupaban 26 manzanas del añejo barrio.

Al construirse la Central de Abastos, este abigarrado universo comercial se descongestionó, al trasladarse los grandes mayoristas a ese inmenso centro de comercio. No obstante, el viejo mercado y sus satélites continúan prestando un importante servicio, pues su calidad y precios son de los mejores de la ciudad.

Al estudiar el pasado, surge la información de que buena parte de los mercados, desde la época virreinal, se construyó para resolver el problema de los entonces llamados regatones, hoy vendedores ambulantes.

Ya hablamos de los mercados que se hicieron en el porfiriato. En la administración de López Mateos se edificaron 88, con el presidente Gustavo Díaz Ordaz otros 25. Para 1970 funcionaban 192 en la metrópoli.

Desafortunadamente hace muchos años que no se construyen nuevos mercados; se han preferenciado los supermercados, que ahora se han ampliado con la llegada de las grandes cadenas norteamericanas. Esto no ha beneficiado al consumidor, como se puede comprobar al comparar los precios y calidad de unos y otros, además de haber propiciado el crecimiento desmesurado del ambulantaje.

Confío en que las futuras autoridades capitalinas escuchen la demanda de los habitantes y resuelvan ese problema que afecta a todos. La edificación de mercados modernos, con estacionamiento y servicios, daría trabajo a miles de comerciantes que ahora ocupan las calles, y al comprador le proporcionaría la oportunidad de adquirir mercancía fresca, de calidad y a buenos precios, con el agradable trato personal del ``marchante''.

Por cierto, en todo los mercados hay lugares para comer sabroso y muy barato, con la garantía de que todos los ingredientes son fresquísimos; en el Centro Histórico están, entre otros, el de San Juan, el Abelardo Rodríguez, que brinda el agasajo adicional de los murales que lo decoran, y desde luego el citado de la Merced.