La Jornada domingo 23 de marzo de 1997

VENTANAS Ť Eduardo Galeano
Los patos

En una entrañable novela de J.D. Salinger, un muchacho llamado Holden Caulfiel no daba pie con bola en el colegio ni en nada, y se sentía más solo que un perro solo. En uno de los primeros capítulos, Holden escuchaba los reproches de un profesor del curso de historia, y para escapar de tan atroz aburrimiento, pensaba en los patos del lago del sur del Central Park de Nueva York. ¿A dónde se iban los patos, cuando venían los fríos y el lago se cubría de hielo? ¿Algún camión los recogía y los llevaba al zoológico? ¿O se marchaban a otro sitio por su cuenta? Holden pensaba en este problema de los patos en invierno, y el asunto le interesaba mucho más que el examen sobre los egipcios y sus momias.

Todavía no era invierno cuando Adolfo Gilly conoció ese lago. Adolfo andaba paseando por el Central Park y se sentó al pie de una loma verde, ante las aguas salpicadas por las suaves luces doradas de una tarde de otoño. Y en eso estaba, cuando un profesor, que no era de historia sino de literatura, llegó con sus alumnos a la orilla del lago.

El profesor se puso a leer, en voz alta, ese capítulo de la novela de Salinger. Los muchachos escuchaban, sentados en rueda. Y Adolfo vio que una escuadra de patos se acercaba nadando a toda velocidad. Los patos se quedaron pegados a la orilla, mientras el profesor leía las palabras que hablaban de ellos.

Cuando terminó de leer el capítulo, el profesor se fue, seguido por sus alumnos.

También los patos se fueron.