En estos tiempos de bofetadas legislativas, de acusaciones respecto de la falta de pago de impuestos prediales (como están las cosas, una falta común a casi todos los ciudadanos), de confesiones priístas de que pagaron --eso dicen-- por quemar las pruebas del fraude electoral de 1988, la noticia que me parece fundamental es el enorme avance en la democracia política que suponen las elecciones en Morelos, hasta donde parece limpias de los viejos trucos y que han construido un Congreso plural y un reparto municipal notable.
No es el primer caso ni, por lo visto, será el último. Porque los resultados en el estado de México anticiparon los nuevos tiempos electorales. Hay que reconocerle a Ernesto Zedillo, en estos días un tanto enfadadillo, el mérito de este avance espectacular de la política.
No deja de llamar la atención, sin embargo, el espectacular espíritu chocarrero de Oscar Levin Coppel, quien el pasado jueves desató una tormenta en la Cámara. Buena maniobra política, sin duda. Que no debe llamar la atención porque estamos en una etapa en que hay que ganar los votos y no confiar en los artilugios de los mecanismos tradicionales que ponían los resultados en charola de plata a favor del PRI. De mucha plata, por cierto. Oscar ha iniciado el nuevo estilo. Los panistas no deben dejarse llevar por el coraje. En la política es mucho más eficaz un minuto de buen humor que cinco horas de mentadas.
Curiosamente el PRD, tantas veces acusado de agresivo, lleva la fiesta en paz y con espléndidos resultados. Manuel López Obrador puede estar satisfecho. Y, sobre todo, por la espléndida selección de candidatos a senadores y diputados de personalidades sin partido que ha hecho el PRD.
Buena idea, por cierto, totalmente elogiable y demostrable de una inteligencia que muchos no reconocían, más dominados por la pasión que por la razón, la decisión del otro Oscar, el señor Espinosa Villarreal de recibir a los diferentes candidatos a sustituirlo y ponerlos al corriente (hasta donde sea posible), de los problemas inagotables del DF. Magnífica idea que también inicia el camino del cambio en los poderes que a partir de ahora, en todos los niveles, tendrá que ser una constante en México. Los Oscares se ponen de moda.
En este nuestro mundo del pesimismo institucional, estos hechos que son la expresión de los nuevos tiempos, nos hacen recuperar confianza ante la evidencia de que las cosas tendrán que ser diferentes.
Las otras dos democracias: la económica y la social, sobre todo ésta última, no presentan, en cambio, signos alentadores para quienes, en lo más profundo de nuestro mundo, viven las angustias del desempleo y la miseria. Porque si bien parece que la macroeconomía empieza a funcionar: ojalá no sea un simple mensaje político a la vista del 6 de julio, la micro sigue pasando por las angustias que nos han acompañado por tantos años.
Es evidente que el INEGI viene de muchos meses atrás mostrando que el desempleo cede y yo lo creo, aunque la interpretación sobre la cifra de 4.2 por ciento de desempleo abierto en febrero siga siendo más que discutible. La identidad entre desempleo y desocupación, conceptualmente diferentes, altera los resultados y no es culpa más que de la Organización Internacional del Trabajo que fija los criterios. Pero con todo y reservas, si se comparan los datos con los del año anterior, la presentación ampara optimismos.
Morelos, nombre mágico si los hay, representa un jalón importante en una proyección positiva que permite aspirar a que en pocos años más habremos dejado atrás las viejas vergüenzas políticas. Pero desde otra perspectiva, también son resultados muy positivos para el PRI por cuanto ahora sí sabe con lo que cuenta y puede decidir cómo ganar más apoyos. No le faltan personajes hábiles para hacerlo. Antes todo era una desdichada ficción. Y en cuanto a certificaciones externas, más vale que le pongamos nosotros mismos remedio a las cosas. Porque tampoco faltaban motivos para el reprobado que nos iban a endilgar.
Y que no lo olviden los políticos: el que se enfada, pierde.