Guillermo Almeyra
¿Por fin?

Sobre Zaire, martirizado pero lejano, poco se habla. Africa ya no conmueve ni siquiera en el caso de gigantescos desastres sociales y de terribles tragedias humanas: hay una especie de acostumbramiento a las atrocidades o, por el contrario, una autodefensa inconsciente que lleva a tratar de ignorarlas para no sufrir mucho la impotencia.

Pero más allá de las centenas de miles de exiliados y de las matanzas cotidianas (sobre todo provocadas por las milicias hutus apoyadas por Mobutu Sese Seko y por Francia) está un hecho pesado como una enorme roca: está llegando a su fin la dictadura de Mobutu y se cierra una etapa en el continente negro.

El entonces coronel dio en 1960 el golpe que preparó el asesinato de Patrice Lumumba por Moisés Chombé y sus mercenarios, al servicio de los banqueros y mineros belgas, y después el de 1965 que impuso, a sangre y fuego, la dictadura del capital ``occidental'' (franco-belga-estadunidense, con contradicciones entre este último y los otros dos socios). Después de derrotar a la desunida guerrilla de Gizenga y Soumialot, que tenía su base principal en Stanleyville, hoy Kisangani, se convirtió vitualmente en el rey del ex Congo belga rebautizado Zaire. Pragmático, se apoyó sucesivamente en los chinos, después en los soviéticos y hasta en el gobierno cubano y últimamente pasó a depender de Francia, cuya marchita ``grandeur'' lo ha sostenido militarmente varias veces en el poder.

Riquísimo (sus bienes son más cuantiosos que la deuda externa de su país), ahora vive sus últimos días como persona (padece un cáncer incurable) y también como dictador (ha mandado su familia al exilio) y ve crecer y extenderse la rebelión dirigida por Laurent Kabila que ya ha tomado Kisangani, disuelto el ejército del dictador y formado por ``soldados'' desarrapados y sin paga, buenos solamente para el saqueo, y comienza a controlar las ricas provincias sudorientales productoras de diamantes, cobre y uranio mientras prepara su avance hacia la capital, Kinshasa.

Laurent Kabila encabeza un frente heterogéneo que reúne a todos los que buscan un cambio de gobierno y de régimen, aunque por motivos opuestos (se suman esencialmente los hoy antimobutistas pero antes mobutistas destacados, más los representantes de las minorías regionales y tribales afectadas por Mubutu, que privilegiaba a su tribu, más una izquierda difusa pero con tradiciones en la región que Kabila controla). Ese frente se apoya también en los deseos del gobierno de Ruanda de sacarse de encima la amenaza francesa que viene de Zaire y en los del gobierno de Estados Unidos de reemplazar a París en ese país, como antes buscó sustituirlo en Ruanda y Burundi a través de los guerrilleros ``anglófonos'' refugiados en Uganda y después victoriosos.

Basta, en efecto, con echar un vistazo al mapa de Africa para ver que Zaire no solamente es estratégico en la región de los Grandes Lagos sino también en la región petrolera de la costa (la ELF francesa controla el petróleo del Congo Brazzaville y allí, siempre junto al río Congo, está Cabinda, el rico enclave petrolero angolano).

Por consiguiente, la liquidación de Mobutu es el resultado de la disgregación de un régimen y de la disolución de la unidad nacional de un país mal unificado por una dictadura primitiva y por el dominio ex colonial. Pero además es, por una parte, una conclusión tardía de un proceso de descolonización y, por la otra, de una redistribución de las influencias neocoloniales en el marco de la hegemonía estadunidense.

Es difícil que los vencedores acepten hoy compartir el poder con los vencidos en un gobierno de supuesta ``unidad nacional''. Más probable es que Francia busque un golpe militar que instaure un gobierno mobutista sin el dictador, para salvar lo salvable de sus intereses. París alienta con esas intenciones la movilización diplomática de los países vecinos para frenar la guerra, pero esas negociaciones están dictadas también por el temor de todos los países africanos a las otras opciones posibles. O sea, a la victoria militar de la rebelión, que podría transformarse en incontrolable y caótica revolución, o la disolución de Zaire en regiones autónomas sobre bases étnicas, que podría ser contagiosa para todos los Estados multiétnicos resultantes de la obtención de la independencia, pero dentro de las fronteras artificiales trazadas por las viejas potencias. Tarde o temprano Lumumba será vindicado.